Luis Hernández Navarro
“Con ustedes, el próximo presidente de México, En-ri-queeeee-Pe-ñaaaaa-Nieeee-to”, anunció, el domingo en la noche, en el edificio de Buenavista que alberga la sede nacional del PRI, el maestro de ceremonias del evento, como si fuera presentador de una pelea de boxeo o animador de un salón de table dance.
El PRI –dijo el mexiquense en un breve mensaje una vez que Felipe Calderón lo nombró presidente electo en cadena nacional, con apenas 5 por ciento de los sufragios computados– tiene una segunda oportunidad. De estar vivo, Carlos Monsiváis habría añadido: “total, la última vez sólo estuvo en el poder 71 años...”
“Ganó México”, insistió una y otra vez sin levantar la mirada de sus apuntes, para demostrar, en lapsus que quiso ser gesto de reconciliación maquillado, pero que evidenció la convicción más profunda de quienes vuelven a Los Pinos: el país comienza y termina con ellos, su triunfo es sinónimo de victoria de una nación entera.
Ningún regreso al pasado, advirtió Peña Nieto, pero esa noche los asistentes celebraron, por cortesía del Canal de las estrellas, el retorno del país al parque jurásico, del que –justo es reconocerlo– no ha acabado de salir nunca. Que lo digan si no los chiapanecos, que el domingo padecieron, cortesía del ex perredista y ex priísta Juan Sabines, una apabullante operación de acarreo, compra y coacción del voto en favor del candidato a gobernador de la alianza PVEM-PRI, similar a la que operó su papá, en los tiempos en el que ese estado era el granero electoral tricolor.
Al calor de la música de mariachis, este domingo, en Buenavista, personajes con el cabello embadurnado de gel peinado hacia atrás y camisas blancas con el logotipo de su partido le mentaron la madre a Andrés Manuel López Obrador cuando apareció en las pantallas gigantes y celebraron su regreso al presupuesto, después de 12 años de vivir en el error de estar fuera de él.
Este 1º de julio se enfrentaron en las urnas dos Méxicos. Uno, ciudadano y crítico, anhelante de un destino diferente. Otro, clientelar, temeroso del cambio, obediente con las jerarquías políticas. Triunfó el país de la restauración, el que cambió su voto por las tarjetas de compra de Soriana, las despensas, la promesa de un empleo. El que justificó su decisión diciendo: todos los políticos son iguales. Con el PRI por lo menos me va a tocar algo...
Inequidad fue el nombre del juego de estos comicios. Los poderes fácticos no regulados, de manera destacada Televisa, impusieron las reglas y definieron su desenlace. La magnitud del financiamiento ilegal en favor del PRI, ante autoridades omisas, muestra cómo las elecciones no se ganan: se compran.
Sin embargo, no todo fue miel sobre hojuelas para el tricolor. Sus sueños de una presidencia imperial se esfumaron. No tendrá mayoría absoluta en ninguna de las dos cámaras. Ganó sólo tres de las siete entidades donde se efectuaron elecciones concurrentes.
El PRI fue derrotado en la elección presidencial en 12 entidades, dos de ellas en estados que gobierna: Distrito Federal, Guanajuato, Guerrero, Morelos, Nuevo León, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo, Tabasco, Tamaulipas, Tlaxcala y Veracruz.
Para el Morena y los sectores más cercanos a López Obrador, el saldo es desfavorable. La ilusión de convertir 2012 en la revancha del fraude de 2006 se esfumó, por más que se sigan denunciando las anomalías. Los sufragios en favor de Andrés Manuel se concentraron en Distrito Federal, Guerrero, Morelos, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo, Tabasco y Tlaxcala. En Baja California, Campeche, Chiapas, Hidalgo, estado de México, Michoacán, Nayarit y Zacatecas ocupó el segundo lugar en la votación presidencial.
Por el contrario, para algunos sectores del PRD que tienen su propio juego político, los resultados no son malos. Adscritos a la filosofía de que “de lo perdido, lo que aparezca”, son la segunda fuerza en la Cámara de Diputados, ganaron el Distrito Federal, Morelos y Tabasco, y obtendrán un número no despreciable de senadores. Tienen la ilusión de que el priísmo deberá negociar con ellos para gobernar.
Los partidos pequeños salvan el pellejo. De acuerdo con la información del PREP para la elección de diputados federales, se puede inferir que PVEM (6 por ciento), PT (4.6), Movimiento Ciudadano (4.09) y Panal (4.14) siguen vivos.
El gran derrotado de la contienda electoral fue el PAN. Su candidata, Josefina Vázquez Mota, cayó hasta el tercer lugar de la votación. El partido perdió la gubernatura de Jalisco. Será el tercer grupo legislativo en la Cámara de Diputados y el segundo en la de Senadores, señal de que sus simpatizantes votaron de manera dividida.
Vázquez Mota fue la espuma que aglutinó el descontento panista contra el presidente Felipe Calderón. Una vez que obtuvo la candidatura interna de su partido la espuma se disolvió y su campaña fue perdiendo fuerza. La votación en su favor se concentró en cuatro estados: Guanajuato, Nuevo León, Veracruz y Tamaulipas (donde capitalizó el descontento contra el PRI). En cambio, perdió los comicios en Baja California, Baja California Sur, Jalisco, Sinaloa y Sonora, entidades con gobernadores panistas.
Dos de las tres figuras morales más relevantes del PAN abandonaron el barco antes de que llegara a puerto. El ex presidente Vicente Fox llamó a votar por Peña Nieto. El empresario Manuel Clouthier, hijo del difunto Maquío, el hombre que proyectó al PAN a las grandes ligas de la política nacional, fue propuesto fiscal anticorrupción del posible gobierno de López Obrador.
Los comicios dejaron en amplios sectores de la población, especialmente entre jóvenes universitarios, una amarga sensación de agravio. Su voluntad democrática fue burlada por la telecracia, los dinosaurios del parque jurásico priísta y las autoridades electorales omisas. Las anomalías que vieron y padecieron en la calle y en las urnas no existen oficialmente. Para ellos, la restauración autoritaria es una realidad. Más pronto que tarde pasarán la cuenta de la afrenta vivida.
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