Jesús Castro/Enviado
27 julio 2012
El silencio dolió en el panteón de Palaú, municipio de Múzquiz, Coahuila
Múzquiz, Coahuila.- Ahí siete cruces esperaron durante el día el reposo eterno de los mineros que fallecieron en una más de las tragedias a las que parecen ya haberse acostumbrado las familias de la Región Carbonífera.
Al fondo de ese pequeño cementerio laberíntico, vadeando tumbas que han saturado la entrada y amenazan con cubrir por completo el terreno, están siete fosas cavadas una tras otra, rodeadas de las lágrimas que se derramaron sin emitir llanto.
“Es que ya se nos acabó el llanto, ya les lloramos mucho”, dijo una de las hermanas de Pedro Alcalá, el minero que se había salvado una vez en la profundidad de una mina, y ahora, la tierra reclamó lo suyo.
Habían pasado todo el día en diferentes lugares, mientras Palaú lloraba a grito abierto a sus mineros. No fueron suficientes dos funerarias para los siete cuerpos. En una de ellas fueron velados los primos Pedro Alcalá Ramírez, Héctor Alcalá Ramírez, Omar Efraín Ramírez Almanza e Iván Ramírez Almanza, y en otra, Guillermo González Medina y César Medina Camacho.
Fidencio Sánchez, cuyo hermano falleció en la inundación de hace dos años, tuvo que ser velado en su casa del barrio 22, hasta donde llegó el gobernador Rubén Moreira con toda la parafernalia oficialista, en medio de un operativo con marinos, guaruras, empleados de gobierno, y parte de su gabinete, incluido también el titular de la CEDHC, Armando Luna Canales.
Moreira Valdez, sin su esposa Carolina Viggiano, pero acompañado de la titular de la Sedeso Laura Carranza, y la secretaria del Trabajo Felícitas Molina, acompañó a los deudos y les prometió justicia y apoyos, por la noche, ya estaba saliendo su avión con otro rumbo.
Dos cuerpos ya habían sido sepultados cuando llegó a la Región Carbonífera Rosalinda Vélez, titular de la STPS, prometiendo visitar a los deudos. Pasaba de las 18:00 horas cuando cuatro de las fosas seguían abiertas, en medio de un silencio que sólo era roto por las ráfagas de viento que cargaban proyectiles de polvo que se incrustaban en los rostros empapados de llanto.
“La tierra los reclamaba, de ella son, para ella van, vamos todos, para allá van ellos”, mascullaba un familiar antes de que llegara el resto de los cuerpos, y allá, al fondo, se escuchaba el paleo de quienes terminaban de sepultar a los hermanos Alcalá.
Más tarde, tras ser reclamados por la tierra que desde ayer pretendía devorarlos, los siete mineros fueron sepultados, mientras arriba, el cielo de Palaú lloró con grandes gotas que dispersaron a sus familiares. La lluvia en el municipio de Múzquiz despidió a sus hijos mineros, siete más de los que el oro negro se ha llevado, allá, a donde bajan por él, a las entrañas donde ahora descansan.
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