Hermann Bellinghausen
Hoy todos hablan de política. Hasta los que no lo hacían. Priva un clima de nerviosismo, que se eufemiza como efervescencia postelectoral pero revela algo más canijo y tenaz: de pronto (o ni tan pronto) la gente (sí, la gente en general) acabó por asumir que los políticos en el poder no nos representan. Y que ellos, desde los poderes, han secuestrado a la política y la juegan en sus propios términos a pesar del resto, donde lo que no se dobla lo convierten en judicial, y desde ahí, a ver ¿quién dijo democracia?
Hay un descontento político (no sólo por la afrenta electoral, pero también) que atraviesa clases sociales, niveles de educación, creencias y códigos postales. No es para menos. La realidad no necesita leer los periódicos ni salir en televisión para existir. Las anestesias tienen límite. En un punto dado tocan fondo las otras realidades de telenovela, de “famosos” hasta el vómito, de torres de marfil, sexo, drogas y rocanrol.
Suceden cosas. Para millones de campesinos está en curso una escalada de despojo sólo comparable a la conquista española (la primera, cabría aclarar). A cambio les reparten vales, cheques y tarjetas para que vayan a perder la dignidad y el tiempo haciendo cola en los bancos, almacenes y farmacias, ya ni siquiera en oficinas gubernamentales.
La simulación educativa, piedra angular del sistema de dominación “modernizado” por los panistas, afecta a la población en su conjunto. La existencia misma de un poder y un personaje como los que reúnen Elba Esther Gordillo y sus pactos transversales consiste un escándalo de inmensas proporciones. Hasta las escuelas de los niños son rehenes de los partidos. ¿Cuáles? Los que hemos visto como legisladores, gobernadores, jueces, empresarios, prófugos de la justicia (los menos). En esto coinciden el PAN, el PRI y sus apéndices Verde y Panal: implícita y explícitamente, están entregados a la tarea de aceitar el desmantelamiento de la propiedad nacional, la soberanía de todas nuestras soberanías, los recursos vegetales, hídricos, energéticos, culturales, sagrados. Lo han venido haciendo sin chistar, cambiando leyes, abriéndonos de patas al dinero que venga, facilitando el imperio del hampa, echándonos garrote y bala. Para colmo, el considerado bloque de izquierda partidario no ha cantado malas rancheras votando en el Congreso con el enemigo (o saliéndose a mear en el momento preciso), reprimiendo en sus estados y municipios, robando como los otros. No debiera extrañarnos que tantos políticos salten con soltura de partido en partido.
Los indios llevan largo rato hablando de política, y ejerciéndola, no pocas veces en los límites de la resistencia, incluso armada. Pero como en general nadie los escucha, no contaban. Eso puede cambiar ahora que los estudiantes se agrupan (en variedad de banda, no sólo “los grillos de siempre”) y exigen: “díganos la verdad” y “queremos participar”. Ahora que los burlados por el millonario y turbio proceso electoral próximo pasado ponen el grito en el cielo. Si no, ¿cuándo?
Pero los amos de siempre, sus hijos, sobrinos, ahijados y nietos, los secuestradores de la participación política, están muy entretenidos en administrar una lavandería y una exportación neta de dinero a escala hemisférica tales que no parecen dispuestos a soltar el hueso. Nos embadurnan con el engrudo de sus espectaculares y nos dan atole con el dedo en horario triple A. Saben que sabemos que mienten. Les da lo mismo. Reparten tarjetas y cubetas por acá, palizas y retenes por allá.
Por eso todos andan hablando de política. Los que “entienden”, y sobre todo los que “no”. Los rechazados por las universidades, esos defraudados integrales del sistema educativo formal, el de la Secretaría de Educación Pública y sus rémoras que finalmente se han adueñado de ella (estilo Alien) como sindicato, y ahora como partido. Los mineros sacrificados. Los campesinos que no quieren minas en sus terrenos, hidroeléctricas en sus ríos ni transgénicos atrás de la cerca. Los trabajadores despedidos de las empresas prostituidas al capital foráneo. Los recortados. Los engañados. Los excluidos de todas las listas. También los que son 132. Una cantidad generosa de artistas, pensadores, buenos maestros, defensores de los derechos de la humanidad y la naturaleza, amas de casa. Y no menos significativos, diez o más millones de mexicanos expulsados a Estados Unidos porque aquí no estaban contentos.
Más allá de su secuestro de la democracia y de sus ratings, la chusma de los políticos profesionales no nos representa. Siempre nos van a traicionar. Hoy que muchos están despertando “a la política”, a la necesidad de organizarse y al derecho a la indignación, tal vez podamos ponerles un alto, sacarlos de donde están y meterlos en donde se merecen. Y sobre todo, lograr gobernarnos como la gente, sin comisarios, carceleros ni prestanombres. Si otro mundo es posible, hay que ir comenzando por la casa de uno.
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