martes, 13 de abril de 2010

Proponen una mirada inédita alrededor de la estética de Giorgio de Chirico

Muestran en Roma 140 cuadros del artista, con curaduría de Achille Bonito Oliva

*Al problema de la falsificación de la obra del pintor italiano, se suma la banalización

Alejandra Ortiz Castañares
Especial
Periódico La JornadaMartes 13 de abril de 2010, p. 6


Roma, 12 de abril. Si De Chirico (se pronuncia de quírico) ha sido el artista más falsificado de su tiempo y probablemente de la historia del arte, actualmente su obra ha caído en una nueva condena: la banalización.
El pretexto de las “celebraciones” puede ser positivo para difundir a artistas poco conocidos, pero cuando son ya famosos se vuelve una operación comercial, en ocasiones hasta feroz y agresiva.
Giorgio de Chirico (Volos, Grecia, 1888-Roma, 1978) es considerado por la crítica como el artista italiano más relevante del siglo XX, inventor de la pintura metafísica que nace casi contemporánea con el futurismo (1909), última gran contribución del arte italiano a la pintura universal.
Su vida fue siempre controversial; De Chirico atacaba con cartas desdeñosas a artistas, críticos y actividades como la Bienal de Venecia y la cuatrienal de Roma.
Los críticos le rehuían por su personalidad difícil y de hecho no será hasta después de 1974 que los grandes nombres de la crítica oficial empezarían a ocuparse de su obra (G.C Argan, por ejemplo, lo ignoró). Cortejó al fascismo más que por convicción por oportunismo, pero Mussolini nunca lo consideró realmente. Sin embargo, entre los mayores escándalos se cuenta la “cadena de montaje” que instaló en su atelier en el último decenio de su vida: sus ayudantes hacían los cuadros según su idea y él sólo los firmaba. Por último, y todavía más grave, fechaba muchos de sus cuadros como anteriores a su factura.


En el Palazzo delle Esposizioni


En los años recientes, innumerables exposiciones en museos y galerías, sobre todo en Italia, han aprovechado en exceso la fascinación del público por su obra, hasta alcanzar una saturación con los festejos del aniversario de nacimiento y muerte del artista (120 y 30 años, respectivamente) desde antes de 2008. Sorprendentemente continúan todavía hoy con el pretexto de celebrar el centenario del nacimiento de la metafísica, según quiere recordar el Palazzo delle Esposizioni, en Roma, uno de los espacios culturales más importantes del país.
La muestra La naturaleza según de Chirico, la cual fue inaugurada el pasado viernes y concluirá el 11 de julio, reúne 140 cuadros, casi en su totalidad óleos.
El reto es proponer la obra del artista con una perspectiva inédita y en lo posible original. El curador Achille Bonito Oliva, quien ha colaborado en dos exposiciones y en conferencias en México, es uno de los más importantes críticos de arte: fundador de la transvanguardia italiana, curador de muchas exposiciones, autor de artículos y libros, así como profesor en la Universidad La Sapienza, de Roma.
En conferencia de prensa, el crítico manifestó su admiración por De Chirico, llamándolo no pictor optimus (como se definía el artista), sino pictor maximus, además de situarlo en el ramo del arte italiano que Leonardo llamaba “pintura como cosa mental”.
Bonito Oliva explicó cómo De Chirico no es sólo un artista de interiores, según ha sido considerado, sino un “pintor donde la naturaleza ha estado presente en toda su iconografía, detrás de cada imagen, manejada en un doble registro: materna y madrastra, mediterránea y filosóficamente nórdica, caótica y ordenada”.
Es interesante el intento de romper con la convencional muestra cronológica, aunque la clasificación dividida en las siete salas del museo (naturaleza: del mito, de la sombra, de recámara, de antinaturaleza, de las cosas, abierta y, por último, naturaleza viva) resulta forzada y termina por quedar atrapada en las reconocibles series de su obra: mitología, maniquíes, plazas de Italia, baños misteriosos, naturaleza muerta, caballos, etcétera.
La museografía, según el modelo aséptico del blanco total (paredes, piso, techo), ha funcionado en otras muestras –en la de Mark Rothko y Alexander Calder por ejemplo–, pero en ésta crea un efecto frío, impersonal.
Cada exposición dedicada al artista (actualmente en Italia hay tres en curso) anuncia un rasgo de originalidad, pero el tema no da para más, está excesivamente gastado.
Auténtica joya de la muestra, La Surprise (1914), cuadro enigmático que por decenios se desconoció su ubicación y que ha sido raras veces expuesto, es un óleo casi abstracto compuesto por troncos de árbol difícilmente distinguibles, que surgen apenas de la penumbra y contrastan con el carmín intenso de la chimenea de una fábrica.
Los préstamos son en su mayoría de colecciones privadas (una buena parte de la Fundación de Chirico) y la mitad de la obra expuesta es de su producción tardía, la que el maestro amaba, ya que con el tiempo llegó a despreciar y a negar su etapa vanguardista.


La metafísica


Paradójicamente, el cuadro celebrado como el iniciador de la metafísica no está en esta exposición sino en una colectiva en Florencia (Palazzo Strozzi), que incluye obras de Magritte y Balthus.
El cuadro en cuestión, titulado El enigma de una tarde de otoño (1909-1910), fue pintado en Florencia cuando –según escribió el mismo De Chirico– fue inspirado en un atardecer otoñal por la estatua de Dante al pie de iglesia en la plaza de la Santa Cruz.
Por “metafísica”, De Chirico se refiere a la necesidad de plasmar en la tela aquello que no puede ser pintado, es decir, pretende superar la representación física de las cosas tal y como las vemos, privilegiando el aspecto espectral, según él mismo explica en uno de sus escritos.
Un espacio obligado para disfrutar con intensidad de la obra del artista es la visita a la casa donde De Chirico vivió los últimos 30 años de vida, en el tercero y cuarto pisos del número 31 de la Plaza de España, en Roma. La entrada es únicamente con reservación y la información al respecto se puede consultar en la página electrónica: http://www.fondazionedechirico.com/
La colección consta de 250 cuadros del artista, todos pintados en su atelier romano una vez asentado en 1948 junto con su segunda esposa, Isabella Far.
Un espacio privilegiado, muy poco conocido y que por lo mismo da la posibilidad al visitante de sumergirse en la intimidad del universo del maestro, casi en soledad (en mi visita estaba yo sola). En la planta de arriba está su taller con el último cuadro inconcluso: la copia del Tondo Doni, de Miguel Ángel.
La experiencia es extraordinaria, la sensación es la de formar parte de un cuadro del artista donde el silencio, los muebles impecables, el orden, hacen percibir los objetos con una luz misteriosa. Este lugar es uno de los pocos y rarísimos ejemplos donde el espectador puede vivir la obra en contexto con su ambiente (los cuadros estaban así dispuestos porque servían como catálogo para galeristas y comerciantes de arte que le ordenaban las obras), nada que ver con las frías paredes de un museo.
Para completar el culto chirichiano es posible visitar sus restos en la iglesia de San Francisco a Ripa, en Trastevere, también en Roma.

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