“No nos vamos de Arizona”: latinos
">“Si nos corren, quién les va a trabajar”, señalan
">Advierten a autoridades que intensificarán la lucha
Arturo Cano
Enviado
Periódico La JornadaMartes 27 de abril de 2010, p. 2
Phoenix, 6 de abril. “¿A poco no le gusta esta ciudad taaaaan limpia?”, pregunta la mujer sin ocultar su orgullo. Y sí, más de un recién llegado debe asombrarse de las prístinas calles de esta ciudad del desierto cuya zona centro, de no ser estos días tan particulares, luciría ídem.
Hoy no, ni ayer. Desde hace una semana, miles de personas vienen y van por aquí para recordar a la gobernadora, al sheriff duro, a los diputados que acaban de declararlas criminales y al mundo entero, que tiene un ojo puesto aquí, una cosa sencilla: “we are human”.
Pues bien, estos humanos y humanas son ahora también criminales, tiros al blanco (al café, en este caso) del sheriff Joe Arpaio, cuyas oficinas están aquí nomás a unas cuadras, en uno de los últimos pisos del edificio de la Wells Fargo. Ahí está la oficina de Arpaio, señala hacia las ventanas un muchacho de Guadalajara que prefiere no dar su nombre. Sí, en los pisos 18 y 19 Arpaio traza los planos de sus cárceles baratas para indocumentados o dibuja, es de suponerse, los calzones rosas o los trajes a rayas que pone a los prisioneros para humillarlos en las calles.
De la que se salvó José, un muchacho de 15 años nacido aquí, de padres poblanos, que ni recuerda de momento el nombre del pueblo de sus antepasados. “Sólo fui una vez, cuando tenía dos años.” El caso es que hace unos meses José fue detenido por el sheriff que goza la fama de ser el más “duro” de todo Estados Unidos. ¿En qué lío se metió José? Pues trabajaba en un tianguis de mercancías piratas donde a Arpaio se le antojó hacer una redada. Y José cayó preso. “No me creían que nací aquí”, dice. Nunca le creyeron, por supuesto. Pero su nombre estaba en la computadora, así que lo soltaron en unas horas. Le dijeron que sería citado tiempo después, para responder por quién sabe cuáles cargos, pero nunca le llegó el citatorio. A José le queda claro que lo detuvieron sólo porque es moreno.
La rubia y la café
“A mí no me van a detener”, dice la duranguense Laura Ayala, estudiante de la Universidad de Arizona, mientras se juega los cabellos rubios con los dedos. A su lado, la chihuahuense y morena Alejandra Chacón carga un letrero que indica, en inglés, que ella sí es candidata, presa en una “temporada de caza” que en Arizona no comenzó con la aprobación de una ley que todavía no entra en vigor, sino que lleva varios años, desde que al alguacil Arpaio se le metió en la cabeza ser el héroe de los antinmigrantes. “Soy café, arrésteme ahora”, dice la cartulina de Alejandra, en inglés. Para no dejarla sola, Laura ha escrito en su cartulina: “Soy mexicana, arrésteme ahora”.
Ellas, pese a todo, tienen la ventaja de los papeles. Por eso marcharon con sus carteles en el campus de la universidad. “Nos veían como bichos raros, porque la mayoría son anglos.” Por eso recomiendan el uso de Facebook y Twitter para dar la batalla. Si por las redes sociales fuera, los migrantes la tendrían ganada, pues según la compañía Crimson Hexagon, que sigue los foros de opinión en la red, de los 21 mil mensajes registrados en torno a la ley, 66 por ciento son en contra y sólo 28 por ciento a favor.
En el Congreso local, sin embargo, la correlación de fuerzas es distinta. Ahí la batuta la lleva el senador estatal Russel Pearce, amigo de los minutemen y de destacadas figuras del Partido Nazi, según activistas locales. Pearce es el personaje más odiado en las protestas, después del alguacil Arpaio y la gobernadora Jan Brewer (Hitler y la bruja, les llaman en los carteles). Su propuesta fue aprobada con 15 votos a favor, 11 en contra y dos abstenciones. “Ser ilegal no es una raza, es un delito”, dijo, al aprobarse la ley. De raza tampoco quiso saber la gobernadora Brewer, quien firmó un documento que faculta a las policías locales a aprehender personas bajo la “sospecha fundada” de que son “ilegales”. Le preguntaron cómo los identificaría: “No sé”, dijo, quizá para no responder una tontería mayor.
Estrellas de David, suásticas y frijoles refritos
El pasado viernes 23, miles de jóvenes estudiantes abandonaron sus escuelas para reunirse frente a las oficinas de la gobernadora Jan Brewer, a la espera de que ella decidiera vetar la ley. Pero Brewer, quien sustituyó por designación a Janet Napolitano cuando ésta fue llamada por Barack Obama para hacerse cargo de la cartera de Seguridad Interior, firmó la ley.
La presencia de los migrantes y sus hijos ha continuado desde entonces, con sus altibajos. Siete camiones de las cadenas nacionales y estatales de noticias, con sus enormes antenas de transmisión, dan a la noticia un tamaño que rebasa con muchos las fronteras de Arizona.
La inmensa mayoría de los asistentes son mexicanos. Lo dicen las banderas, los letreros en español y el altar de la Virgen de Guadalupe siempre con veladoras encendidas. “Aquí estamos y no nos vamos”, bailan los carteles, mientras un grupo musical entona la Cumbia del Jornalero.
“We love major Phil Gordon”, se lee en otro letrero. El amor por el alcalde de Phoenix tiene que ver con el rechazo de este político anglosajón a la ley, y con su declaración de que la gobernadora Brewer actuó como “un títere” al firmarla.
Residentes rubios vienen a solidarizarse con los migrantes. Una muchacha que no suelta su biblia, por ejemplo. Un ciego con bastón y su playera que dice “Legalize Arizona”, y un sordomudo a quien le traducen a lenguaje de señas el discurso, antes traducido del español al inglés. Pero entre los güeros destacan un par de familias. Mujeres y niños, madres e hijos de inmigrantes, que se han prendido al pecho estrellas como las portadas por los judíos en la Alemania nazi. Estrellas amarillas que dicen “soy esposa de un inmigrante” o “soy hija de un inmigrante”.
Algunas personas han permanecido todas las noches en los jardines del Capitolio, siempre bajo fuerte vigilancia policiaca (sólo han sido desplegados policías blancos). Por eso resulta inverosímil la denuncia policiaca de que alguien “pintó” suásticas con frijoles refritos en algunas ventanas del edificio del Congreso (¿para culpar a los beaners –frijoleros–, como los racistas llaman despectivamente a los mexicanos?).
El dilema de Juana
La guerrerense Juana Villarreal no tiene ninguna duda de que ella está en la lista del alguacil Arpaio. Marchó en 2006 y viene al plantón permanente ahora. Ella y su marido llevan 19 años en Arizona y ninguno tiene “los papeles”. El pequeño niño que trae de la mano y sus otros cuatros hijos nacieron aquí. Sus raíces serán cortas, pero ya se aferran a este trozo de desierto. “No se quieren ir: a México ni soñando, ni tampoco a otra ciudad de acá”, se resigna ella. El gran dilema de los Villarreal es compartido por los 460 mil indocumentados que se calcula hay en Arizona. Ellos mueven, por supuesto, las cocinas de los restaurantes, las tijeras de los jardines y las cunas de los niños. “Donde trabajo somos 45 y sólo 10 están arreglados, pero la dueña confía en que van a parar esta ley. Porque si no lo hacen, ¿quién les va a trabajar?”
Ésa es la pregunta que corre desde que la legislatura estatal aprobó una ley que tipifica como criminales a los sin papeles, y en cómplices a quienes los empleen o, simplemente, los transporten. Una ley similar existe ya en el ámbito federal. La diferencia es que la firmada hace unos días da facultades a las policías locales, a las que obliga a aprehender a quienes parezcan “ilegales”.
Por esa razón, el presidente Barack Obama ha dicho que la ley es “irresponsable”, y ha vuelto a hablar de una reforma migratoria “integral” y “juiciosa”, la que prometió para los primeros tiempos de su gobierno. Una reforma “integral”, le llaman quienes cabildean en la capital de este país. Pero Washington queda muy lejos. No está por lo menos en el horizonte de Adela, una sonriente mujer de Michoacán que limpia mesas de un restaurante a pocas calles de la oficina del sheriff Arpaio. En su horizonte tampoco está volver a México: “Antes mi mamá me decía que me regresara, pero ahora, con la violencia que hay allá, me dice que me quede”. Y Adela ha decidido quedarse, con sus tres hijos. Hace unos años pagó siete mil dólares para que se los trajeran, y vinieron solitos en manos de los polleros. “¿Tuvo miedo cuando se los trajeron así?” Adela le da un trapazo a la mesa y responde: “pues los encomendé a Dios. Pero si algún día me detiene el Joe Arpaio, entonces sí que me muero del susto”.
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