El arqueólogo dedicó más de 25 años a estudiar vestigios de esa civilización en Quintana Roo
*Fue maestro inigualable, quien nos enseñó a cuestionar los dogmas, dice su colega Adriana Velázquez Morlet
*Sostenía que los obstáculos sólo están en la mente, señala Rosalba Nieto
Mónica Mateos-Vega
Periódico La JornadaViernes 16 de abril de 2010, p. 3
El arqueólogo Enrique Nalda Hernández, uno de los más reconocidos expertos en cultura maya del país, falleció a los 73 años en la ciudad de México este miércoles, víctima de cáncer.
Nació en Logroño, España, el 14 de agosto de 1936. Hijo de una familia exiliada por la Guerra Civil, Nalda comenzó su carrera en la arqueología después de haberse graduado de ingeniero y hacer carrera en ese campo.
Estudió en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), donde conoció y estuvo cerca de figuras clave de la arqueología mexicana, como Pedro Armillas, cuyas aportaciones fueron definitorias en el interés de Enrique Nalda por el uso de la fotografía aérea en los estudios arqueológicos.
Fue profesor de la ENAH, en la cual gestionó la creación del Departamento de Investigaciones Arqueológicas, lo que por primera vez abrió la posibilidad de que esa institución tuviera un lugar en el Consejo de Arqueología del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y que sus proyectos se vincularan más estrechamente al quehacer de la escuela, pero el fuerte debate que generó ese departamento originó su desaparición, en 1984.
Entonces, Nalda aceptó la Dirección de Registro Arqueológico del INAH y dejó la ENAH, participando únicamente como profesor de las materias de técnicas arqueológicas. En esa etapa, en el noreste de Morelos, realizó un inventario de asentamientos prehispánicos empleando la interpretación de fotografías aéreas. Dirigió la última fase del Proyecto Morelos, enfocada al sector denominado “Corredor Sur” en esa entidad.
Ichkabal, la cereza del pastel
En la Dirección de Registro Arqueológico, con Javier López Camacho, Enrique Nalda sentó las bases del proyecto Atlas Arqueológico Nacional. En 1986 se hizo cargo de la Coordinación Nacional de Centros INAH. También fue socio fundador de La Jornada.
Hacia 1988, Nalda enfocó sus investigaciones a la península de Yucatán. Según narra su colega Adriana Velázquez Morlet, directora del Centro-INAH Quintana Roo, el arqueólogo buscaba un sitio relativamente tardío que pudiera documentar el llamado “colapso” del Clásico Maya.
Así llegó a Dzibanché, asentamiento al sur de ese estado, descubierto por Thomas Gann en 1927, al que dedicó muchos años de trabajo. En 1987, Nalda inició excavaciones en el sitio.
Desde las primeras temporadas, el investigador percibió la monumentalidad de Dzibanché. Los mayores avances se lograron a partir de 1992, cuando el proyecto fue incluido dentro de un grupo especial financiado por la Presidencia de la República, lo que permitió explorar el Conjunto Principal y el Conjunto Kinichná para poner en valor algunos de los edificios monumentales del asentamiento, lo que permitió su apertura a la visita.
Paralelamente a la gestión de Nalda como secretario técnico del INAH, el proyecto Dzibanché avanzó junto con otro, originalmente de menores pretensiones, iniciado en el cercano sitio de Kohunlich.
Los trabajos realizados bajo la dirección en campo de Adriana Velázquez mostraron un sitio mucho más complejo, con una fuerte ocupación del Clásico tardío y con una configuración muy diferente a la de Dzibanché.
Velázquez explica que más de 25 años de exploraciones arqueológicas permitieron a Nalda visualizar no sólo a Kohunlich y a Dzibanché como dos entidades independientes, sino a la región sur de Quintana Roo como una zona que nunca fue periférica al dominio de los reinos del Petén.
“Por el contrario, las investigaciones de Enrique Nalda permiten ver la enorme complejidad de la zona, cuya importancia política y económica durante su historia llegó a ser del mismo nivel que la de sitios emblemáticos como Tikal o Calakmul.
“Los trabajos que inició en el enorme sitio de Ichkabal, en 2009, ‘la cereza del pastel’, como él decía, le permitieron seguir avanzando sobre las diversas líneas de investigación que trazó a lo largo de más de un cuarto de siglo de trabajo. El conocimiento de la historia prehispánica del sur de Quintana Roo, y de la zona maya en general, no puede entenderse sin los aportes de Enrique Nalda.
“Fue maestro inigualable, formador de generaciones de arqueólogos, quien nos enseñó a cuestionar lo establecido y a dudar de los dogmas. Duro, durísimo en ocasiones, brillante escrutador del pasado, lector voraz y trabajador incansable. Intolerante con los incapaces y solidario con los amigos. Los estudios mayas tienen un antes y un después de Enrique Nalda, quien supo entender, como pocos, la importancia de producir historia mediante la arqueología”, puntualizó Velázquez Morlet.
Invaluable labor docente
El arquéologo Salvador Guilliem Arroyo, coordinador nacional de Arqueología del INAH, señaló que Enrique Nalda “fue uno de los más connotados investigadores de la cultura maya. Su labor como profesor de la ENAH fue invaluable, al igual que como funcionario del INAH. El conocimiento de la historia prehispánica del sur de Quintana Roo, y de la zona maya en general, no pueden entenderse sin sus aportes”.
María José Con Uribe, arqueóloga, investigadora del Centro-INAH Quintana Roo y directora de los proyectos arqueológicos Cobá y Xcaret, dijo que su colega fue “un brillante teórico de la arqueología, controversial y polémico, con gran capacidad de análisis y comprensión de los procesos culturales de las civilizaciones antiguas. Sus investigaciones en el sur de Quintana Roo desde hace más de dos décadas fortalecieron y abrieron las puertas a la arqueología moderna en el estado. En su ‘periodo maya’, se apasionó con el trabajo de campo y conjugó finalmente el antropos con el logos. Amigo siempre, cuando soplaron los vientos huracanados”.
Para Rosalba Nieto Calleja, arqueóloga e investigadora de la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH, las cátedras de Nalda en la ENAH “nos permitieron conocer aspectos teóricos y metodológicos innovadores, así como las diversas técnicas aplicadas en la arqueología. Fue maestro excepcional, un arqueólogo que quería y disfrutaba su profesión. Como compañero de trabajo y amigo nos mostró que los obstáculos sólo están en la mente, que todo es superable. Además de contar con el apoyo del amigo en todo momento. Siempre estará en nuestra memoria.”
La arqueóloga Hortensia de Vega Nova, investigadora del Centro-INAH Morelos y directora del proyecto arqueológico Oxtankah, en Quintana Roo, comentó que la presencia del querido “amigo, compañero, maestro y consejero, será imposible de borrar en la vida de aquellos colegas con los que compartió sus proyectos”.
Familiares (entre ellos su esposa, Rebeca Panameño, responsable del archivo fotográfico de La Jornada), amigos, colegas y ex alumnos lo despiden desde ayer y hasta hoy a las 15 horas en Memorial San Ángel (Flor de María 20, colonia Atlamaya, delegación Álvaro Obregón, cerca del Panteón Jardín).
*Fue maestro inigualable, quien nos enseñó a cuestionar los dogmas, dice su colega Adriana Velázquez Morlet
*Sostenía que los obstáculos sólo están en la mente, señala Rosalba Nieto
Mónica Mateos-Vega
Periódico La JornadaViernes 16 de abril de 2010, p. 3
El arqueólogo Enrique Nalda Hernández, uno de los más reconocidos expertos en cultura maya del país, falleció a los 73 años en la ciudad de México este miércoles, víctima de cáncer.
Nació en Logroño, España, el 14 de agosto de 1936. Hijo de una familia exiliada por la Guerra Civil, Nalda comenzó su carrera en la arqueología después de haberse graduado de ingeniero y hacer carrera en ese campo.
Estudió en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), donde conoció y estuvo cerca de figuras clave de la arqueología mexicana, como Pedro Armillas, cuyas aportaciones fueron definitorias en el interés de Enrique Nalda por el uso de la fotografía aérea en los estudios arqueológicos.
Fue profesor de la ENAH, en la cual gestionó la creación del Departamento de Investigaciones Arqueológicas, lo que por primera vez abrió la posibilidad de que esa institución tuviera un lugar en el Consejo de Arqueología del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y que sus proyectos se vincularan más estrechamente al quehacer de la escuela, pero el fuerte debate que generó ese departamento originó su desaparición, en 1984.
Entonces, Nalda aceptó la Dirección de Registro Arqueológico del INAH y dejó la ENAH, participando únicamente como profesor de las materias de técnicas arqueológicas. En esa etapa, en el noreste de Morelos, realizó un inventario de asentamientos prehispánicos empleando la interpretación de fotografías aéreas. Dirigió la última fase del Proyecto Morelos, enfocada al sector denominado “Corredor Sur” en esa entidad.
Ichkabal, la cereza del pastel
En la Dirección de Registro Arqueológico, con Javier López Camacho, Enrique Nalda sentó las bases del proyecto Atlas Arqueológico Nacional. En 1986 se hizo cargo de la Coordinación Nacional de Centros INAH. También fue socio fundador de La Jornada.
Hacia 1988, Nalda enfocó sus investigaciones a la península de Yucatán. Según narra su colega Adriana Velázquez Morlet, directora del Centro-INAH Quintana Roo, el arqueólogo buscaba un sitio relativamente tardío que pudiera documentar el llamado “colapso” del Clásico Maya.
Así llegó a Dzibanché, asentamiento al sur de ese estado, descubierto por Thomas Gann en 1927, al que dedicó muchos años de trabajo. En 1987, Nalda inició excavaciones en el sitio.
Desde las primeras temporadas, el investigador percibió la monumentalidad de Dzibanché. Los mayores avances se lograron a partir de 1992, cuando el proyecto fue incluido dentro de un grupo especial financiado por la Presidencia de la República, lo que permitió explorar el Conjunto Principal y el Conjunto Kinichná para poner en valor algunos de los edificios monumentales del asentamiento, lo que permitió su apertura a la visita.
Paralelamente a la gestión de Nalda como secretario técnico del INAH, el proyecto Dzibanché avanzó junto con otro, originalmente de menores pretensiones, iniciado en el cercano sitio de Kohunlich.
Los trabajos realizados bajo la dirección en campo de Adriana Velázquez mostraron un sitio mucho más complejo, con una fuerte ocupación del Clásico tardío y con una configuración muy diferente a la de Dzibanché.
Velázquez explica que más de 25 años de exploraciones arqueológicas permitieron a Nalda visualizar no sólo a Kohunlich y a Dzibanché como dos entidades independientes, sino a la región sur de Quintana Roo como una zona que nunca fue periférica al dominio de los reinos del Petén.
“Por el contrario, las investigaciones de Enrique Nalda permiten ver la enorme complejidad de la zona, cuya importancia política y económica durante su historia llegó a ser del mismo nivel que la de sitios emblemáticos como Tikal o Calakmul.
“Los trabajos que inició en el enorme sitio de Ichkabal, en 2009, ‘la cereza del pastel’, como él decía, le permitieron seguir avanzando sobre las diversas líneas de investigación que trazó a lo largo de más de un cuarto de siglo de trabajo. El conocimiento de la historia prehispánica del sur de Quintana Roo, y de la zona maya en general, no puede entenderse sin los aportes de Enrique Nalda.
“Fue maestro inigualable, formador de generaciones de arqueólogos, quien nos enseñó a cuestionar lo establecido y a dudar de los dogmas. Duro, durísimo en ocasiones, brillante escrutador del pasado, lector voraz y trabajador incansable. Intolerante con los incapaces y solidario con los amigos. Los estudios mayas tienen un antes y un después de Enrique Nalda, quien supo entender, como pocos, la importancia de producir historia mediante la arqueología”, puntualizó Velázquez Morlet.
Invaluable labor docente
El arquéologo Salvador Guilliem Arroyo, coordinador nacional de Arqueología del INAH, señaló que Enrique Nalda “fue uno de los más connotados investigadores de la cultura maya. Su labor como profesor de la ENAH fue invaluable, al igual que como funcionario del INAH. El conocimiento de la historia prehispánica del sur de Quintana Roo, y de la zona maya en general, no pueden entenderse sin sus aportes”.
María José Con Uribe, arqueóloga, investigadora del Centro-INAH Quintana Roo y directora de los proyectos arqueológicos Cobá y Xcaret, dijo que su colega fue “un brillante teórico de la arqueología, controversial y polémico, con gran capacidad de análisis y comprensión de los procesos culturales de las civilizaciones antiguas. Sus investigaciones en el sur de Quintana Roo desde hace más de dos décadas fortalecieron y abrieron las puertas a la arqueología moderna en el estado. En su ‘periodo maya’, se apasionó con el trabajo de campo y conjugó finalmente el antropos con el logos. Amigo siempre, cuando soplaron los vientos huracanados”.
Para Rosalba Nieto Calleja, arqueóloga e investigadora de la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH, las cátedras de Nalda en la ENAH “nos permitieron conocer aspectos teóricos y metodológicos innovadores, así como las diversas técnicas aplicadas en la arqueología. Fue maestro excepcional, un arqueólogo que quería y disfrutaba su profesión. Como compañero de trabajo y amigo nos mostró que los obstáculos sólo están en la mente, que todo es superable. Además de contar con el apoyo del amigo en todo momento. Siempre estará en nuestra memoria.”
La arqueóloga Hortensia de Vega Nova, investigadora del Centro-INAH Morelos y directora del proyecto arqueológico Oxtankah, en Quintana Roo, comentó que la presencia del querido “amigo, compañero, maestro y consejero, será imposible de borrar en la vida de aquellos colegas con los que compartió sus proyectos”.
Familiares (entre ellos su esposa, Rebeca Panameño, responsable del archivo fotográfico de La Jornada), amigos, colegas y ex alumnos lo despiden desde ayer y hasta hoy a las 15 horas en Memorial San Ángel (Flor de María 20, colonia Atlamaya, delegación Álvaro Obregón, cerca del Panteón Jardín).
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