viernes, 2 de enero de 2009

Raúl Vera López, obispo de Saltillo contra la pena de muerte promovida por Humberto Moreira Valdés

SALUDO DE FRAY RAÚL VERA LÓPEZ CON MOTIVO DEL AÑO NUEVO

“JESÚS, LUZ VERDADERA HOY”

“La Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio” (1 Jn 1,2)

Al comenzar el año 2009 los mexicanos y los habitantes del estado de Coahuila tenemos el corazón estrujado ante el sufrimiento que está provocando el ambiente de violencia que se respira en todo el entorno social. Tal situación, que niega el derecho a la vida y a la paz a muchas hermanas y muchos hermanos cercanos y lejanos, no puede dejar en la indiferencia a los cristianos, pues somos discípulos de Aquél que entregó su vida por la humanidad entera, e hizo de la restauración de la vida humana el objeto principal de su misión en esta tierra; Él declaró abiertamente que vino para que los seres humanos tuviéramos vida en abundancia (Cf. Jn 10,10). Desde esta decidida opción a favor de la vida humana, su engrendecimiento y la promoción de su dignidad, propongo a los cristianos y a todas las personas de buena voluntad, las siguientes consideraciones en torno la inciativa de ley aprobada por los legisladores de Coahuila y presentada por ellos mismos al Congreso de la Unión, con el propósito de lograr una reforma constitucional, para que se reinstaure la pena de muerte en México para los secuestradores que maten, violen o mutilen a sus víctimas.

Contexto en el que surge la propuesta

En los últimos años se ha dado en nuestra Patria un ambiente de violencia a la que no estábamos acostumbrados. Los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez y en dieciseis estados más; los crímenes cometidos por narcotraficantes de diversos cárteles; los secuestros de personas como negocio y, en muchos casos, la mutilación, violación u homicidio de los secuestrados; la participación de policías, militares y funcionarios de distintos niveles en la delincuencia organizada y, muy en especial, la impunidad de los delincuentes, nos lleva a desconfiar de nuestros gobernantes y a creer que conformamos un país en el que las leyes ni son observadas ni tienen efectos disuasivos en la gente perversa. La crueldad y la violencia han llegado a límites insospechados: se mata a las personas por decenas, se aniquila a secuestrados, inclusive a aquellos por los que se había pagado rescate, se pervierte sexualmente a niñas y niños, se violenta y asesina a mujeres.

Con los legisladores coahuilenses estamos preocupados por tan altos grados de violencia y criminalidad que vivimos en el estado y en el resto del territorio nacional. No dudamos que algunos servidores públicos tengan la mejor buena fe para enfrentar los problemas, y que algunos de ellos están arriesgando la vida en los intentos por resolverlos, pero podemos constatar que hasta hoy no hemos tenido la paz, la tranquilidad y la seguridad necesarias a la vida social e individual que el Estado Mexicano está obligado a procurarnos. Cuando se atrapa a determinados delincuentes, los ciudadanos vemos que no son castigados debidamente sea porque nuestro sistema de justicia es muy imperfecto, sea porque jueces y policías están coludidos con los delincuentes o simplemente temen las represalias por condenarlos.

Las noticias de los medios de comunicación y los comentarios hechos en los hogares casi no han dejado a familia alguna ajena al tema. Pocas personas hay que no conozcan alguna víctima o que ellas mismas no lo hayan sido. Todo lo cual ha provocado una angustia social que en varias entidades federativas se ha transformado en sentimiento de persecución. Se ha creado un imaginario colectivo por el que las personas creen que no deben confiar en sus gobernantes y en el que, a la vez, cada día temen ser víctimas de la violencia. La inseguridad, unida a la impunidad, son en sí síntomas de nuestra vulnerabilidad. También existe un comprensible enojo y anhelo de reivindicación en el pueblo mexicano, lo que ha propiciado que personas honorables empiecen a considerar caminos de reivindicación directa, como ha sucedido en algunos casos de linchamiento.

Es en este contexto en el que surge la propuesta de restablecer la pena de muerte para los secuestradores que maten, mutilen o violen a su víctima. Cabe decir que es una propuesta que no viene del pueblo, sino de legisladores de un Congreso local que aprobaron la iniciativa sin consultar a la ciudadanía.

Asumir nuevamente en la Constitución la pena de muerte tiene consecuencias graves: en primer lugar, dado que en México las instituciones de procuración e impartición de justicia son proclives a la corrupción y las políticas de seguridad pública son ineficaces, los errores que se cometan al aplicar la pena capital serían irreparables. En segundo lugar, el Estado Mexicano se ha adherido a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU y a los tratados internacionales derivados de ella, que lo comprometen a respetar la integridad de la vida humana, y lo han llevado a abolir la pena de muerte en la Constitución federal, lo que constituye un impedimento para reinstaurar la pena capital en nuestra legislación. Los tratados que nos obligan son: La Convención Americana de Derechos Humanos conocida como Pacto de San José, que firmó México en 1981; el Protocolo a la Convención Americana sobre Derechos Humanos relativo a la abolición de la pena de muerte, y el Segundo Protocolo Facultativo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, instrumentos para los que México firmó su adhesión en 2007. Al adherirse a esos documentos internacionales, el Estado Mexicano se ha comprometido a respetar y promover los Derechos Humanos en ellos contenidos, derechos que tienen el carácter de progresividad, es decir, que los países que los firman y ratifican quedan obligados, no solamente a no suprimir de su legislación los derechos reconocidos por dichos tratados, sino a alcanzar una legislación cada vez más perfecta, que garantice y promueva la defensa de los derechos humanos en su integralidad, a favor de las personas que se encuentran en su territorio.

El caminar de la Iglesia

Se ha intentado justificar la aplicación de la pena de muerte citando a la Biblia, sobre todo haciendo referencia a la Ley del Talión: “Ojo por ojo, diente por diente” (Cf. Ex 21,23-25). Sin embargo, leemos en el Génesis que Caín, asesino de su hermano Abel, lleno de remordimientos por su crimen, expresó ante Dios que cualquiera que lo encontrase lo mataría, pero Dios advierte “¡Ay de quien mate a Caín!, será castigado siete veces” (Gen., 4, 14) y para protegerlo le implanta una marca para que no sea muerto. Esta opción por la vida del ser humano, aún si llega a delinquir gravemente, también la manifiesta Dios por medio del profeta Ezequiel cuando dice: “¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado y no más bien en que se convierta de su conducta y viva?” (Ez 18,23).
Jesús anuló la ley del talión de manera radical cuando dijo: “Han oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente. Pues yo les digo: no resistan al mal, antes bien al que te abofetee en la mejilla preséntale también la otra…” (Mt 5,38-42), lo que nos muestra que Jesús impulsó la idea de amor al prójimo, perdón a los enemigos y a quienes yerran, como en el caso de la mujer adúltera, cuyo delito merecía pena de muerte en la legislación del pueblo hebreo (Cf. Jn, 8,3-11). Ante la pregunta de Pedro de cuantas veces hay que perdonar al que nos ofende, la respuesta de Jesús fue: “setenta veces siete”, lo que significa: siempre (Cf. Mt 18,21-22). En el huerto de Getsemaní, en el momento en que era apresado por los judíos, ordenó a Pedro que volviera la espada a su funda, pues había herido con ella al siervo del sumo sacerdote, para convencerlo, Jesús le dijo: “todos los que empuñen la espada a espada perecerán” (Mt 26,52). Con ello nos previno a todos de intentar resolver la violencia fomentando más violencia, pues se crearía un círculo vicioso. Por eso desde la cruz pidió perdón a su Padre para quienes lo mataban (Cf. Lc 23,34). El día de la resurrección, cuando encontró a los apóstoles reunidos en el cenáculo, su palabra para ellos fue de paz y no de reproche porque lo habían abandonado (Cf. Jn 20,19.21). Es evidente que la Iglesia no podría estar en contradicción con Jesús promoviendo la pena de muerte. La posición de Jesús ante quien yerra es de perdón. En la Biblia están los casos de Moisés que asesinó a un egipcio (Cf. Ex 2,11-12) y el de Pablo, que fue cómplice del asesinato de Esteban en Jerusalén (Cf. Hch 7,57-58; 8,1). Ambos regresaron a Dios. Esto nos debería llevar a pensar que los que asesinan hoy, también pueden regresar a Dios. El amor es más poderoso. Propicia más esperanza un sistema que cree en el perdón, el amor y la misericordia.

Es inútil negar que la Iglesia ha aceptado un tiempo la pena de muerte, como método correctivo, sin embargo, también es necesario afirmar que ella se ha retirado de esta posición de un modo muy claro. Al respecto son ilustrativas las palabras del Papa Juan Pablo II, el 12 de diciembre de 1999, en Roma, al terminar la oración del Angelus: “…Renuevo mi llamamiento a todos los responsables, exhortándolos a lograr un consenso internacional para la abolición de la pena de muerte, dado que ‘los casos de absoluta necesidad de eliminar al reo son ya muy raros, por no decir prácticamente inexistentes’ ” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2267). En esta exhortación el Papa utilizó las palabras del Catecismo que algunas personas han querido utilizar hoy para apoyar sus argumentos a favor de la reinstauración de la pena de muerte en las enseñanzas de la Iglesia.

Caminando con el Dios de la Vida

Estamos en contra de la violencia y a favor de las víctimas que causa. Sin embargo los disípulos de Cristo también tenemos que pensar en los criminales. “No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos” (Cf. Mt 9,12). Preguntémonos ¿Quién va a trabajar con ellos? ¿Quién va a reflexionar sobre las causas que los llevaron a delinquir? ¿Quién va a sanar las heridas de su vida llena de frustracón? Eliminarlos resulta una cobardía, significa aceptar que hemos fracasado como nación y no hemos sabido poner remedio a las causas que nos han llevado a los grados de violencia en que estamos metidos. La solución humana y digna es buscar las condiciones que nos lleven a vivir en un estado de derecho, en donde la justicia, la verdad y la responsabilidad ética en la sociedad, sean los valores que protejan y promuevan la vida.

En cambio, las consecuencias del restablecimiento de la pena de muerte en México serían muy negativas: prefigurarían el advenimiento de un Estado violento que legitime el uso del poder total y ratifique y premie la ineficacia de la justicia, asegurarando la insolvencia moral de nuestro sistema judicial; se abriría la puerta a juicios sumarios y a la fabricaría de delitos, con la consiguiente muerte de inocentes como ha sucedido a través de la historia de México. El papel del chivo expiatorio ocuparía el lugar del juicio objetivo. Por eso todo lo que vaya contra la vida, tanto el sistema criminal de muerte que nos ha invadido, como el intento de solucionarlo con la pena de muerte, no puede ser aceptado ni por los cristianos, ni por las personas que deseen una paz justa y duradera para nuestro país.

La solución a la violencia en la sociedad no puede venir de la misma violencia; escoger la imposición de la pena de muerte para quien delinque es negarnos a la posibilidad de que sea la vida la que triunfa. Para nosotros los cristianos el valor de la compasión nos debe impulsar a trabajar en la erradicación de las condiciones sociales que han propiciado la violencia, ello requiere el esfuerzo por readquirir los valores que hemos perdido y modificar las conductas sociales que han creado estructuras desde las que se violan sistemáticamente los derechos humanos. Reorientar las instituciones del país hacia la justicia es lo que nos conducirá a la paz. Pensar en una punición cada vez más violenta de los criminales, y no modificar las estructuras que los producen, es una solución falsa, pues no se llega a la verdadera fuente de la violencia en que vivimos. Querer resolver nuestros problemas de manera superficial, engañando a la sociedad con una aparente persecución del crimen, es contrario a la razón y a la ética.

Cristo, Esperanza de un Mundo Nuevo

Quienes creemos en Dios, que es creador del cielo y de la tierra y lo conocemos, como nos lo ha revelado Jesucristo, un Padre bondadoso que no abandona a sus criaturas (Cf. Mat 5,25-34), tenemos que agrandar nuestra visión de la sociedad para dirigir nuestra mirada a los criminales que están detrás de quienes propician y crean la violencia en las calles y alteran la paz en los hogares. Me refiero a las personas corruptas que están dentro de las insitituciones que deberían velar por la paz y la seguridad de la ciudadanía, sea desde el quehacer político, sea en la procuración y la administración de la justicia; me refiero también a quienes han creado y sostenido un sistema económico que propicia la pobreza, el desempleo, la migración forzada y la desigualdad e inequidad social. Para quienes recibimos el mandamiento del amor como norma suprema de nuestra vida, traducido éste en el servicio a la vida, a la paz, a la justicia y a la solidaridad, esta es una tarea en la que hemos de comprometer toda nuestra vida (Cf. Jn 15,12-13; Mt 5,9-10; 42.44-48). En primer lugar tenemos la grave responsabilidad de modificar las estructuras eclesiales, desechando lo caduco, y fortalecer a una Iglesia en la que sus miembros, de un modo articulado, se pongan al servicio de la vida plena que Cristo, el Príncipe de la Paz, vino a traer para todos y todas (Cf. V Conferencia General del Episcopado Latiniamericano y del Caribe, APARECIDA, Documento Conclusivo, Cap. 7, nn. 347-371).

La Buena Noticia (Evangelio) que los ángeles llevaron a los pastores de Belén, junto con el himno que entonaron ante ellos, sigue invadiendo nuestros corazones, e igual que ellos regresaron a su vida cotidiana llenos de alegría y fortalecidos por lo que habían visto y oído en la pobre gruta de Belén, así también nosotros, después de contemplar esta Navidad al que es la Vida misma, confiando en Él, nos disponemos a emprender un nuevo año. En México y en Coahuila se nos presentan en estos momentos grandes desafíos, como lo señalé en mi reciente Mensaje de Navidad, que podemos vencer si nos mantenemos firmemente adheridos al amor por la vida, como Dios nos la ha entregado, vida que debe desarrollarse en la paz y en la justicia. Sabemos que Jesús, por los misterios de su Encarnación, de su Muerte y Resurrección, se ha constituído Él mismo para nosotros en nuestra Justicia y en nuestra Paz. Por lo tanto, son valores que recibimos de Él como un regalo, pero que debemos hacer presentes en la sociedad mediante nuestra colaboración y esfuerzo, unidos a Él.

Con el ánimo fortalecido y la renovada esperanza que nos ha traído Cristo esta Navidad y la intercesión de la Virgen María, Madre de Dios y Madre de todo el género humano, que nos impulsan a seguir trabajando por la paz y el amor entre los hombres y las mujeres a quienes Dios ama tanto (Cf. Lc 2,14), les deseo a todas y todos, sin ninguna excepción, un FELIZ AÑO 2009, lleno de grandes realizaciones, convencido en mi corazón de que es posible iniciar un TIEMPO NUEVO para Coahuila, para México y para el Mundo entero. Les abrazo y les bendigo con un cariño muy grande.

Saltillo, Coahuila, 1 de enero de 2009


Fr. Raúl Vera López, O.P.
Obispo de Saltillo

No hay comentarios: