Miguel Ángel Granados Chapa
En su discurso inicial, menos enjundioso que el pronunciado a la hora de su triunfo electoral como es comprensible porque ahora es jefe de Estado y no líder de una corriente victoriosa, el nuevo Presidente tendió la mano a quienes quieran abrir el puño
Conforme a su idiosincrasia, George W. Bush puso punto final a su Presidencia con un gesto de aliento al peor Estados Unidos: indultó a dos agentes de la migra que asesinaron por la espalda a un mexicano (traficante de drogas e indocumentado, cierto, pero que pudo haber sido reducido de un modo distinto, no a balazos cuando pretendía huir).
En cambio, al convertirse en su relevo, Barack Obama apeló a las mejores esencias de la norteamericanidad, aquella que se expresó en las palabras y las obras de Abraham Lincoln y la que impregnó de fuerza trasformadora el sueño de Martín Luther King. Con elocuencia pero más allá de la retórica, porque su país y el mundo necesitan mucho más que un verbo florido y buenas intenciones, el nuevo Presidente extrajo de las raíces de su patria el programa para enfrentar la crisis más severa que ha golpeado a ese país.
Lincoln y King fueron las explícitas fuentes nutricias de la oratoria de Obama, forzado por la circunstancia formal y el entorno material a decir un discurso menos enjundioso, menos triunfal que el del 4 de noviembre. Se refirió entonces a un hecho consumado, a una victoria que se antojaba imposible o por lo menos remota, muy distante. En cambio ahora inicia una ardua labor en que el voluntarismo que fue eficaz en la contienda por los votos es apenas un ingrediente en la complicada tarea de gobernar, que ha de cuidar los fundamentos y las consecuencias de sus actos, que ha de buscar la satisfacción de intereses encontrados y la conciliación de los opuestos.
El igualitarismo, la devoción libertaria de sus inspiradores, se tradujo al lenguaje necesario en el siglo XXI. En 1863, cuando Abe el leñador definió la democracia, deseó y anunció, con esperanza en Dios, que después de derrotada la secesión ese país "tendrá un nuevo nacimiento de la libertad, y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no perecerá en la tierra".
Pero un siglo más tarde ese anhelo estaba incumplido, como lo denunció el reverendo negro de Atlanta (asesinado lo mismo que Lincoln por el oscurantismo homicida que mata los cuerpos creyendo acabar así con las ideas):"Cien años después debemos enfrentar el hecho trágico de que el negro todavía no es libre. Cien años después la vida del negro es todavía minada por los grilletes de la discriminación. Cien años después el negro vive en una solitaria isla de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material. Cien años después, el negro todavía languidece en los rincones de la sociedad estadounidense y se encuentra él mismo exiliado en su propia tierra".
Obama, que apenas tenía 7 años cuando King fue ultimado, practicó esa misma crudeza para formular el diagnóstico de la situación actual ya no de la comunidad afroamericana sino del país entero:"Nuestra nación está en guerra frente a una red de gran alcance de violencia y odio. Nuestra economía está gravemente debilitada, como consecuencia de la codicia y la irresponsabilidad de algunos, pero también por el fracaso colectivo a la hora de elegir opciones difíciles y de preparar a la nación para una nueva era", expresión esta última acaso referida a los momentos en que Bush fue elegido en vez de Al Gore y John Kerry, elección que demoró ocho años el advenimiento de la nueva era que sólo ahora se inaugura.
"Se han perdido casas y empleos y se han cerrado empresas. Nuestro sistema de salud es caro; nuestras escuelas han fallado a demasiados, y cada día aporta nuevas pruebas de que la manera en que utilizamos la energía refuerza a nuestros adversarios y amenaza a nuestro planeta.
"Ésos son lo indicadores de una crisis, según los datos y las estadísticas. Menos tangible pero no menos profunda es la pérdida de confianza en nuestro país, un temor persistente de que el declive de Estados Unidos es inevitable y que la próxima generación debe reducir sus expectativas".
Obama propuso, frente a esa crítica realidad, una combinación de prédica y práctica. Articuló muy bien los dilemas resueltos con su elección: escogimos "la esperanza sobre el temor, la unidad de propósitos sobre el conflicto y la discordia". Proclamó "el fin de las quejas mezquinas y las falsas promesas, de las recriminaciones y los dogmas caducos que durante demasiado tiempo han estrangulado a nuestra política".
En esos dogmas periclitados incluyó el prejuicio antiestatista y el endiosamiento del mercado: "La pregunta que nos hacemos hoy no es si nuestro gobierno es demasiado grande o pequeño, sino si funciona, ya sea para ayudar a las familias a encontrar trabajos con un sueldo decente, si le da la asistencia que necesita, y una jubilación digna. Allí donde la respuesta es sí, seguiremos avanzando, y allí donde la respuesta es no, pondremos fin a los programas". La cuestión no es, "tampoco, si el mercado es una fuerza del bien o del mal. Su poder para generar riqueza y expandir la libertad no tiene rival, pero esta crisis nos ha recordado a todos que sin vigilancia el mercado puede descontrolarse y que una nación no puede prosperar durante mucho tiempo si favorece sólo a los ricos".
También se opuso a tener que escoger entre "nuestra seguridad y nuestros ideales" y propuso la concordia como meta, a partir de que la herencia multiétnica es fortaleza y no debilidad. Con mensaje dirigido explícitamente al "mundo musulmán" y "a los que se aferran al poder mediante la corrupción y el engaño y la represión de la disidencia", ofreció "tender la mano si están dispuestos a abrir el puño".
Cajón de Sastre
Con pleno derecho a ejercer sus propias opciones políticas, día a día se incrementa el número de políticos y funcionarios afiliados al PAN o adscritos al gobierno federal de esa filiación cuyos padres fueron priistas sobresalientes, líderes incluso del partido gubernamental. El caso más reciente es el de Pablo Ojeda Cárdenas, que será secretario particular de Fernando Gómez Mont en Gobernación. Es hijo de Pedro Ojeda Paullada, que presidió el partido oficial entonces y varias veces fue miembro del gabinete presidencial. Hasta ahora el caso más sobresaliente de ese relevo de generaciones lo encarna el director de Pemex, Jesús Reyes Heroles, cuyo padre del mismo nombre encabezó el PRI y fue dos veces secretario de Estado y también director de la empresa petrolera nacional.
Reforma21/01/2009
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