Pablo González Casanova Henríquez*
Por años se han declarado en Chiapas “derramas” para acabar la pobreza indígena”. ¿Es eso posible? Hay evidencias de que el hambre infantil en las montañas –y suburbios– de México es un desastre inmenso, relegado y negado por la nutrición neocolonial y corporativa, intuido por la crítica, y rebelde. La guerra económica –TLCAN, etcétera–: daño y ruina campesina, migración urbana y foránea, sigue a la genocida, abierta y solapada; sicológica y militar, vs. civilización. El campo no aguanta más. Nuestro propio “Estado nacional” lo daña, como recolonizado brazo de otro: invade, engaña, saquea.
En 1984 hicimos una encuesta prescolar en cinco de nueve regiones de Chiapas: dio “73 por ciento desnutridos”. Los Altos y la Sierra estaban “en alarma nutricia”, con más de 80 por ciento de los niños desnutridos (índice peso-edad, Gómez), y más de 5 por ciento “severos”. En 1985 se instaló un sistema mensual de peso del niño en 40 localidades (cinco regiones), y la desnutrición global fue igual: 72 por ciento.
Comparando con datos directos de Kenia y Mozambique (no hambrunas francas), los africanos superaban a los locales. En 1984-1987 el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán pesó, midió y atendió a niños y madres en 284 localidades (Altos, Fronteriza, Selva, Sierra y Soconusco). Muchos sobrevivían con ampicilina, suero casero y papillas de cereales, papa o plátano; vitaminas y hierro; o en el hospital, graves. Cada comunidad, en los Altos-Sierra, producía “pilas” de niños con peso bajo, “60 por ciento del ideal”; signos vitales alterados; diarrea, neumonía, deshidratación, edema-dermatosis en piernas, cabello descolorido, parásitos. La cobertura, uno por ciento del total estatal (12 mil pueblos pequeños), fue útil. El hallazgo más sorprendente para quienes conocimos el hambre en otras latitudes fue que los niños y niñas de las montañas de Chiapas ¡dependían de la lluvia! para subir de peso. La desnutrición bajaba de 80 a 60 por ciento: al llover crecían ejotes; en dos meses, frijoles, y en cuatro, maíz, ¡como en África! La correlación “agua pluvial-desnutrición mensual” era muy alta: 20 localidades (Altos), cinco (Sierra) y dos (Soconusco-montañoso). En el resto no cambiaba. Se demostraba: carencia total de “seguridad alimentaria: social”.
Diez años después, en marzo de 1994, creímos que habría “una hambruna descontrolada”, tras los movimientos del Ejército contra el EZLN y apoyos. De 60 localidades en Fronteriza, Selva y Altos, pocas tenían “hambruna” (o “más de 80 por ciento desnutridos”). En San Antonio Las Delicias, Ocosingo, cada niño marcado con un punto, quedaba bajo el carril de “buena nutrición”. Muchos pueblos tenían niveles altos, se llevó ayuda. En Comitán (albergue IMSS, 1996) había niños desplazados hinchados, severos y graves.
En los años 90, en todas las encuestas urbanas: Comitán, Yajalón, San Cristóbal 1996 (y 1986, 2006-2007); y Tuxtla 1999 y 2000 hubo casos severos agudos, crónicos: algunos, graves, requerían hospital. La desnutrición no mejora con el dispendio que embellece las ciudades. El personal de salud lucha en hospitales y clínicas casi abandonados, sin fármacos, pero “remodelados”. Una salud pública casi “veterinaria”: no hablan las lenguas. México es hoy primero en “obesidad en la pobreza”, que esconde la desnutrición. En tal contexto: hambre, crisis, desastre, migración, se ven avances en educación y salud en las comunidades zapatistas (CZ) que dependen del pueblo organizado, dignos de valorarse.
Hay estudios que indican avance: 74 por ciento de las viviendas en CZ o “divididas” usan letrina; 54 por ciento en no zapatistas (CNZ). En atención prenatal, 63 por ciento de mujeres en CZ reciben; en CNZ y “divididas”, 35.3 y 36.4 por ciento. Desnutrición (peso) y mortalidad infantil, “sin diferencias”; “baja talla”, dos veces la notificada y mortalidad, tres veces la nacional; vacunación en CZ, más “esquemas completos” (en ambas, de niños sin vacunar).
Las CZ impulsan producción colectiva, escuelas autónomas, promotores-maestros, clases en lenguas mayas, historia local y política, currículo “oficial”); más clínicas autónomas rebeldes, salud y nutrición. Con escasos recursos y prevención, cuidado ambiental e higiene, abaten más diarreas, resfríos, tuberculosis, dermatosis. El éxito, por el cambio en el manejo de la salud. Otra vida es posible con otro espíritu, otras luchas.
Hay hambre en las montañas: “desastre mayor” que los naturales. Para entenderlo: “no reconocido, ni descubierto”, mantenido por un “coloniaje escondido” de “Estado” demencial, los pueblos resisten, no estarían sin autonomía, sembrando en cerros llenos de piedras, “sin especialistas”. Elemental dignidad del ser humano, irrenunciable: su existencia es inversa al hambre, si la hay, es que la pierden. En mi experiencia (2000-2003 y 2008), las CZ han logrado más organización: ya tenían. La dignidad recuperada les permite tener educación creativa: ciencias y humanidades de ayer y hoy, arte, poesía, literatura. “Otras” salud, alimentación, educación y “buen gobierno” se construyen con reflexión comunitaria, que conservan: se difunden “por otro mundo para muchos mundos”.
¡Lek oy, ta xi bat xa! (¡Okey, ya me voy!: así se despiden).
* Epidemiólogo nutriólogo
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