Bernardo Barranco V.
Mientras el presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, monseñor Carlos Aguiar Retes, recomienda con insistencia evangelizar el mundo del narco e incorporar a los narcotraficantes arrepentidos, el obispo Rodríguez Gómez urge que la Iglesia a evangelizar a las fuerzas armadas. No somos testigos de simples ocurrencias pastorales, aparentemente contradictorias, de altos prelados del clero mexicano, sino de posturas político teológicas que intentan dar respuesta al virtual estado de guerra y polarización que vive el país en torno a la lucha contra el crimen organizado.
No dudo de las buenas intenciones de Carlos Aguiar sobre la apertura que deba guardar la Iglesia a todos los feligreses sin importar su condición, incluyendo la de pertenecer a bandas delictuosas y de narcotraficantes; cuestiono, sí, su falta de sensibilidad política. Sus declaraciones han sido tan inoportunas que más bien despiertan nuevamente las fundadas sospechas en torno a las narcolimosnas y, las diversas formas de relación e infiltración del narco en las estructuras religiosas del país. Nos obliga a evocar el turbio magnicidio del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, en mayo 1993; los misteriosos encuentros de los hermanos Arellano Félix con el nuncio Girolamo Prigione en la sede apostólica de México, en diciembre de 1993, y recurrentes declaraciones de clérigos sobre la legitimidad de que la Iglesia acepte recursos generosos provenientes del narco.
El padre Gerardo Montaño, enlace del cártel de Tijuana; el padre José Raúl Soto, Ernesto Álvarez y el fallecido obispo Ramón Godínez son algunos de una lista de presbíteros que reconocen las bondades de los recursos ilícitos que, llevados hacia los fines apostólicos, adquieren, por decirlo de una manera, su redención. La postura del obispo de Aguascalientes generó tal polémica, que obligó al entonces secretario de Gobernación Carlos Abascal a salir en su auxilio sentenciando: “Son intereses jacobinos los que intentan deslegitimar la misión eclesiástica. ¿Acaso es un crimen que los narcotraficantes arrepentidos de sus pecados se acerquen a la Iglesia? Ella, la Iglesia, no está obligada a rendir información sobre los recursos que le entran”. La relación actual entre narco e Iglesias es un hoyo negro que se presta a las conjeturas más delirantes y merece en un futuro cercano estudios técnicos e investigaciones sociológicas precisas.
La otra recomendación enarbolada por monseñor Víctor René Rodríguez Gómez, auxiliar de Texcoco, sobre la evangelización de las fuerzas armadas, de no sólo hacer proselitismo sino responder a los militares que profesan la religión (La Jornada, 5/10/2009), debe tomarse con mucho cuidado y atención. Es cierto que el papa Juan Pablo II impulsó con vigor a escala internacional la pastoral castrense; no hay que olvidar de Karol Wojtyla fue hijo de un militar. Recordemos la misa “militar” que se celebró en Roma con motivo del año jubilar en noviembre de 2000, a la cual acudieron milicias de todo el mundo, entre ellas la FBI, la Legión Extranjera y la propia guardia suiza bajo el lema “Con Cristo, en defensa de la justicia y de la paz”. El tema tiene tal relevancia que Le Monde Diplomatique (junio 2007) tituló un artículo “El poder militar del Estado Vaticano”, resaltando la creciente influencia de éste entre policías y militares de más de 50 países.
A mediados de agosto del año pasado el cardenal Renato Raffaele Martino, presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, en un curso para capellanes militares exaltó la pastoral castrense, porque “el militar cristiano está llamado no sólo a prevenir, afrontar y poner punto final los conflictos, sino a contribuir a la reconciliación y la edificación de un orden basado en la verdad, la justicia, el amor y la libertad”. En América Latina los movimientos conservadores católicos han estado ligados históricamente a las fuerzas armadas desde el siglo XIX. A partir de 1920, la reacción antiliberal, antipositivista fue al mismo tiempo anticomunista militante; hay una fascinación franquista y hasta fascista en muchas ocasiones. Dicha intransigencia ultraconservadora lleva después de la década de los 50 a movimientos como Fiducia o Tradición, Familia y Propiedad (en Chile, Brasil, Argentina, etcétera) y se configuran grupos de jóvenes con ideales fascistas. Todos primos hermanos del Yunque mexicano.
Frente al progresismo católico de los años 60, las posturas se radicalizan y muchos grupos conservadores se imbricarán con grupos militares y paramilitares para enfrentar el avance comunista. Aquí están las semillas de la trágica “doctrina de seguridad nacional” que en el cono sur cobró magnitudes represivas insospechadas al instaurar regímenes militares autoritarios, en 1964-1985, que defendían a la sociedad “occidental y cristiana” de la amenaza externa. Dichas dictaduras fueron apoyadas por importantes núcleos de las jerarquías católicas y en los casos de Argentina y Chile existen aún hondos resentimientos y heridas abiertas hacia ciertos obispos y capellanes castrenses que están lejos de cicatrizar. Hubo una corriente en el episcopado latinoamericano que pugnaba por un mayor acercamiento “pastoral” hacia las elites militares represoras que encabezó el extinto cardenal Alfonso López Trujillo, justo cuando se apoderó del aparato del Celam en 1972, y que tuvo el apoyo del cardenal Javier Lozano Barragán, hoy en Roma, quien llegó a formular síntesis teológicas en torno a la pastoral de los centuriones militares en el poder. En dicho proceso tortuoso, la represión también alcanzó a las iglesias latinoamericanas y con un importante viraje muchos obispos, fieles e instituciones católicos se centraron en la defensa, promoción y evangelización de los derechos humanos. Más que una pastoral de narcos y otra de militares, la Iglesia católica en México debe solidarizarse proféticamente con la defensa de los derechos humanos integrales, con la justicia y con la legalidad. Atención: la historia tiene lecciones y hay que aprenderlas.
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