NAZIM, de las prisiones
recién salido,
me regaló su camisa bordada
con hilos de oro rojo
como su poesía.
Hilos de sangre turca
son sus versos,
fábulas verdaderas
con antigua inflexión, curvas o rectas,
como alfanjes o espadas,
sus clandestinos versos
hechos para enfrentarse
con todo el mediodía de la luz,
hoy son como las armas escondidas,
brillan bajo los pisos,
esperan en los pozos,
bajo la oscuridad impenetrable
de los ojos oscuros
de su pueblo.
De sus prisiones vino
a ser mi hermano
y recorrimos juntos
las nieves esteparias
y la noche encendida
con nuestras propias lámparas.
Aquí está su retrato
para que no se olvide su figura:
Es alto
como una torre
levantada en la paz de las praderas
y arribados ventanas:
sus ojos
con la luz de Turquía.
Errantes
encontramos
la tierra firme bajo nuestros pies,
la tierra conquistada
por héroes y poetas,
las calles de Moscú, la luna llena
floreciendo en los muros,
las muchachas
que amamos,
el amor que adoramos,
la alegría,
nuestra única secta,
la esperanza total que compartimos,
y más que todo
una lucha
de pueblos
donde son una gota y otra gota,
gotas del mar humano,
sus versos y mis versos.
Pero
detrás de la alegría de Nazim
hay hechos,
hechos como maderos
o como fundaciones de edificios.
Años
de silencio y presidio.
Años
que no lograron
morder, comer, tragarse
su heroica juventud.
Me contaba
que por más de diez años
le dejaron
la luz de la bombilla eléctrica
toda la noche y hoy
olvida cada noche,
deja en la libertad
aún la luz encendida.
Su alegría
tiene raíces negras
hundidas en su patria
como flor de pantanos.
Por eso
cuando rie,
cuando ríe Nazim,
Nazim Hikmet, no es como cuando ríes:
es más blanca su risa,
en él ríe la luna,
la estrella,
el vino,
la tierra que no muere,
todo el arroz saluda con su risa,
todo su pueblo canta por su boca.
Pablo Neruda
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