Carlos Montemayor/ II y última
Pues bien, la voz mexicana o, para decirlo con propiedad, el mexicanismo agandayar mantiene ciertos sentidos históricamente documentados desde el gótico y occitano hasta el gallego y el portugués, pasando por el catalán y el castellano mismo. Mantiene el sentido de “ladrón” del gandalla catalán, pero le agrega la condición despreciable o de baja estofa del gandaia portugués y gallego. Conserva en su sentido la “bribonería” del gandaya castellano y del gandaia gallego y lo “elusivo” o “retorcido” de las voces matrices del gótico y del occitano antiguo. Como mexicanismo ha recibido una amplia riqueza de funciones verbales y adjetivas que sólo se comparan quizás con las que ha recibido del gallego. En México se transforma en la voz verbal reflexiva agandayarse, en la sustantiva el agandaye, en el participio y adjetivo agandayado, en la forma sustantiva gandayán que en la frontera norte se aplica al que abusa de la confianza de otro y no solamente al que se apropia de lo ajeno. Pero, por supuesto, la palabra misma gandaya vuelve a servir, revitalizada, para denotar a los que están fuera del camino o que tuercen el suyo, a los asaltantes.
La ironía mexicana hace del gandaya además, en cierto modo, un tipo socarrón, puesto que no sólo se emplea para insultar o señalar con desprecio a una persona que roba con “poca clase”, sino que a menudo se la aplica a sí mismo el hablante, reconociendo entre burlas y veras que en algún momento “cayó” o “descendió” de su condición honorable al nivel del gandaya común. Aunque la voz se haya revitalizado en los bajos fondos de la frontera del norte o de las grandes ciudades del país, agandayarse no implica ya la ubicación específica o la pérdida definitiva de un estatus social, sino un giro, un quiebre, una wandjan o wenden, una gandilh pasajera. Es decir, ha perdido la rigidez social que guardaba en occitano, catalán, castellano, portugués y gallego, y ha ganado ductilidad para recorrer libremente, de ida y vuelta, todos los estratos sociales.
Para terminar, permítanme agregar una pequeña curiosidad léxica más, que nos puede ilustrar el largo camino que la voz gandaya ha recorrido hasta ser enriquecida por los mexicanos actuales. Usamos la forma verbal agandayar (llar) en vez de engandayar (llar), que sería lo más “correcto”, en parte porque seguimos la costumbre mexicana de decir “afocar” en vez de “enfocar” o “acompletar en vez de “completar” y en parte porque quizás tratamos de sugerir otros datos. En los albores de la palabra, cuando aún no se desprendía de su atmósfera catalana, engandallarse significaba “ponerse la cofia” o “recogerse los cabellos en la red de seda”. Esto es, en algún momento denotó la acción del ladrón catalán de recogerse el cabello en la gandall o gandalla, en la redecilla o cofia. Ahora, en México, agandallarse es reconocer que todos, en algún momento, podemos ser capaces de descender de nuestra condición honorable y asaltar a nuestro prójimo en muchos sentidos, no sólo a campo abierto como bandolero común.
Por último, he empleado al principio de estas páginas las formas agandayarse (llarse) y agandaye (lle) porque no estoy seguro de cuál sea la mejor opción ortográfica. A lo largo de esta reseña histórica me he apegado a la ortografía de la tradición castellana, pero presiento que el uso mexicano de estas voces nos llevará a emplear la “ll” en vez de la “y”. ¿Por qué? Presiento que los sentidos y la entonación de las voces mexicanas se aproximan más a los usos y entonaciones del catalán y del gallego que del castellano, y que la grafía con “ll” estaría más cerca de los sentidos que por tradición ha tenido la palabra en esos mismos idiomas. O sea, el uso en México determinará también su posible futura vida ortográfica.
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