■ La CIDH le otorgó protección tras el asesinato de uno sus compañeros de la FLOC, en 2007
Arturo Cano
Baldemar Velásquez vive en Ohio y tiene un teléfono celular que sólo utiliza cuando está en México. Así ocurre con muchos ciudadanos estadunidenses con intereses en nuestro país. Pero Baldemar Velásquez no gastó un centavo en el aparato, porque se lo dio la Secretaría de Gobernación. Sólo tiene unos pocos números en la memoria: “Emergencia 1 y Emergencia 2” son los primeros.
El teléfono le fue entregado luego de que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) otorgó “medidas cautelares” para proteger la integridad de Baldemar y otros miembros del Comité de la Organización de los Jornaleros Agrícolas (FLOC por sus siglas en inglés), del que Velásquez es presidente.
La protección deriva del asesinato del activista del FLOC, Santiago Rafael Cruz, en abril de 2007.
El sindicato abrió una oficina en Monterrey, México, lugar del crimen, para atender a los jornaleros que tramitan su visa de trabajo para ir a los campos de Carolina del Norte. Unos meses antes, el FLOC había logrado la firma de un contrato con la Asociación de Granjeros de Carolina del Norte (NCGA). Pero nunca hubo acuerdo con la contraparte de los rancheros en México: los enganchadores o reclutadores, afectados en su negocio de esquilmar a los jornaleros. Entre la visa y otros gastos administrativos, un aspirante a la visa H2A (para trabajo agrícola) debe gastar unos 350 dólares. Pero los enganchadores son amos y señores de las listas y un jornalero puede llegar a pagar hasta mil 500 dólares o más.
El sindicato abrió una oficina en Monterrey, México, lugar del crimen, para atender a los jornaleros que tramitan su visa de trabajo para ir a los campos de Carolina del Norte. Unos meses antes, el FLOC había logrado la firma de un contrato con la Asociación de Granjeros de Carolina del Norte (NCGA). Pero nunca hubo acuerdo con la contraparte de los rancheros en México: los enganchadores o reclutadores, afectados en su negocio de esquilmar a los jornaleros. Entre la visa y otros gastos administrativos, un aspirante a la visa H2A (para trabajo agrícola) debe gastar unos 350 dólares. Pero los enganchadores son amos y señores de las listas y un jornalero puede llegar a pagar hasta mil 500 dólares o más.
Desde que abrieron la oficina, los miembros del FLOC padecieron robos, además de vigilancia y acoso constantes, que continuaron luego del asesinato del activista. Esas actividades, que Baldemar atribuye a las redes de enganchadores (“son los únicos que nos han amenazado”), terminaron en cuanto se establecieron las medidas cautelares.
La oficina del FLOC fue cerrada por un tiempo y reabierta como Centro de Justicia Santiago Rafael Cruz.
Por el asesinato hay un preso, Jaime Martínez Amador, quien tenía antecedentes criminales en Estados Unidos por asalto y tráfico humano y de drogas. El detenido ha señalado a otras tres personas, una de las cuales fue detenida por la policía de Arizona en noviembre de 2007 y deportada a Sonora. Las autoridades estatales, dice Baldemar, lo dejaron libre. Cuando el FLOC pidió una explicación le dijeron que hubo “mucha presión de familiares del presunto delincuente y de un periódico”.
César Chávez “nos tiraba de a locos”
Además de su teléfono celular, en su viaje a México Velásquez carga con su guitarra. Canta, claro, Cielito lindo y las canciones de las huelgas en los campos.
Baldemar Velásquez nació en Pharr, Texas, cerca de la frontera con México, en 1947. “Viví una vida de migrante”, dice, porque sus primeros años transcurrieron de campo en campo. “Mi apá nos crió a hacer buen trabajo y por eso nunca faltó un ranchero que nos contratara. Si eran malos con nosotros, pues ya no regresábamos al año que entra”.
Al ingresar a la universidad, en plena época de la lucha por los derechos civiles, Baldemar fue de voluntario a Cleveland, Ohio, y se hospedó con una familia negra y pobre.
“Después de unos días, el viejo de la familia quiso saber mi historia: ‘Eres el único voluntario que no se ha quejado de las ratas’, me dijo. Baldemar le contó de su trabajo en familia, que comenzó a los seis años de edad, y de cómo él y su hermano convivían con las ratas en los establos y gallineros donde dormían. Él y su hermano esperaban que una rata cayera sobre la cobija que compartían, para estirarla al unísono y lanzarla por los aires.
El viejo negro peló unos ojotes: “Dios mío, ¿por qué andas aquí? ¿Por qué no vas a ver por tu propia gente?”
“Fueron las preguntas del año”, dice ahora Baldemar, sentado frente a una pechuga rellena, en una reciente visita a México.
El FLOC fue fundado en 1967, en la casa de los padres de Baldemar, con las familias amigas. “Puros amigos de mi apá y comadres de mi amá”, dice Velásquez.
La anécdota no convierte al FLOC en un sindicato familiar. Baldemar conoció y trató a líderes chicanos de la talla de Bert Corona y Ernesto Galarza. Y atesora el recuerdo de la única tarde que escuchó por horas a Martin Luther King, cuya encendida oratoria contrasta con el hablar “suavecito” de César Chávez. “Igual que muchos, Chávez nos tiraba de a locos, porque Ohio no es reconocido como un lugar de organización de los trabajadores”.
La “locura” de Baldemar es de largo aliento. En 1978 encabeza una de las huelgas agrícolas más grandes en la historia del medio oeste de Estados Unidos. En 1979 emprende un boicot contra Campbell’s Soup, que incluye una marcha de casi mil kilómetros, en 1983, de Ohio a la sede de la empresa en Nueva Jersey.
En 1986 logró que la empresa de enlatados aceptara firmar un convenio que ayudó a establecer mejoras laborales y aumentar los salarios de los jornaleros hasta en 80 por ciento.
Once años más tarde, y tras una larga batalla, logró un convenio similar con la compañía Mt. Olive Pickles, envasadora de pepinos encurtidos, lo que significó un convenio con la poderosa NCGA, principal contratista de jornaleros que van “legales” a Estados Unidos con las visas H2A.
Se trata, en todos los casos, de convenios tripartitos. Participan grandes empresas procesadoras de productos agrícolas, los rancheros y el sindicato de jornaleros.
Se trata, en todos los casos, de convenios tripartitos. Participan grandes empresas procesadoras de productos agrícolas, los rancheros y el sindicato de jornaleros.
“Las grandes corporaciones controlan toda la cadena de producción, determinan todo el proceso. Los granjeros firman con ellos condiciones a veces terribles hasta para ellos”.
En la batalla contra grandes corporaciones, Baldemar ve a los granjeros como aliados. “La NCGA, que encabeza Stan Eury, ha hecho grandes esfuerzos pese a las críticas de los rancheros”.
Las batallas contra grandes empresas
Tras los jitomates y los pepinos, Baldemar va sobre los cigarros. Su campaña contra la gigante del tabaco RJ Reynolds ha entrado ya en su segundo año. El FLOC pretende organizar a unos 30 mil jornaleros –la mayoría mexicanos y guatemaltecos– en los campos de cultivo de tabaco en Carolina del Norte que surten a la gigantesca tabacalera. Si el lector fuma Camel, Winston o Salem sabe de cuál empresa se trata.
Las campañas anteriores del FLOC han tocado la “buena imagen” de las compañías. Por ejemplo, distribuían fotos de niños trabajando en los campos de jitomate y así lograron que en dos meses los cuentahabientes retiraran 18 millones de dólares de un banco ligado a Campbell’s en Filadelfia.
Pero, ¿tendrán el mismo éxito con una tabacalera cuya imagen de por sí está por los suelos? “Tienen una imagen terrible, sí, pero pueden hacerla peor. No sé por qué no usan esto para mejorar su imagen, parece que no se les prende el foco”, dice Baldemar.
Hasta ahora los dirigentes del FLOC, así como líderes religiosos, estudiantiles y comunitarios que los apoyan, han enviado miles de cartas y visitado a los directivos de Reynolds. Pronto llevarán su lucha a Gran Bretaña y planean llegar al boicot si la empresa mantiene su postura: los jornaleros “no son nuestros empleados”.
Si la cerrazón se mantiene, el FLOC emprenderá el boicot: “Como decía Luther King, ‘cuando uno les toca su posibilidad de hacer dinero todo es negociable’”, afirma Velásquez.
Más que en las enseñanzas de King o César Chávez, funda sus acciones en “la vida espiritual de mi amá”, quien era muy devota. En 1986 Baldemar se volvió diácono para los jornaleros de una iglesia cristiana. “Me alcanzó el espíritu de reconciliación, algo más difícil que nomás tumbar al que está en contra”.
Baldemar Velásquez se sabe blanco de críticas por su trabajo con los jornaleros temporales, que en Estados Unidos carecen de casi todo derecho. “Son programas de esclavitud, me dicen. Mi rollo como organizador es organizar a los esclavos para liberarlos”, dice, y se arranca con una canción que proclama: “¡Viva la huelga en el field!”
Para alguien que dice que “se trata de resolver diferencias, no de sólo pelear porque te gusta pelear”, Velásquez ha peleado bastante.
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