Marcela Turati
Crudas, conmovedoras, las historias que cuentan los paisanos que regresan a sus comunidades de origen a raíz de la crisis económica que los dejó sin empleo en Estados Unidos. Aquí, en su país, la mayoría siguen desempleados. Y lo peor: algunos no se adaptan porque durante su ausencia el país cambió, o porque sus hijos, nacidos en el extranjero, son objeto de burla porque no hablan bien el español.
Como náufragos, nueve indígenas esperan a que termine de freírse la ardilla que cocinan en una fogata. Esa es su única comida; no tienen tortillas, ni salsa para acompañar su frugal alimento, menos refresco.
Una vez terminado el guiso, cada uno engulle el trozo que le corresponde. Así, solo, a pura saliva. Desairan nada más la cabeza, ya café de tanto tatemarse.
Hace unos meses dos de los comensales eran paisanos en Las Vegas, donde construían casas para gringos. Ahora los nueve son iguales: desempleados del Valle del Mezquital, lugar de nopaleras, arena y casas que se quedaron a medio construir por el abrupto cese de las remesas provenientes de esos paisanos que se fueron al jale a Estados Unidos y ahora están de regreso.
"En mis buenos tiempos mandaba al mes remesas de mil dólares. Los últimos días mandé 100, 150, si es que me sobraba, pero al final nomás alcanzaba para sostenerme yo", dice con la mirada baja uno de los comensales que dice llamarse Roberto invéntele el apellido.
Los nueve están en una fogata a un par de kilómetros del balneario Eco-Alberto, donde se ofrece a los lugareños y a quien pase por ahí un atractivo simulacro del cruce ilegal por el desierto de Arizona, con todo y polleros corruptos, caminatas extenuantes, migras asesinos, sed y animales ponzoñosos.
Los dos hidalguenses invénteleelapellido engrosan las estadísticas nacionales de migrantes mexicanos que retornan de Estados Unidos para quedarse en sus comunidades ante la falta de trabajo allá en el otro lado. Ya no aportan dinero a sus familias y son un estómago vacío más en sus casas. Son, también, la avanzada de "los millones", "las oleadas", "las masas" de paisanos que regresarán de Estados Unidos expulsados por la crisis, según los funcionarios de gobierno.
Sin embargo, especialistas en el fenómeno migratorio -demógrafos, sociólogos, académicos- alzan la ceja con escepticismo cada vez que escuchan estas declaraciones. Ellos aseguran que los paisanos no van a regresar de manera masiva y dan su argumento, lógico, por lo demás: ¿A qué vienen si saben que en México van a estar peor?
Los expertos parecen no estar errados.
Vivir arrimado
El defeño José Pérez y su esposa oaxaqueña Jazmín se conocieron la década pasada y se enamoraron; se casaron, tuvieron dos hijas y vivieron en el poblado de Frijol, en Nueva Jersey. Hace tres meses que regresaron y ahora comparten una casa con los padres de José en Milpa Alta, al sur de la Ciudad de México.
El costo de regresar al país ha sido más alto de lo que el matrimonio pensaba: sus niñas dejaron de probar la carne y la leche desde que José se quedó sin trabajo.
"Yo le decía a José: 'No hay que irnos. Me quedo yo, vete tú'. Yo tenía miedo de la economía en México. Pensaba que aquí, para trabajar, me piden secundaria; en Frijol, no", dice Jazmín, delgada, guapa, moderna, en la oficina del Gobierno del Distrito Federal donde tramitan el seguro de desempleo.
"Acá todo cambió, todo es muy caro, todo", dice él, aliviado por estar con su familia, pero apenado porque sus hijas carecen de servicios médicos y escuela gratuitos, y porque ellas ya no prueban leche.
"Es lo que se extraña: comprar pollo, carne, darles leche. Me gustaría volver con mis niñas. El Obama, como también fue migrante, parece que va a dar empleos", sueña ella.
Otro caso es el de María Menchaca. En diciembre pasado ella y sus cuatro hijos abandonaron Phoenix, Arizona, y llegaron a desempolvar su casa que hace una década dejaron abandonada y en obra negra en La Piedad, Michoacán.
Ya en México, por falta de papeles, su hija más pequeña, de nueve años y oriunda de Arizona, debió ser inscrita en una costosa escuela privada; los dos mayores, quienes cursaban high school allá, ahora se niegan a seguir estudiando por la pena que les da haber olvidado escribir en español, y la quinceañera fue rechazada en el Conalep.
A casi un año de su llegada, la situación de María y sus hijos no ha mejorado. "Mis hijos han buscado trabajo en las tiendas, en hoteles, pero en ningún lado los llaman. Ni siquiera en construcción. Mi muchacha ha querido estudiar y no la dejan, en ningún lado la quieren, le dicen que por qué no se quedó allá", relata María por teléfono, frustrada.
Se queja: "En México está peor la cosa".
José, el jefe de la familia, se quedó en Phoenix para dar la pelea. Por la crisis de la industria de la construcción tiene trabajos ocasionales dos o tres días por semana. Esta situación lo obligó a dejar el departamento que alquilaba cuando su familia estaba con él; ahora vive de arrimado en la casa de una hermana, como cuando recién llegó.
Eso es lo que ocurre a muchos paisanos que no tienen sus documentos en regla. Por la crisis de empleo, se fueron apretando el cinturón: primero dejaron de pagar el seguro del auto y limitaron gastos; después tuvieron que devolver las casas y los autos que durante años pagaron al banco porque "ya no completaban para la mensualidad"; se juntaron con otros mexicanos, y al final, dejaron de mandar remesas. Lo que ganan sólo les alcanza para irla pasando.
Sus familiares en México lo saben bien porque lo padecen.
Cristina García, adolescente que ahora está en el rancho El Tablón, en Hidalgo, dice mientras revuelve con sus codos masa para tamales: "Antes mis tíos mandaban unos 200, 300 aunque sea, a la quincena, ahora no mandan nada. Tienen como seis, siete meses sin mandar".
Tiene el pelo negro con mechas rojo fosforescente; cocina en el patio de su casa de adobes viejos debajo de una lámina oxidada, en un terreno rodeado de nopaleras.
Ella dice que por el recorte de las remesas, sus primas, con las que vive, tuvieron que abandonar la secundaria y ahora están buscando trabajo. No sólo eso: la familia entera dejó de probar carne.
"Uno se daba el lujo de comprar cosas, por lo menos un pedazo de carne; ahora, la verdad, ya no alcanza", dice sin dejar de batir la masa. Pero ya tomó una decisión: "En enero me voy a Las Vegas a buscar trabajo".
El regreso será normal
El anuncio del regreso masivo de mexicanos se expandió tras una declaración de la secretaria de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Alicia Bárcena, quien a finales de octubre advirtió que hasta 3 millones de mexicanos podrían regresar debido a la crisis global. El secretario de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, aseguró días después que el país está listo para recibir a esos paisanos.
Y a principios de mes, Carlos Villanueva, presidente de la Asociación Mundial de Mexicanos en el Exterior, vaticinó que entre noviembre y enero millón y medio de migrantes regresarán; la Confederación Nacional Campesina calculó en 1.4 millones el número de jornaleros retornados. En cascada, los gobernadores de los estados expulsores de mano de obra comenzaron a anunciar que miles de personas aterrizarán en sus territorios...
El director del Departamento de Estudios Sociales de El Colegio de la Frontera Norte (Colef), Rafael Alarcón, fue de los primeros que salió a refutar ese tipo de declaraciones alarmistas. "Lo que está pasando es el retorno normal por la Navidad de muchas personas que vienen a pasar sus vacaciones en México", dice a Proceso.
Señala que el pánico al retorno masivo de migrantes es cíclico. Así fue durante la Gran Depresión de 1929 y al final del Programa Bracero en 1964: lo mismo sucedió tras la promulgación de la Ley Simpson Rodino en los ochenta y con la Propuesta 187, impulsada por el gobernador californiano Peter Wilson durante 1994.
Alarcón cree que los migrantes podrán resistir cambiando de empleo (pasando de la construcción a la agricultura o al sector informal) o mudando de residencia.
Razona: "Alguien que ya está allá, que pagó el alto costo de cruzar la frontera, que afrontó muchos peligros, va a tratar de conseguir algo y no regresar a México, porque su percepción es que no hay oportunidades en México.
"El relator especial de Naciones Unidas sobre los Derechos Humanos de las Personas Migrantes, el mexicano Jorge Bustamante, también sostiene que los paisanos no regresarán a sus comunidades de origen a corto plazo ni de manera masiva.
Primitivo Rodríguez, coordinador de la Coalición por los Derechos Políticos de los Mexicanos en el Exterior, considera que hasta mayo podrá saberse cuántos paisanos decidieron quedarse después de las fiestas decembrinas y si el gobierno articuló alguna estrategia de respuesta.
Y Paula Leite, directora de Estudios Socioeconómicos y Migración Internacional del Consejo Nacional de Población (Conapo), sostiene: "Creemos que regresarán cuando agoten todas sus posibilidades de supervivencia (...) No estoy diciendo que no va a pegar (la recesión); va a haber un regreso pero no a la escala que he escuchado. Yo preguntaría: ¿a qué vienen?
"Explica que los migrantes más afectados por la crisis estadunidense serán los que provienen de estados de reciente flujo migratorio, entre éstos Chiapas, Oaxaca y Veracruz, pues carecen de redes sociales o familiares para sortear las dificultades.
Si agotan sus posibilidades de supervivencia regresarán a los pueblos y localidades semiurbanas de donde salieron. Será difícil aprovechar la experiencia laboral que traigan porque en sus lugares de origen carecen de fábricas; regresarán con pocos recursos a hogares generalmente pobres. Difícilmente traerán ahorros. Las remesas que enviaron se gastaron en la supervivencia de los familiares que se quedaron en México: la compra de alimentos, el pago de escuela, la ropa...
Licenciada en geografía humana y maestra en demografía, Leite menciona que, según cálculo reciente del Conapo, entre los estados más afectados por la baja de las remesas debido a su peso en el PIB local destacan Hidalgo y Chiapas; les siguen Guerrero, Oaxaca y Guanajuato.
El dolor del fracaso
En los cruces fronterizos las autoridades aún no reportan las caravanas de migrantes que esperan entrar a México. Los paisanos llegan ahora a cuentagotas, desafiando a las estadísticas. Han dejado huella de su regreso en las oficinas del gobierno, donde preguntan cómo legalizar actas de nacimiento o certificados escolares.
En el caso del Distrito Federal, a diario llegan cinco familias de retornados a pedir un seguro de desempleo. Por las oficinas han cruzado muchas historias: deportados que no se adaptan a su nueva casa; profesionistas que no encuentran empleo; jóvenes que no quieren regresar a sus estados de origen por sentirse fracasados; personas que formaron otra familia en Estados Unidos; reencuentros incómodos; hacinamiento en casas de familiares...
"Están buscando ayuda de sus propios familiares en cuestión de vivienda o trabajo. Vienen con mucha incertidumbre, habían hecho planes, la expectativa era mejorar. Traen hijos pequeños que hablan sólo inglés y son motivo de burla en sus escuelas porque la mayoría no les entienden.
"En el mejor de los casos lo hablan revuelto pero no lo escriben. Esto lleva a que algunos papás pidan prestado para mandar a sus hijos a escuelas privadas", dice Guadalupe Chipole, la responsable del Centro de Atención a Migrantes y a sus Familias, del gobierno del Distrito Federal.
Ella propuso a 12 familias acudir a la Unidad de Atención Psicológica a Migrantes que ofrece la Universidad Intercontinental. Sólo dos aceptaron.
El psicólogo y coordinador de la unidad, Fernando Valadez, sostiene: "El regreso siempre tiene un impacto emocional. La persona se encuentra con otro México, con un choque y con dificultad para la readaptación; todo cambió cuando no estuvieron.
"Él considera también que no habrá regreso masivo de paisanos. "Si ya cruzaron la frontera prefieren quedarse allá. Saben que aquí van a estar peor", dice.
Añoranzas
El biólogo Roberto Manríquez tiene una misma rutina desde que regresó de Albuquerque, Nuevo México, hace siete meses: leer los anuncios clasificados de los periódicos y caminar por las zonas industriales del Distrito Federal y el área conurbada en busca de empleo. No ha conseguido nada."Acá no hay trabajo; nada.
Está difícil. Ya fuimos a una agencia de bolsas de trabajo pero quieren que sea uno más joven", dice su esposa, Graciela Becerra, quien tiene 40 años y es cirujana dentista. Ella también está desempleada.
Ambos vivieron cinco años en Albuquerque y añoraron siempre su tierra. Ahora que están en Coacalco, Estado de México, extrañan tener un empleo.
"Pensábamos encontrar trabajo y establecernos aquí, pero no hemos encontrado. He ido a cerca de 40 empresas y no hay vacantes. He pedido de todo: auxiliar de producción, de laboratorio, de ayudante general, y nada; he visto empresas en las que ni entro porque piden menores de 40 años", dice Roberto, a quien no le sirve haber sido jefe de control de calidad en una embotelladora, ni jefe de turno de producción en una fábrica de alimentos. Su defecto es tener 47 años.
Ella dice que en Albuquerque no los discriminaban así. Y recuerdan con nostalgia aquel "país de oportunidades" donde un salario bastaba para vivir con comodidades, dicen.
Saca un álbum fotográfico y comienza a señalar y a describir cada una de las fotos: "Este - dice- era el coche que teníamos... Trabajas dos meses y compras un coche... Este era el hospital, el servicio no era como el IMSS... Él (Roberto) tenía cuenta en un banco y otra en una tienda como Liverpool...
" Y sigue: "Estas son mi nutrióloga y la cardióloga... El baby shower que me hicieron... El día que nevó... La carta que la primera dama y el gobernador me mandaron para felicitarme por mi bebé...
"La pareja regresó porque murió un familiar y otro enfermó. Pensaban conseguir empleo e instalar un consultorio con el dinero que ganaron en Estados Unidos y que fueron prestando a sus familiares, pero nadie les ha pagado.
"No salieron las cosas como habíamos pensado, la situación está canija. Con Obama hay mucha probabilidad de que nos regresemos", dice ella.
No se necesita leer más casos para saber cuál es por ahora la suerte de los paisanos recién llegados, sin una política pública específica que los atienda. El dilema es si los paisanos resistirán en Estados Unidos pensando que acá van a estar peor, o bien si "millones" de ellos regresarán a buscar la oportunidad que México les negó hace tiempo.
Proceso 16/11/2008
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