miércoles, 19 de noviembre de 2008

Los tres entierros de Mouriño

Denise Dresser

Al igual que Pete Perkins, el protagonista de Los tres entierros de Melquiades Estrada, Felipe Calderón quiere darle un buen entierro a su amigo. Así como el personaje terco, decente y profundamente humano -encarnado por Tommy Lee Jones- el presidente comparte un sueño justiciero. Quiere exaltar al amigo, conmemorar al colega, aplaudir al funcionario, exigir que quienes lo lastimaron en vida ahora asuman el peso de su muerte. Pero la crestomatía de discursos e imágenes que México ha presenciado desde la muerte de Juan Camilo Mouriño es más que eso, o podría serlo. Al enterrar a su amigo, Felipe Calderón debería reconsiderar la estrategia política que encabezó.
Al lamentar el deceso de su mano derecha debería aprovechar para reflexionar sobre el resto de su cuerpo político.
El dolor del presidente ha sido obvio y se entiende por qué. A Felipe Calderón debe pesarle -ahora más que nunca- la soledad del palacio. Pierde a un amigo y a un aliado. Pierde a un cuate y a un colaborador. Pierde a quien lo ayudó a llegar a Los Pinos y a quien lo ayudó a gobernar desde allí. Juan Camilo Mouriño representó una cierta forma de hacer política basada en la amistad, en la lealtad, en la incondicionalidad. Fue constructor del círculo compacto y su principal operador. Fue el miembro más polémico del gabinete pero al mismo tiempo el más defendido. Gozó de la confianza que le tuvo un hombre siempre renuente a depositarla. Desde la perspectiva del presidente, Mouriño le ayudó a ganar batallas, resolver problemas, obtener acuerdos, desactivar conflictos. Mouriño fue mancuerna y motor, asistente y asesor, hermano y operador.
Por ello no sorprende la construcción a posteriori del héroe. La exaltación del patriota que muere en el campo de batalla y se convierte en el Colosio del panismo desde entonces. Intachable, inmejorable, insuperable. Sus críticos son mezquinos y envidiosos, reprocha Felipe Calderón. El PAN jamás pactará con los delincuentes que acabaron con él, grita Germán Martínez. Por la memoria de Juan Camilo no vamos a permitir que el narcotráfico y las drogas lleguen a nuestros niños, arenga su propio padre. Mientras Luis Téllez hace todo lo posible para sugerir que la muerte de Mouriño no fue un atentado, el PAN se empeña en sugerir todo lo contrario. Mientras Luis Téllez pide paciencia para esclarecer el incidente, los panistas intentan diseminar ya su propia versión. Mouriño el de las manos limpias, víctima de criminales organizados con las manos sucias.
Frente a la pérdida lamentable, emerge la maniobra capitalizable. Frente a la tristeza compartida y legítima, surge la propensión a colocar a Juan Camilo Mouriño en un pedestal. A erigirle una estatua. A esculpirle un monumento. A olvidar a los otros que iban en el avión con él. Y a archivar aquello que lo acompañó en vida: ese conflicto de interés que el PAN nunca estuvo dispuesto a reconocer ni a sancionar. Esa costumbre panista de pensar que los negocios privados son perfectamente compatibles con los puestos públicos. Esa forma de justificar como "legal" lo que en cualquier democracia funcional sería considerado poco ético.
Pero más allá de la controversia personal en torno a los contratos familiares que firmó cuando era miembro de la Comisión de Energía, Mouriño será recordado por el estilo personal de gobierno que a través de él Felipe Calderón promovió. El gobierno "ostión", encerrado en su concha, alejado de su propio partido, encabezado por un grupo de jóvenes talentosos pero poco experimentados. El gobierno entendido como la continuación del equipo de campaña y manejado desde Los Pinos. El gobierno ejercido como correa de transmisión de un presidente que no confía lo suficiente en su propio gabinete. El gobierno construido como un círculo compacto, en el cual no hay cabida para panistas prominentes. Un equipo estrecho que permite la obtención de logros concretos. Muy eficaz para obtener acuerdos en el Palacio Legislativo, pero poco capaz de tender puentes con el PAN. Muy exitoso para convencer a los priistas, pero menos hábil para retener el apoyo electoral de la población. Y como resultado paralelo de su gestión: un PRI fortalecido que gana plaza tras plaza.
Al nombrar a un hombre del perfil de Fernando Gómez Mont, quizás Calderón reconoce los límites de la ruta recorrida por Mouriño y la necesidad de que llegue a su fin. Gómez Mont es conocido por su capacidad y su colmillo, su habilidad para formar parte del gobierno y defender a criminales de cuello blanco que lo subvierten, su pleito público con Ricardo Salinas Pliego y la independencia que ha demostrado al enfrentársele. En pocas palabras, es un hombre del sistema al cual ahora se le pide que ayude al presidente a transformarlo de forma incremental. Es un panista convocado al equipo felipista con la tarea de ensancharlo. Es un político pragmático al que se le solicita negociar en una era en la cual también va a ser necesario pelear.
Porque la era de los acuerdos parlamentarios a cualquier precio parece concluir. En el momento de ceder ante sus adversarios, el gobierno panista deberá recordar que en julio de 2009 se enfrentará a ellos. En la coyuntura en la que falta mucho por hacer, el PAN no puede dejar de pelear por el poder. Y ello entrañará ejercerlo de otra manera. No sólo pactando con el PRI, sino tendiéndole la mano con mayor frecuencia al ala moderada del PRD. No sólo concediendo mucho a la hora de sentarse a la mesa con sus contrincantes, sino entendiendo que debe hacer para vencerlos en las urnas. Mientras el presidente pacta reformas desde Los Pinos, el PRI se impone desde la periferia. Mientras Felipe Calderón lamenta la muerte de Juan Camilo Mouriño, haría bien en recordar el costo de la tersura y la inexperiencia y la juventud de su mano derecha: un gobierno exitoso desde la perspectiva parlamentaria, pero cuestionable desde la perspectiva político electoral.
En estos tiempos tristes en los cuales el presidente lee la Biblia en busca de consuelo, quizás sería bueno que recordara aquellas palabras de Jesús: "Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos". Y eso es lo que Felipe Calderón debería hacer. Enterrar de buena forma a su compañero y reconocer lo que también debe morir con él. Enterrar con cariño al colaborador cercano y revisar el papel que desempeñó. La mejor manera de honrar a Mouriño no sería cargar con su cuerpo o intentar preservarlo, como lo hiciera el amigo de Melquiades Estrada. La verdadera redención sólo se dará si el presidente logra seguir solo y caminar en una ruta mejor.

Proceso 16/11/2008

1 comentario:

OCALESIV dijo...

MUY VALIOSO LO QUE DEMOCRATA NORTE DE MEXICO EXPRESA EN ESTE BLOG.
ESPERO QUE SIEMPRE LO MEJOR SEA PARA USTEDES.