domingo, 3 de agosto de 2014

Matar con método

SE ENSAÑAN CON LA POBLACIÓN CIVIL


El miércoles 30 Israel anunció un cese al fuego de 15:00 a 19:00 horas. Muchos palestinos aprovecharon para aprovisionarse de víveres en el mercado de Shojaiya. A las 18:00 horas varios proyectiles impactaron el mercado. Diez minutos más tarde, cuando un grupo de personas se había acercado para ayudar, se produjo un nuevo ataque, y unos minutos después, otro más. Antes de las 19:00 horas una multitud peleaba por ingresar a la morgue del principal hospital para recoger a sus muertos. En los rostros había lágrimas, rabia, indignación…
domingo, 03 de agosto de 2014
GAZA (Apro).– El poste partido en dos todavía conservaba el grafiti que hizo un vecino, quien además tenía un auto de color naranja. El automóvil, aunque aplastado, permanecía en el sitio donde siempre lo estacionaba.
Eso le permitió a Rimez al Azazmhe —una mujer palestina de 27 años— reconocer la calle donde vivía. Desde ahí pudo observar lo que quedó de su vivienda: una montaña de escombros.
Caminó hacia su casa. No pudo llegar. Escuchó disparos que impactaban cerca de ella: ¡Tup, tup, tup! Dio la vuelta y echó a correr.
—Probablemente eran disparos de advertencia para que no te acercaras —le dice otra mujer gazatí a Rimez.
—¿Cómo voy a saber si son de advertencia? ¡No voy a acercarme al soldado israelí para preguntarle! —replica Al Azazmhe.
Ambas mujeres permanecen en la escuela de la Organización de Naciones Unidas (ONU) ubicada en el barrio de Jabaliya, convertida en refugio para personas que perdieron sus hogares o que debieron alejarse de ellos.
Si Rimez hubiera caído tiroteada, lo más probable es que el gobierno de Israel la hubiese culpado de su propia muerte. El día que le dispararon fue el sábado 26 y el ejército israelí había declarado un cese al fuego de 12 horas. El objetivo oficial de dicha tregua era facilitar la búsqueda de heridos y de cadáveres bajo los edificios destruidos. Medios de comunicación israelíes interpretaron la pausa como una forma de permitir a Hamas, la organización extremista que domina la Franja de Gaza, que evaluara el daño infligido y el costo de su resistencia. También se esperaba que la población hiciera lo mismo y, quizás, se rebelara contra Hamas.
En cualquier caso, miles aprovecharon la pausa para regresar a sus hogares en busca de sus parientes desaparecidos y para recuperar algunas posesiones. Unos se pusieron a rascar entre los escombros; otros, como Rimez, fueron espantados a tiros.
A centenas de palestinos, en cambio, la destrucción ni siquiera les permitió identificar los principales puntos de referencia de sus barrios: el banco donde guardaban sus ahorros, la escuela de sus hijos, la mezquita en la que cada mañana imaginaban la existencia de un Dios...
Cuatro días más tarde —el miércoles 30—, Israel prohibió a los palestinos acercarse a esas zonas so riesgo de perder la vida. Y aunque no lo hubiera hecho, nadie confía en la palabra de ese gobierno ni de sus fuerzas armadas. Los hechos dan la razón a los desconfiados: ese mismo miércoles el gobierno israelí declaró un cese al fuego de cuatro horas. En ese lapso atacó el mercado de Shojaiya, mató a 17 personas y dejó a 200 heridas.
‘ZONA COLCHÓN’
Desde lo alto de uno de los edificios del barrio de Shojaiya se puede ver el estado en que se encuentran las zonas centro y este de ese vecindario después de los bombardeos israelíes. Lucen como si hubiera pasado el equipo de demolición más grande y torpe del mundo: manzanas enteras aplanadas, con capas uniformes de cemento y fragmentos de metal; cerros caóticos de ruinas deformes; altos pilares por aquí, pavorosos cráteres de misil por allá; mantas, colchones destripados y ropa a retazos dan entristecidos toques de color a un paisaje de destrucción.
No se trata de torpeza, sino de método. Destruidos los inmuebles e infraestructura, es más fácil remover escombros y limpiar el área. Tal es el objetivo de Israel: impedir que estas regiones sean de nuevo habitadas; limpiar el territorio de seres humanos.
Así, el gobierno del primer ministro, Benjamín Netanyahu, quiere establecer la llamada "zona colchón": a partir de su frontera con Gaza, despejar tres kilómetros hacia el interior de la Franja. Asegura que ello es necesario para impedir que, desde ahí, se construyan túneles que permitan la infiltración de enemigos hacia Israel.
Lo que complica las cosas es que Gaza es una franja de tan sólo seis kilómetros de ancho, con un pequeño abultamiento en los límites con Egipto. De acuerdo con la Oficina de Coordinación para Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA, por sus siglas en inglés), esto implica arrebatarles a los palestinos de Gaza 44% de su territorio, el cual es ya de por sí bastante poco: una franja de sólo 42 kilómetros de largo (como ir del Zócalo de la Ciudad de México a la caseta de Cuautitlán) que hacina a un millón 800 mil habitantes; una tira de arena reseca, sin agua ni vegetación ni fábricas. Más de la mitad de los habitantes de Gaza son descendientes de refugiados que vivían en lo que hoy es Israel y que fueron expulsados de sus casas en 1948.
De manera recurrente el gobierno de Netanyahu acusa a Hamas de amenazar a los habitantes de Gaza para que éstos no abandonen sus viviendas cuando el ejército israelí les ordena evacuar.
BOMBARDEOS
Rimez tiene otra versión: recuerda que su marido se negaba a aceptar las exigencias que le hizo una desconocida soldado israelí que llamó al teléfono de su vivienda a las 3 de la mañana y les dio cinco minutos para levantar de la cama a los niños y salir.
"Mi esposo gritaba que no, que era todo lo que teníamos, que por qué, y se encerró en el baño. Yo corrí con mis hijos tan lejos como pude, pero la fuerza del misil que destruyó la casa nos derribó en la calle. Él murió adentro", relata Rimez.
En clara violación de los convenios de Ginebra, que establecen la obligación de respetar a los civiles y sus propiedades, Israel declaró objetivo militar toda construcción o espacio donde por alguna causa sospeche que se esconden, se han escondido, se lanzan o se hayan lanzado cohetes que llegan a su territorio.
También devinieron objetivo militar los hogares de quienes son —o se sospecha que son o alguien dice que son— miembros de Hamas o alguna facción de la resistencia palestina. Los inmuebles se bombardean aunque los "sospechosos" ya no vivan allí, o aunque se trate sólo de uno de los muchos departamentos de un edificio donde habitan personas inocentes. Incluso se atacan pese a que la persona jamás haya habitado ahí: es suficiente con que haya estado de visita.
El jueves 31 y debido a la pasividad que ha mostrado la comunidad internacional ante estos hechos, Navi Pillay, comisionada del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, calificó los hechos como crímenes de guerra. Incluyó en ellos no sólo los cometidos por Israel, sino también por Hamas, grupo al que acusó de emplazar y disparar cohetes dentro de zonas habitadas. También se dirigió a Estados Unidos, que además de proveer el armamento pesado que se usa ahora en Gaza, destinó mil millones de dólares para financiar el sistema defensivo Cortina de Hierro, que protege eficazmente a Israel contra esos cohetes, sin otorgar a los gazatíes "protección equivalente contra el bombardeo" israelí.
RABIA, INDIGNACIÓN…
En la "zona colchón" no hace falta esconder cohetes o ser de Hamas: la falta que comete la población es, simplemente, estar allí. Rimez niega que ella o su marido hayan sido militantes de Hamas. Pero vivían en Shojaiya, barrio condenado por Israel a la destrucción, como lo están también los asentamientos de Beit Hanoun, Beit Lahiya y otros.
A sus 27 años, Remiz se quedó sin marido ni hogar, y con cuatro niños pequeños. Llegó a la escuela de Jabaliya el viernes 18 y, de inmediato, su hijita de dos años y medio se llenó de ronchas en cara, espalda y piernas. No hay quien la atienda porque los casos gravísimos se acumulan sin dar respiro a los médicos.
Tampoco Ataf Rabe, de 25 años, ha conseguido que atiendan a su niña Sanaa, de 14 meses, que lleva tres días con fiebre y dolor de pecho.
Eso no es lo peor. La escuela de Jabaliya fue bombardeada.
Naciones Unidas asegura que transmitió al ejército israelí las coordenadas de ese centro educativo nada menos que 27 veces. "No pudo ser una equivocación", dijo Eric Guiness, director de la ONU en Gaza. Pero las fuerzas israelíes bombardearon la escuela. Fue el sexto ataque en tres semanas en contra de instalaciones de la organización que funcionan como refugios.
Ataf y su esposo Rami dormían con Sanaa y su hermanito, Abdallah, en un rincón de la escuela, afortunadamente a salvo de las explosiones. Pero no de su estruendo. "No me di cuenta de lo que estaba pasando, sólo desperté encima de mis hijos —recuerda Ataf—. Había ruido y alaridos, pero yo sólo trataba de protegerlos con mi cuerpo".
A las 5:15 de la mañana del miércoles 30, las fuerzas israelíes lanzaron cinco obuses contra la escuela, saturada con 3 mil refugiados. Uno cayó en la casa vecina y, otro, en la calle. Los demás, en los salones donde dormían decenas de familias. A las 9:00 horas rescatistas y voluntarios se llevaron a 19 personas muertas y 105 heridas. Quedaron frente a la puerta una decena de caballos y burros destrozados por la metralla, con los cráneos y los vientres abiertos.
ATAQUES
"Llevamos dos semanas aquí porque Israel nos ordenó que evacuáramos", reclama Rami. "¡Ahora nos ataca!".
Sólo en la noche del martes 29 al miércoles 30 los bombardeos mataron a 43 personas e hirieron a cientos.
En el hospital Kemal Aduan, el principal de la zona de Jabaliya, médicos y guardias eran incapaces de establecer orden entre las familias enloquecidas por la tragedia. Una madre peleaba a gritos con varios hombres. Quería llegar hasta su hijo para llevárselo. Los médicos le habían dicho que era necesario amputarle un brazo. Ni la condena de premios Nobel, intelectuales y otros miembros de la sociedad civil ni el profundo deterioro de la imagen internacional de Israel (lo que se ha traducido en un incremento de los ataques racistas contra judíos), ha conseguido que el ejército modere su actuación. Ni siquiera que respete sus propios ceses al fuego, como ocurrió la misma tarde del fatídico miércoles 30, cuando anunció que habría uno cuya vigencia sería de las 15:00 a las 19:00 horas.
Muchas personas aprovecharon para salir de sus escondites y aprovisionarse con lo que pudieran encontrar. A las 18:00 horas varios proyectiles golpearon el mercado de Shojaiya, hiriendo a los viandantes. Diez minutos más tarde, cuando un grupo de personas se había acercado para ayudar, se produjo un nuevo ataque. La táctica de lanzar una bomba y, minutos después, lanzar otra en el mismo sitio, es usada por grupos terroristas para provocar el mayor número de víctimas.
Pero en este caso el golpe fue triple. Un grupo de personas se congregaron en el inmueble impactado para rescatar los cuerpos de personas heridas y muertas. Algunos periodistas también llegaron. Y les cayó un bombardeo más.
Antes de las 19:00 horas una multitud peleaba por entrar a la morgue del hospital Shifa, el más grande de Gaza. En los rostros había lágrimas, rabia, indignación. Muchos todavía no podían creerlo.
TÉMORIS GRECKO

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