Víctor M. Quintana S.
Lo escribimos en este espacio hace casi dos meses (La Jornada, 15/5/09): los güeros, la comunidad de Le Baron, en Galeana, Chihuahua, tuvieron voz, se organizaron, se movilizaron ante el secuestro del joven Erick Le Baron y lograron que sus captores lo liberaran luego de una semana. Vencieron el miedo, dijimos, de este sólido grupo de mormones disidentes del noroeste de Chihuahua.
Pero los hacedores de miedos se empecinan en imponerlos. El martes 7, poco después de la una de la madrugada, un comando de una veintena de hombres fuertemente armados, enchalecados, encapuchados, encascados, irrumpe en la vivienda de Benjamín Le Baron, en la comunidad de Galeana, lo levantan, junto con su cuñado Luis Widmar, quien acude –desarmado– a ayudarlo y son ejecutados. Junto a ellos dejan una manta: “Para los Le Baron que no creyeron y siguen sin creer, para Klery Jones (ex alcalde y dirigente de la comunidad), por los 25 jóvenes levantados en Nicolás Bravo. Atentamente, El General”.
El dolor y la indignación recorren las praderas recién llovidas del árido noroeste chihuahuense. “En un momento se quedaron huérfanos 10 niños, todos menores de siete años, cinco de Benjie (Benjamín) y cinco de Luis”, señala Julián Le Baron, hermano del primero. Los bien plantados muchachos y muchachas rubios lloran con sobriedad, y no se doblan.
Conocí a Benjie en los primeros días de mayo. Parecía el más bajo, el más delgado, el más frágil de los lebarones que vinieron a exigir al gobierno de Chihuahua la liberación de su hermano Erick. Pero era tal vez el más fuerte. El de la convicción más profundamente arraigada. El de la dirigencia fincada no en el protagonismo, sino en el servicio cotidiano a sus semejantes. A los 32 años era padre de familia, empresario, activista de su comunidad, cabeza de su iglesia local y, en estos días de lucha, el dirigente de la primera comunidad que en el país se yergue ante la delincuencia organizada.
Sin embargo, no hubo protección alguna ni para Benjie ni para su familia ni para su comunidad. Aun así no se amedrentaron, al contrario, intensificaron su activismo y empezaron a construir redes sociales contra la delincuencia y una policía comunitaria. Comenzaron a tejer el proyecto de un “SOS Chihuahua” para su atormentada tierra.
Su movimiento, su activismo, son intrínsecamente defensivos y pacíficos. Por eso no entienden la amenaza sangrienta de la manta. Los “25 jóvenes levantados en Nicolás Bravo” son un grupo de supuestos sicarios aprehendidos por el Ejército el 11 de junio en el municipio de Madera. Habría que ver si están todos los que son y son todos los que están… cosa no infrecuente en las redadas de militares.
Sicarios con sed de venganza o paramilitares con afanes escarmentadores, el hecho es que llegaron, destruyeron y mataron sin que ningún orden de gobierno pudiera evitarlo. Y si un gobierno no vela por la seguridad de quienes se levantan contra el miedo, es gobierno cómplice del miedo, gobierno que quiere gobernar asentado en el miedo.
Cuando lo importante es apoyar a quienes restablecen el tejido social, a quienes construyen capital social, a quienes creen en la participación ciudadana como cimiento de la seguridad pública, el gobierno los desprotege. Por eso el noroeste de Chihuahua es zona de desolación. De Nuevo Casas Grandes han emigrado por lo menos 40 empresarios por temor a la extorsión y al secuestro. En esa ciudad, de apenas 50 mil habitantes, se roban un promedio de 60 vehículos diarios. Los agricultores ya ni quieren sembrar porque el año pasado aún no levantaban la cosecha y ya les estaban pidiendo “cuotas” y secuestrándolos. Por otro lado, los ministerios públicos federales están ausentes u ocupados en ejecutar las decenas de órdenes de aprehensión contra los agricultores que protestan por los altos cobros de energía eléctrica. Al mismo tiempo miembros de las fuerzas armadas siguen violando los derechos humanos como nunca, tan impunemente como siempre.
Al contrario de lo que reza la amenaza dejada junto a los cuerpos de los dos jóvenes, los dirigentes de Le Baron sí han creído y siguen creyendo. No en que la fuerza del crimen es superior a ellos. No en que la pasividad y el refugio en lo individual es la mejor estrategia en tiempos de terror. Su creer valiente de todos los días es que en este país somos más los buenos que los malos. Es que la muerte de algunos, por queridos que sean, no mata la lucha de todos. Es que hay que exigir a las autoridades y, a la vez, participar para la propia defensa. Convicción y lenguaje de hombres y mujeres íntegros, comprometidos con su comunidad y con su patria, como Benjie, como Luis, que no los entienden ni los cárteles ni los gobiernos lejanos a su pueblo.
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