miércoles, 4 de julio de 2012

¿Fue democrática la elección?

Enrique Dussel*

Que hubo elección nadie lo puede dudar, pero lo que nos preguntamos es: ¿fue democrática? Y ahí comienzan las dudas, sobre todo por la significación estrecha y equivocada de democracia que tienen el IFE y el candidato fabricado por la televisión.

Pareciera que el acto de la elección de un candidato define la democracia, olvidando que lo que hace al acto democrático son las condiciones que ese acto debe cumplir. Es todo lo que antecede, todo lo que está antes del acto de elección lo que califica al acto de democrático o antidemocrático. La elección misma no se autocalifica como democrática por el hecho de haberse ejecutado.

En primer lugar, la democracia es el nombre de un sistema de legitimación (véanse las tesis 8 y 10 de mi obra 20 tesis de política, Siglo XXI, México, 2006). La legitimación no es la legalidad. Legal es el acto que cumple la ley. Se puede cumplir la ley sin convicción subjetiva, por obligación, contra la propia voluntad, hasta con violencia, y sin embargo el acto acorde objetivamente con la ley es legal. Por el contrario, un acto se juzga como legítimo si el sujeto que lo cumple lo cree válido, es decir, si subjetivamente se tiene la convicción, si se cree que el acto pudo realizarse libre y equitativamente. La acción es legítima, en nuestro caso una elección de candidatos, si el futuro votante, la comunidad política, el ciudadano subjetivamente está convencido de que tuvo iguales condiciones, es decir, pudo participar simétricamente en los pasos previos a dicha elección. Si por ejemplo, fue coaccionado (comprando su voto), o fue obligado (bajo un posible castigo), o fue informado incorrectamente (por falsas noticias o encuestas distorsionadas que presentaban un ganador seguro sin serlo), o si durante seis años se presentó a un candidato en todo su esplendor de mercancía apetecida como noticia cotidiana del monopolio televisivo (monopolio ya intrínsecamente no democrático como medio de producción de candidatos, porque no admiten que otros den informaciones contrarias que darían al televidente la posibilidad de una información plural, es decir, democrática) y no bajo el rubro de publicidad político partidaria (lo que impidió a otros candidatos estar en la pantalla continuamente bajo la limitación de gastos de campaña, con la complicidad continua del IFE que no invalidaba esa desigualdad en las condiciones de una campaña anticipada), o si durante esos seis años se difamó a otro candidato de manera sistemática y también cotidiana, si acontecieran todos estos hechos no se habría cumplido el requisito de ser democrático el acto electivo, porque no hubo simetría o igualdad en las posibilidades de dar a conocer sus programas o a responder simétrica o equitativamente las críticas que se le hacían continuamente a los otros candidatos.

En efecto, en la elección del primero de julio se han cumplido todos esos actos condicionantes que producen en gran parte del electorado la convicción subjetiva de que no fueron todos los candidatos tratados simétricamente, con igualdad. El acto que subjetivamente el ciudadano no considera válido, y que considera que objetiva o institucionalmente se ha permitido esa desigualdad (en recursos monetarios de campaña, en tiempos de propaganda, en humillación del pueblo comprando sus votos, etcétera, etcétera), no es legítimo. Y si la democracia es el sistema de legitimidad, es decir, que institucionalmente crea objetivamente sus condiciones de realización, la elección que acaba de realizarse no puede ser calificada de democrática.
Los que creen que es democrática porque simplemente se ha cumplido el acto de elección de candidatos tienen un sentido fetichista de la democracia. Creen que el simple acto de votar torna al acto y al representante electo de democráticos. Y no es así. El acto es democrático por sus condiciones de posibilidad, antes de ser puesto como acto.

Ha habido fraude, es evidente, aun por el hecho de que se repartieron tarjetas de consumo que llenaron las tiendas para comprar mercancías ante la noticia de que serían anuladas. Pero lo peor no es que haya habido fraude con muchos mecanismos diversos y cada vez más sofisticados; lo peor es que esas campañas organizadas por un partido triunfante, no legítimas ni democráticas, muestran la corrupción de su concepción de la política como tal. El viejo PRI desprecia al pueblo al considerarlo tan ignorante e ingenuo que puede con una limosna (¿qué son, sino limosnas, migajas, esos pocos pesos, comparados con los robos que los representantes “legítimos” realizarán en el ejercicio del poder fetichizado, corrompido?) comprar su voluntad obediente. Lo peor es ese desprecio soberbio que le permite usar al pueblo como la imbécil prole que no merece respeto.

Por ello, y ante tantos oprobios que sufre el pueblo, sobre todo el más pobre, es lícito objetar el resultado, al menos para que no tengan una conciencia del todo tranquila ante tantos hechos antidemocráticos que han consciente e institucionalmente orquestado.

¡Hay memoria! El presidente Felipe Calderón ha cosechado en el estruendoso fracaso de su partido la semilla de su ilegitimidad. ¿No acontecerá lo mismo con el que se encumbra a la Presidencia debiendo el aparente “triunfo” a la falsa democrática publicidad sistemáticamente programada por el monopolio televisivo? ¿No será nuevamente la gran estatua fastuosa, brillante y potente de metales preciosos y resistentes, pero con pies de barro? Esos pies de barro son la falta de honesta legitimidad, la falta de haber sido elegido de manera democrática auténtica y sincera que crea en adherentes y oponentes la convicción subjetiva de que se ha ganado o perdido justamente. Y en este caso el perdedor puede ser éticamente convocado a trabajar junto al antagonista por una causa común que es la patria. Pero si hay ilegitimidad, toda convocación al mirar hacia adelante y olvidar los agravios de la contienda, son vacías bravuconadas del antiguo PRI, que por su cinismo llenan a los espíritus de rabia o rencor, y no de reconciliación y solidaridad.

* Filósofo

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