lunes, 27 de agosto de 2012

Siria: el sucio negocio de la limpieza


Robert Fisk

Cada día se informa de una nueva masacre en Siria. Este domingo fue en Daraya. Matanza cometida por soldados, según los opositores a Bashar Assad. Perpetrada por terroristas”, de acuerdo con el ejército sirio, el cual presentó a la esposa de un soldado que supuestamente fue baleada y dejada por muerta en una tumba de Daraya.

Por supuesto, todos los ejércitos quieren permanecer limpios. Todos esos galones dorados, todos los honores de batalla, todo ese semper fidelis de los desfiles. El problema es que cuando entran en guerra se alían con las milicias más impresentables, con pistoleros, reservistas, matones y asesinos en masa, a menudo grupos de “vigilantes” locales que invariablemente contaminan a los hombres de vistoso uniforme y pomposas tradiciones, hasta que generales y coroneles tienen que reinventarse a sí mismos y su historia.

Pensemos en el ejército sirio. Da muerte a civiles, pero asegura tomar todas las precauciones para evitar “daños colaterales”. Los israelíes dicen lo mismo, al igual que los británicos, los estadunidenses y los franceses.

Y, desde luego, cuando un grupo insurgente –el Ejército Sirio Libre o los salafistas– se hacen fuertes en las ciudades y poblaciones de Siria, las fuerzas del gobierno abren fuego, matan civiles, miles de refugiados cruzan la frontera y CNN informa –como hizo el viernes por la noche– que los refugiados maldecían a Bashar Assad al huir de sus hogares.

Y no puedo olvidar que Al Jazeera, odiada por Bashar ahora como alguna vez lo fue por Saddam Hussein, regresó de Basora en 2003 con imágenes terribles de mujeres iraquíes muertas y heridas y de niños despedazados por fuego británico de artillería contra el ejército iraquí. Y no necesitamos mencionar todas esas bodas y esas inocentes aldeas tribales en Afganistán que fueron pulverizadas por la artillería, los jets y los drones estadunidenses.

Los militares sirios, lo admitan o no –y no me alegraron las respuestas que recibí de los oficiales la semana pasada sobre ese tema–, trabajan con los shabiha (“defensores de las aldeas”, los llamó un soldado), una horda asesina, integrada por alauitas en su mayoría, que ha dado muerte a cientos de civiles sunitas. Tal vez la Corte Internacional de La Haya declare algún día responsables de esos crímenes a soldados sirios –pueden jurar que no tocará a los guerreros de Occidente–, pero será imposible que el ejército sirio saque a los shabiha de la historia de su guerra contra los “terroristas”, los “grupos armados”, el Ejército Sirio Libre y Al Qaeda.

El intento de deslinde ya ha comenzado. Los soldados sirios combaten a petición de su pueblo, para defender a la nación. Los shabiha nada tienen que ver con ellos. Y tengo que decir –una vez más, no estoy comparando a Bashar con Hitler ni el conflicto en Siria con la Segunda Guerra Mundial– que la Wehrmacht alemana trató de ensayar el mismo juego narrativo en 1944 y 1945, y luego, en forma mucho más grande, en la Europa de posguerra.
Los disciplinados elementos de la Wehrmacht nunca cometieron crímenes de guerra ni genocidio contra los judíos de Rusia, de Ucrania o de los estados del Báltico, como tampoco en Polonia o Yugoslavia. No: fueron esos malvados criminales de las SS o los Einsatzgruppen o la milicia ucraniana o la policía paramilitar lituana o la Ustashe proto-nazi los que ensuciaron el buen nombre de Alemania. Pamplinas, claro, aunque los historiadores germanos que se dieron a la tarea de probar la criminalidad de la Wehrmacht aún hoy soy objeto de vilipendio.

El ejército francés de Vichy trató de limpiarse las garras afirmando que todas las atrocidades fueron cometidas por la Milice, mientras los italianos culparon a los alemanes. Los estadunidenses se valieron de las bandas criminales más viles de Vietnam, los franceses usaron a las fuerzas coloniales para masacrar insurgentes en Argelia. Los británicos toleraron a las fuerzas especiales B en Irlanda del Norte hasta que inventaron el Regimiento de Defensa del Ulster (UDR, por sus siglas en inglés), el cual, contaminado por las matanzas sectarias, fue finalmente desbandado.

El UDR relucía de limpio comparado con los alemanes, pero en el punto más intenso de la ocupación de Irak los estadunidenses pagaban a las “guardias vecinales” sunitas para que liquidaran a sus enemigos chiítas, y a reservistas semejantes a sicarios –junto con uno que otro profesional– para que torturaran a sus prisioneros en Abu Ghraib.

Y ahí está Israel, que tuvo que arrastrarse cuando su milicia falangista libanesa masacró a mil 700 palestinos en 1982. Su milicia Ejército Libanés del Sur, igualmente despiadada, torturaba prisioneros con electricidad en la prisión de Khiam, dentro de la zona ocupada por Israel en el sur de Líbano.

Por supuesto, la guerra mancha a todos los que participan en ella. Los hombres de Wellington en las Guerras de la Península no pudieron prevenir que sus aliados guerrilleros españoles cometieran atrocidades, como tampoco los británicos y estadunidenses pudieron evitar que sus aliados soviéticos violaran a cinco millones de mujeres alemanas en 1945. ¿Acaso los turcos no usaron su propia versión de las SS –junto con la milicia kurda– para que ayudara al genocidio de los armenios en 1915?

Los aliados de la Segunda Guerra Mundial cometieron su parte de ejecuciones extrajudiciales –aunque no en la escala de sus enemigos– y, gracias a YouTube, el hoy tan amado Ejército Sirio Libre ha difundido sus propios asesinatos en Siria. Lanzar policías desde las azoteas y matar a balazos a los shabiha luego de torturarlos no da lustre a la fama de La Clinton y messieurs Fabius y Hague. Mantener la limpieza es un sucio negocio.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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