¿Por qué tal severidad, tanta virulencia contra Carmen Aristegui [Noticias MVS] por su manera de informar sobre nuestros dos colegas que aparecen en un video conversando con el michoacano Servando Gómez Martínez, a quien el Estado atribuye el máximo liderazgo de la organización criminal los caballeros templarios?
Desde su destacada visibilidad en la industria de las noticias, Aristegui hizo lo que haría en sus circunstancias la mayoría de nosotros los periodistas: 1) Recibir el material enviado por el propio Gómez Martínez; 2) maquilarlo, para presentarlo como una real investigación periodística; 3) montar el tribunal paralelo, y ahí 4) consumar el juicio mediático—cierto, con una particularidad que me hizo notar así una querida amiga: «Nunca había escuchado a Aristegui, a quien mira que respeto, saborearse la sangre».
En un gremio periodístico tan precarizado en cultura democrática, funcional a una industria noticiosa depredadora, que en su protagonismo de poder fáctico sin contrapesos maquila a granel información de toda fuente posible, sin estándares deontológicos claros y conocidos, basados en el respeto a la legalidad, los derechos humanos y el interés público, Aristegui actuó bien, en esta lógica hizo su trabajo de manera irreprochable.
Un síntoma de las sociedades polarizadas —como lo está hoy la nuestra— es que todo el que puede se beneficia de la violencia, y eso se ve claramente en esta nueva coyuntura noticiosa desatada por Gómez Martínez:
- Por obvio interés criminal estratégico, él quería imponer agenda y lo consiguió sin contrapesos —este personaje siempre refleja una enorme sensibilidad mediática.
- En su estilo verboso, Aristegui suele presentar «contenidos agregados» como investigaciones periodísticas exclusivas, sin que la veracidad sea necesariamente una delimitación profesional. Como en el caso anterior, tampoco tiene contrapesos ni dentro de su medio industrial ni entre su obsequiosa audiencia.
- Nuestros compañeros Eliseo Caballero y José Luis Díaz aparecen en el video haciendo negocios con Gómez Martínez —inmersos, como vive nuestro gremio en Michoacán y otras regiones del país, en un entorno de control a través de la violencia y el soborno—, sin denotar tampoco límites éticos —me consta que el periodismo de Díaz es singular.
- ¿Qué hace el grueso de la audiencia? Entretenerse, divertirse, sorprenderse, pero tal vez no preguntarse cuál es su responsabilidad en la calidad de la información que recibe, la industria que se la provee y el gremio que le maquila a dicha industria, y cómo erigirse en saludable contrapeso.
- ¿Y el Estado democrático? Ausente. Los gobiernos federal y estatal están enfocados en reequilibrar el peso regional de los poderes fácticos, no para propiciar mejores condiciones de convivencia social, sino para generar un orden criminal estable.
Todo lo anterior nos muestra que las dos expresiones del periodismo mexicano que se manifiestan en esta coyuntura mediática propiciada por Gómez Martínez resultan tan lamentablemente complementarias que conforman una sola en realidad: la industria noticiosa y el periodismo haciendo negocios con la violencia, instrumentalizados por todo tipo de poderes, aprovechando la inacción ciudadana y la ausencia del poder público como mecanismo de regulación de las relaciones sociales y el espacio público.
En suma, la debilidad del Estado de derecho expresada en el sistema de medios.
Y, bueno, aparte de todo, pues tiene su gracia que los periodistas nos alarmemos viendo a periodistas negociando, condescendiendo y recibiendo dinero de personajes públicos asociados a actividades delincuenciales, ¡tiene su gracia!
Tuits
1) Nos vemos en el Primer Encuentro sobre Elecciones Calidad Democrática y Juicios Paralelos 2014, ¡no se lo pierdan!, mañana y el viernes, en Toluca.
2) Esta mañana [septiembre 24, 2014] el Comité Ciudadano para el rescate de la Comisión Nacional de Derechos Humanos en favor de las Víctimas acudirá a la Cámara de Diputados a entregar una denuncia contra Raúl Plascencia Villanueva, presidente de dicha Comisión, para que sea sometido a juicio político por su cómplice inacción.
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