La sociedad tiene miedo ante la delicuencia y nadie se atreve a denunciar
En Matamoros damos muy buenos narcos; controlan todo
Las familias empezaron a descomponerse desde 1970; cuando llegaron las empresas maquiladoras las madres se fueron a trabajar a las fábricas y los hijos quedaron solos.
En la ciudad operan 127 maquiladoras que dan empleo a más de 53 mil personas. Pero en el sector servicios y en los negocios que se dedican a exportar e importar mercancías, se lava 30 por ciento de los ingresos del cártel del Golfo
Gustavo Castillo García
Enviado/La Jornada
Matamoros, Tamps. “Aquí nos dedicamos a dar buenos narcotraficantes, ¡y muy buenos! Esa es la verdad. Los de Sinaloa pueden parecer lo mismo; a lo mejor siguen siendo narcos puros, pero aquí ya es otra línea: controlan todo. ¿La sociedad?, está desmadrada totalmente. Está muy cabrón que una voz se acerque a los tiras y les diga algo. La raza tiene miedo. Ustedes mismos, los periodistas, si tocan un nervio, se los empinan antes de que salgan de Matamoros. Eso no es miedo, es la verdad”, lanza de un tirón Enrique, un sesentón que, asegura, ha conocido a jefes, jefes del narcotráfico en esta frontera, como Juan García Ábrego y Osiel Cárdenas.
Asegura que también tiene contacto con el actual comandante de la región, aunque hay uno que es nacional, y a ese se le respeta donde quiera.
El rostro bonachón y de aparente tranquilidad que se mira bajo el sombrero texano se contradice con el lenguaje de su cuerpo. Las manos de don Enrique van y vienen a su cintura, como si trajera un arma encajada; voltea en forma insistente hacia todos lados mientras suelta información en el único sitio donde accedió a hablar, el estacionamiento de un centro comercial.
Las paredes oyen
Porque en Matamoros, más que en ningún otro lugar de la frontera tamaulipeca, las paredes oyen, pero también lo hacen las banquetas, las mesas de café, los taxis, los vestíbulos de los hoteles, en fin, todo mundo y en todos lados puede delatar.
Por eso, este norteño que se presentó a sí mismo como empresario, sin especificar en qué actividad, guarda todo género de precauciones: Aquí las cosas han cambiado mucho; antes sabías por qué te iban a chingar, y si te escondías en las faldas de tu mujer y junto a hijos hasta te la perdonaban. Pero se rompió el código de honor que tenían los bandidos. Se han ido terminando esos valores.
En Matamoros habitan 550 mil personas, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), aunque la población flotante se calcula en 250 mil más. Estudios gubernamentales estiman que 43 por ciento de sus pobladores viven en situación de elevada pobreza, lo que explica el enquistamiento de la delincuencia organizada.
Miguel, quien pidió no publicar su apellido y es uno de los muchos empleados públicos que por seguridad duermen en Brownsville, Texas –población vecina ubicada en Estados Unidos–, sostiene que la problemática empieza porque a las ciudades fronterizas se las chingaron las maquiladoras. Las familias se han ido descomponiendo desde los años 70, cuando las madres se fueron a trabajar a las fábricas y sus hijos tuvieron que irse solos a la primaria, a la secundaria, a cualquier parte.
Aquí en Matamoros, delincuencia y juventud son vistos como una sola cosa. “Los jóvenes ven esto (el narcotráfico) como un hobby, como algo natural, porque a lo mejor todos tenemos un pariente o un amigo que está metido. Los güercos dicen: ‘veo al hermano de mi amigo que le está yendo a toda madre, y yo, por qué no’”, explica a su vez Efraín Hernández, representante del Instituto Tamaulipeco de la Juventud en Matamoros.
En esta población, camionetas y vehículos de lujo y otras unidades de uso que se adquieren en Estados Unidos desde mil dólares llenan durante el día las dañadas avenidas en las que sobresalen los centros comerciales.
El promedio de edad de la población es de 24 años (51 por ciento son mujeres) y escasos los centros de diversión y cultura. Uno de los puntos de mayor concurrencia son las pulgas, mercados en los que se adquieren artículos electrónicos y ropa de segunda mano.
Matamoros basa su actividad económica legal en la inversión directa. Operan 127 empresas maquiladoras que dan empleo a más de 53 mil personas.
Sin embargo, reportes gubernamentales refieren que en el llamado sector servicios, así como en los negocios relacionados con la importación y exportación de mercancías, se lava 30 por ciento de los recursos que obtiene el cártel del Golfo.
Los mismos informes, de los cuales La Jornada posee copias, precisan: El 70 por ciento de la población respalda, protege y alienta de distintas maneras la industria del narcotráfico. Se calcula que al menos mil viviendas, de las 116 mil que hay, son utilizadas como bodegas o casas de seguridad para guardar armas, cuidar secuestrados o migrantes.
En esta ciudad, nada ni nadie escapa a los ojos del cártel. Reportes de inteligencia militar consignan que taxistas, meseros, taqueros, empleados de hoteles y sus propios gavilanes o halcones, como nombran a sus vigías, cuidan de Tampico hasta Laredo y no dejan que otras aves aniden en sus lugares, que defienden con su sangre cuando alguien quiere ganarles.
Así dice el corrido dedicado a Osiel Cárdenas, poderoso ex líder del cártel del Golfo –hoy preso en Estados Unidos–, que cantaba Beto Quintanilla, fallecido en marzo de 2007, aparentemente de muerte natural, aunque todo mundo especula que lo asesinaron en revancha por el ajusticiamiento, en Reynosa, del cantante sinaloense Valentín Elizalde, en noviembre de 2006.
En esta ciudad ocurren homicidios de los que nadie debe dar cuenta. Periodistas de la región aseguran que si publicas algo que no guste a los jefes, lo menos que te puede pasar es una tabliza de la que no te levantas en una semana.
Trabajas para mí, cabrón
Cuentan que hace poco un reportero escribió de narcotienditas y de inmediato lo mandó traer el jefe de la plaza. Como no acudió el día que lo convocaron, al siguiente lo interceptaron cuando iba a dejar a su hijo a la escuela. Lo llevaron ante el patrón, lo hincaron delante del niño.
El patrón le preguntó: ‘¿Para quién trabajas?’ En respuesta dio el nombre de un diario local. Los tablazos le llovieron. ‘¡Trabajas para mí, cabrón!’”, le gritó aquél.
Aquí aún no se olvida lo ocurrido en enero de hace cuatro años, cuando la guerra entre los cárteles del Golfo y de Sinaloa se libraba a todo lo largo de la frontera tamaulipeca. Una noche arribaron al hotel Ritz, ubicado en el centro, varias camionetas con hombres armados y la cara cubierta con pasamontañas.
Entraron al hotel, reunieron a 54 personas que habían llegado horas antes desde Chihuahua. Les exigieron identificarse y que explicaran los motivos de su viaje. Luego, de acuerdo con algunos testimonios, los desnudaron, los despojaron de sus documentos –incluidos pasaportes– y les ordenaron regresar a su tierra en los mismos autobuses. Ninguna autoridad informó del incidente.
El obispo de Matamoros, Faustino Armendáriz Jiménez, accede a hablar: Lo único que le queda hacer a nuestra población es resguardarse; lógicamente, no salimos en las noches, nos cuidamos de andar a deshoras, estamos lo menos posible en las calles.
En Matamoros hay, sin embargo, quienes en un rapto de cinismo sincero, asumen: “Nosotros no tenemos problemas. No hay broncas; esas se dan en otras partes, donde hay diferencias entre los grupos y al final se impone uno. Pero aquí no hay tanta violencia. Si tú ya sabes las reglas del juego, pues las acatas. Y a los que matan es por jotos, porque se le descompuso la voz al pelado. Pa’ qué busca uno; todo el mundo sabe jugar y todo mundo se hace pendejo.”
El obispo Armendáriz Jiménez, entrevistado al término de la misa dominical, pregunta si la grabadora ya está apagada. Y sólo entonces se sincera: “Aquí nadie habla nada de eso. Los periodistas que vienen de otros lados también deben tener cuidado. Si los detectan, en una de esas hasta los levantan y los desaparecen. No pregunte a nadie que no conozca, no confíe.
“Lo más que puedo hacer por usted es pedir que lo acompañe y lo proteja el Santo Niño de Atocha. Si no tiene nada que hacer por aquí, mejor regrésese…”
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