Iván Restrepo
Quizá por la cercana relación que el segundo gobierno del cambio mantiene con el poder que se ocupa de los asuntos religiosos (olvidando que México es un país laico), algunos funcionarios le cuelgan uno que otro milagro a la actual administración. No el de la multiplicación del empleo, porque los únicos que pueden presumir de que no falta es a los que integran el círculo cercano a Los Pinos. El señor Téllez no es el único mil usos. Tampoco pueden presumir de la multiplicación del ingreso de las mayorías, una de las promesas electorales de los señores Fox y Calderón. Todas las estadísticas muestran mayor concentración del ingreso y la riqueza en unas cuantas familias. El milagro de hacer realidad la justicia social será para el próximo siglo. Igual que el de mejorar la calidad de vida de la población y garantizar el buen estado de los recursos naturales y el ambiente. Hasta falló la multiplicación de los árboles.
Pero en cambio presumen de otra multiplicación milagrosa: la de las cosechas. Según el secretario de Agricultura, se siembra menos superficie, pero no por políticas erróneas en apoyos crediticios y tecnológicos, sino porque avanzamos un mundo en rendimientos. Ya era hora, pues México fue la cuna de la revolución verde hace medio siglo. Ese paquete tecnológico que para ser efectivo exige semillas mejoradas, riego, crédito suficiente y oportuno, comercialización adecuada de cosechas y precios justos para el productor. Se anunció como solución al problema del hambre y la pobreza rural y durante varias décadas rindió frutos al incrementar las cosechas lo mismo de maíz que de trigo, frijol, cebada y arroz, por ejemplo. Acompañada de políticas públicas, esa revolución nos convirtió en autosuficientes en alimentos y hasta logró elevar levemente el ingreso campesino. Después, el paquete neoliberal aplicado al campo fincó en el exterior la procedencia de lo que consume la mayoría de la gente y en unos cuantos años nos convertimos en importadores por excelencia de lo que antes se producía localmente.
Celebremos el milagro conseguido, no por San Isidro Labrador, al que ya los campesinos le rezan distinto: “Isidro Labrador, deja el agua y quita el sol”, sino por la novedosa estrategia agropecuaria de los gobiernos panistas. Milagro de altos vuelos es producir más cosechas en menos tierra en condiciones no siempre óptimas. Por ejemplo, con relación al empleo rural, significativamente en crisis debido a la migración de cientos de miles de jóvenes hacia Estados Unidos y las áreas urbanas de México, dejando parcelas y tierras comunales en manos de mujeres y ancianos. O con el mal uso del agua en los distritos de riego. Aunque somos una potencia mundial en superficie irrigable (alrededor de siete millones de hectáreas), las estadísticas oficiales revelan que se desperdicia por lo menos 40 por ciento del agua que se aplica en los distritos de riego. En el sector agropecuario se utiliza 80 por ciento del agua del país. En cuanto a las áreas de temporal, las afectan lo mismo las intensas lluvias que la sequía, en medio de carencias tecnológicas y organización de los productores, de los que ahora funcionarios y políticos se acuerdan porque desean hacer cierta la máxima del doctor Óscar Brawer, ex secretario de Agricultura en tiempos del PRI: los campesinos mexicanos solamente están organizados para votar.
Milagro en tiempos electorales: mientras todos los indicadores económicos están a la baja, el único sector que registrará crecimiento es el agrícola, con 3 por ciento. Para lograrlo, entre otras cosas, el presupuesto para el campo será 10 por ciento más que el año anterior, cifra que debe verse con lupa, habida cuenta del mayor costo de los insumos agrícolas, muy por encima de los datos sobre inflación ofrecidos por el Banco de México.
Ojalá ese milagro alcance también a mejorar las condiciones en que trabajan cientos de miles de jornaleros agrícolas, víctimas de los bajos salarios, de las condiciones desfavorables en que laboran y el efecto nocivo de las sustancias químicas que aplican en los campos de cultivo.
Con la ayuda celestial, todo es posible. Como reza el poema: “¡Milagro!, hasta mis manos florecen”.
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