Gabriel Guerra Castellanos
23 de marzo de 2009
Al principio no lo quise creer, pues no soy dado a creer en las teorías de conspiración, pero hoy me he convencido de que es cierto, tristemente cierto. Sí hay una campaña en contra de nuestro país, caracterizada por la mezquindad, la ambición y la inquina.
La alientan los más diversos y poderosos intereses, empeñados en desacreditar a México sin importarles el enorme perjuicio a los millones de compatriotas que tienen que pagar las facturas del descrédito y el desprestigio nacional.
Desde el gobierno y los partidos se indignan y alzan la voz contra quienes sólo buscan perjudicarnos. Apunta su ira hacia los medios de comunicación, nacionales y extranjeros, que desvelan los problemas que todos conocemos de sobra; enfilan sus baterías contra los analistas que vienen de vacaciones (como si se las pudieran pagar, en estos tiempos de crisis) o contra visitantes distinguidos que hacen planteamientos incómodos.
Se indignan porque Forbes incluye a un narcotraficante entre sus más ricos, pero no porque se le haya permitido acumular esa fortuna. Les molesta que se hable de los riesgos a la integridad nacional, de la posibilidad del “Estado fallido”, pero no que un miembro del gabinete afirme que estuvimos a un tris de tener un presidente narco. Se irritan por la cobertura negativa de los medios extranjeros, pero no hablan con ellos, no dan entrevistas, ni contexto, ni perspectiva. Pero eso sí, creen que atacándolos se resuelve el problema.
Tienen razón quienes le aconsejan al Presidente hablar de una campaña en contra de nuestro país. Está en marcha día con día. Es la campaña de los sindicatos opacos que hacen mofa del concepto de la democracia y la autonomía sindical, de la transparencia y la responsabilidad del sector obrero. La campaña cuesta miles de millones de pesos que salen de los bolsillos de los agremiados y de los contribuyentes, que los líderes petroleros o magisteriales se empeñan en ocultar. Mientras tanto, la falta de productividad de Pemex o de Luz y Fuerza del Centro y la notoria falta de aptitudes de los maestros que reprueban exámenes de aptitud contribuyen al desprestigio.
Otro de los confabulados es el Banco Mundial, que en sus evaluaciones coloca a México en el lugar 32 en materia de gasto educativo. El World Economic Forum se suma al complot, afirmando que nuestro país cayó ocho lugares (al 60) en su índice de competitividad y que se coloca apenas en el 58 en el de conectividad de TI. La ONU, quién lo hubiera creído, pone su granito de arena: en su índice de desarrollo humano, que mide factores como alfabetización, esperanza de vida, matrícula escolar, poder de compra y otros, México aparece en el lugar 52. Tiene que ser desprestigio, pues no suena lógico que la doceava o treceava economía mundial salga tan mal calificada...
¿Será que nos están haciendo trampa? No es raro que lo pensemos, dada nuestra tendencia a hacer lo mismo. En materia de transparencia ocupamos el lugar 72 del índice de percepción de corrupción 2008 de Transparencia Internacional, muy atrás de países como Botswana (36) y de otras naciones de América Latina como Chile (23).
Hay más sospechosos: la encuestadora Gallup realiza periódicamente una encuesta para medir la imagen de diversas naciones entre el público estadounidense. México alcanzó apenas 51% de opiniones favorables. En palabras de Parametría, quien difundió la encuesta de marras, “... la opinión favorable de México ha tenido una caída sostenida desde 2003 o 2005, en que alcanzamos máximos históricos... de 74%. Durante prácticamente los últimos 10 años el porcentaje de opinión favorable ha estado por arriba de 60%. Cuando vemos el total de la serie, que abarca 20 años, se hace evidente que estamos en el punto más bajo de los últimos 15 años...”.
Pero no son sólo extranjeros los que confabulan, también en México se cuecen habas. Desde el gobernador que “presta” su avión hasta el que hace chanchullos electorales o que se paga sueldos y bonos estratosféricos; el empresario que quiebra a su compañía por apostarle a los derivados; el inconsciente criminal que atropella a un policía y lo arrastra más de un kilómetro; el comandante policiaco al servicio del crimen o el legislador que sirve a intereses de sus jefes, por no hablar del funcionario que no reconoce su propia ineptitud y se aferra al cargo.
Todos ellos son parte de este complot para desprestigiar a México.
gguerra@gcya.netwww.gabrielguerracastellanos.com
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