Javier Flores
Cada día me sorprenden más nuestros intelectuales. Cuando se trata de examinar con seriedad la violencia que priva en México, la guerra declarada por el gobierno contra el narcotráfico, las múltiples ejecuciones producto del enfrentamiento entre bandas criminales y las muertes de soldados, policías y de la población civil, se realizan análisis minuciosos de algunos de los factores involucrados en este fenómeno, pero se eluden deliberadamente algunas de las preguntas principales. Por ejemplo: ¿por qué se inició esta guerra?
Cada día me sorprenden más nuestros intelectuales. Cuando se trata de examinar con seriedad la violencia que priva en México, la guerra declarada por el gobierno contra el narcotráfico, las múltiples ejecuciones producto del enfrentamiento entre bandas criminales y las muertes de soldados, policías y de la población civil, se realizan análisis minuciosos de algunos de los factores involucrados en este fenómeno, pero se eluden deliberadamente algunas de las preguntas principales. Por ejemplo: ¿por qué se inició esta guerra?
Insisto, no es que crea que no se les ocurre esta pregunta, pues sería algo increíble, sino que se evade intencionalmente para no exponer al licenciado Felipe Calderón, a quien con omisiones como ésta, sirven cínicamente. Hace algunas semanas vi a algunos de ellos en la televisión. Al parecer se trata de un mal contagioso en ese medio. Algunos intelectuales se han vuelto indistinguibles de los conductores de los noticieros que manipulan la información. Hay temas de los que hay que hablar y otros de los que mejor no.
Algunos de nuestros intelectuales aceptan que la violencia que hoy padecemos como resultado de la guerra contra el narcotráfico es algo que hace algunos años no existía. Es algo novedoso. Nos sorprendíamos de lo que ocurría en naciones como Colombia o en otras latitudes. Ahora se inclinan hacia atrás en sus sillones y ponen cara de asco ante la multitud de cabezas rodando por las calles, como en la guerra civil en Liberia. Pero ante la multitud de muertos, hay una pregunta que sigue viva: ¿cómo llegamos hasta aquí?
Es una pregunta relevante. No es que el narcotráfico se hubiera instalado de la noche a la mañana en México. Quiere decir que ya estaba operando desde años atrás, sin granadas de fragmentación o cabezas rodantes, y de pronto alguien decidió mover el avispero y declararles la guerra. ¿Por qué? Y hay otra interrogante: ¿cuál es la razón por la que algunos intelectuales se empeñan en eludir este tema?
Yo voy a formular una hipótesis, o mejor dicho, otras preguntas útiles para construir una hipótesis. Felipe Calderón ganó las elecciones por un margen muy estrecho, de acuerdo con la postura de los intelectuales a los que me refiero. Desde otras visiones, por el contrario, se sostiene que Calderón llegó a la presidencia por medio de un fraude. Entonces el contexto del que resulta la guerra contra el narcotráfico es el de una crisis de legitimidad.
¿Por qué un gobierno que llega al poder en estas condiciones decide declarar una guerra contra el narcotráfico? ¿Por qué entre sus primeras decisiones se encuentra la de sacar al Ejército a las calles? ¿Por qué otros gobiernos con una legitimidad incuestionable no hicieron lo mismo? Son preguntas que nuestros intelectuales no se atreven a formular… Mejor no hay que hablar de eso.
Quiero hacer aquí un paréntesis. Hay datos que muestran la escasa utilidad de esta política. Por ejemplo, el número de muertes en los dos años pasados, producto de este combate al narcotráfico, es superior al número de decesos atribuibles directamente al consumo de drogas ilícitas en el mismo periodo. Las cifras ya las he dado en este mismo lugar. Resulta más caro el remedio que la enfermedad. También, algunas voces autorizadas, tanto en el medio científico como en otros espacios intelectuales y políticos, han señalado que, pese a su complejidad, la vía más efectiva para resolver este problema es la legalización del consumo de drogas. Un intelectual de primera línea, como Carlos Fuentes, y un ex presidente, como Ernesto Zedillo, lo han dicho recientemente con toda claridad. Pero de esto mejor ni hablar.
Hay algo más. Señoras y señores, niñas y niños: estamos a punto de presenciar un espectáculo de primer orden. Ni el luz y sonido de las pirámides de Teotihuacan lo podrá opacar. Un grupo de intelectuales realizará el salto de la muerte: abandonarán el barco panista para sumarse a las filas del Revolucionario Institucional, el cual, como todo el mundo sabe, amenaza con regresar… No se lo pierdan.
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