El guitarrista mexicano ofreció una cátedra de jazz, blues y rock con sentimiento latino.
Chava Rock Publicado: 23/03/2009 13:12
México, DF. Cuando Santana llegó a la música, el rock ya estaba ahí. Sólo que no tenía esa fuerza y ese sentimiento latino que Carlos le supo imprimir y acuñó frente al mundo prácticamente desde aquél histórico festival de Woodstock (1969), de ese momento es que se desempolvaron algunas imágenes que se proyectaron al inicio del conciertazo que ofreció el jefe de jefes de la guitarra: Carlos Santana, precisamente cuando abrió la noche con Soul Sacrifice, en una especie de cofradía que se vivió en el Palacio de los Deportes la noche de este domingo.
Congas, percusiones y una estridente guitarra arrancó el primer lapso emotivo que no menguó en las dos horas que el autlanese músico estuvo sobre el escenario.
Cientos de adolescentes, llevados de la mano de sus padres, acudieron a la clase de música y se llevaron una lección de vida, como el niño Sebastián, que al salir le dijo a su padre Ramón que quería ser guitarrista. "Lo traje para que conociera la buena música y viera que no todo en la vida es Kudai", dijo el orgulloso papá.
La gente llegó religiosamente al domo de cobre, desde temprana hora se acomodó en su butaca y llenó a tope el foro, para que poco después de las 19:30 horas Santana iluminara a cerca de 17 mil espectadores.
Alma y corazón fueron entregados en una noche inolvidable, en la que el músico jalisciense estuvo acompañado de una bandotototota, sincronizada hasta donde la perfección lo permite. Así llegó el jazz, el blues, el rock, la música mexicana y el ritmo guajiro que Santana encausa por una misma vena. Hermana con su música a África, Europa y América, derribando las babeles sociales y erigiendo así un mismo continente.
Una guitarra, una cuerda, un traste o una simple pisada y el mundo sabe que es Carlos Santana, el mismo personaje que mueve nuestros 21 gramos, un alma que levitó bajo el estímulo de acordes como el de esos caminos del mal, o cuando la mujer de magia negra se transmuta en Gypsy Queen.
Las notas calaron hondo, a más de alguno se le inundaron los ojos, inevitablemente el rostro de una mujer, contemporánea al guitarrista, cubrió su rostro con lágrimas y se dejó seducir suavemente por esa música que tras cuatro décadas ha marcado muchas vidas.
Mención aparte merece Dennis Chambers, impresionante baterista que dio un solo espléndido apoyado en su técnica y fina destreza para después dar paso a otra de las figuras de la noche, Benny Rietveld, que ejecuta magistralmente el bajo de cinco cuerdas, dando también un solo que concluyó con un homenaje al cuarteto de Liverpool. En realidad todos juntos conforman una banda maciza y precisa.
Santana, como los grandes guitarristas, nunca cambio de instrumento, siempre lució su verde lira. Por primera vez, de todas las ocasiones que se ha presentado en México, se sentó en tres-cuatro momentos para descansar mientras tocaba, recordándonos así a uno de sus maestros: BB King.
El cierre es una fiesta, Dame tu Amor sirve de fondo para que varios niños se trepen al escenario, cada uno toma un pandero o un instrumento percusivo formando al frente una fila y tocando así junto a Carlos, que se despide y el encoré es exigido a tres pulmones.
Corazón Espinado es otro anclaje con las nuevas generaciones, que los músicos concluyen santaneramente; no será un cabaret como Bellas de noche, pero cómo se le parece. Jingo fue el último respiro, de un músico que en pecho y espalda lució la imagen de la Virgen de Guadalupe, que por momentos parecía extender sus manos y rasgar esas seis cuerdas que aún son gasolina en el rock mexicano.
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