Ricardo Rocha
Detrás de la Noticia19 de marzo de 2009
Ahora sólo falta que desde el púlpito nos digan por quién votar: como si no hubiera existido jamás una Reforma; como si jamás se hayan separado la Iglesia y el Estado; como si la Revolución resultase inútil y como si la revuelta cristera no nos hubiese manchado de sangre.
Ahora sólo falta que desde el púlpito nos digan por quién votar: como si no hubiera existido jamás una Reforma; como si jamás se hayan separado la Iglesia y el Estado; como si la Revolución resultase inútil y como si la revuelta cristera no nos hubiese manchado de sangre.
Desde luego, no son nuevas ni la sujeción ni la alcahuetería ni las complicidades de la jerarquía católica con el poder. Desde la Conquista, ésta se hizo a sangre, fuego y a cruz. Aunque justo sería deslindar a curas magníficos como Hidalgo y Morelos, como Sergio Méndez Arceo, Samuel Ruiz, Raúl Vera, Miguel Concha y Luis Arriaga en tiempos recientes, que han cumplido su vocación pastoral. Igual hay sacerdotes inolvidables como el queridísimo y controversial Alejandro García Durán o el padre Chinchachoma, que viniendo de España a una escuela pirrurris acabó entregado a los niños de la calle en una obra que tras su muerte continúa. Pero la verdad, son garbanzos de a libra. Luces aisladas en una Iglesia cada vez más oscura. Excepciones que confirman un acercamiento aún más impúdico con hombres y mujeres del poder y una distancia ya infinita con sus feligreses.
En México tan sólo en los tiempos recientes sobran episodios para ilustrar este pecaminoso maridaje: recuérdese en el 68 al cura de San Miguel Canoa, Puebla, que haciéndole juego al gobierno diazordacista incitó al pueblo al linchamiento de unos excursionistas por el pecado de parecer estudiantes; también a los Arellano Félix con Prigione en la bendita nunciatura del DF; la aún extraña muerte del cardenal Posadas y los inacabables testimonios de obispos codeándose con la crema y nata de los capos del narco a lo largo y ancho del país; o metiéndole miedo a la gente en los sermones del 2006.
Ahora llama la atención el descaro con el que la jerarquía mete sus narices en el proceso electoral en flagrante violación constitucional. Salen con una injerencia lambiscona a favor, claro, del patrón federal en turno. Descaradamente piden a sus aún fieles no votar por el PRI debido a su negativa para avalar tal cual la iniciativa calderonista de Ley de Dominio, que no es otra cosa que el decomiso ipso facto de bienes de todo aquel sospechoso de pertenecer o servir al crimen organizado. Aunque, más allá del debate sobre la propuesta, está el intervencionismo injerencista eclesial al que sólo le falta decir que votemos por el PAN para contentar al Señor —de Los Pinos, claro— y ser todos muy felices acá en la tierra.
Donde por cierto se nota la mano de mártires de la buena vida como Norberto Rivera, al que exhibieron testimonios sobre su protección a por lo menos un sicópata cura pederasta, aunque ahora parezca absuelto. O el campeón del campo —de golf, faltaba más— Onésimo Cepeda, que oraba para que al gobierno dejara de temblarle la mano y se cargara a 300 o 400 de los de Atenco con tal de que se construyera el nuevo aeropuerto. Es su modo de practicar la caridad cristiana.
Por cierto, no se necesita ser ateo para renegar de esos curas. Yo, por ejemplo, me considero religioso y católico, pero no podría ser riverista u onesimista. Es como si se confunde el ser de izquierda con ser del PRD. Vámonos respetando, ¿no?
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