Almudena Grandes es una de las escritoras españolas más vendidas, premiadas, traducidas y admiradas por el público europeo. Prolífica, declara que llena cantidades de cuadernitos antes de escribir sus muy documentadas novelas.
Estuvo en Montevideo recietemente presentando su última novela, El lector de Julio Verne, el segundo tomo de una serie de seis novelas que está en plena producción y que se denomina Episodios de una guerra interminable. Hacía muchos años que no visitaba Uruguay.
Las horas que permaneció en el país fueron fugaces, luego de una serie de atrasos de aviones y estancias en desolados aeropuertos. Pero en su ponencia del Centro Cultural de España, Almudena Grandes se mostró locuaz, carismática y lúcida. Es una de las escritoras españolas más vendidas, premiadas, traducidas y admiradas por el público europeo. Prolífica, declara que llena cantidades de cuadernitos antes de escribir sus muy documentadas novelas. Y adelantó que prácticamente tiene terminado el tercer volumen, una historia de mujeres que hacen cola en la visita de las cárceles de la posguerra española, una historia de Manolas.
SALVAJES E INOCENTES.
En tus últimos libros se te presiente como una verdadera amante del siglo XIX literario.
-El siglo XIX es el gran siglo de la novela. Los escritores tenían unas condiciones a las que los novelistas del siglo XX no podemos aspirar -y me coloco en el siglo XX porque al XXI ya llegué siendo novelista-. Esos narradores eran salvajes y eran inocentes: todavía estaban construyendo un género que no estaba tan reglamentado ni tan limitado por la crítica y la industria como ahora. Por eso podían proponerse crear mundos completos. Nosotros lo hemos perdido, pero también podemos llegar a tener esa ambición, alcanzar esos mundos completos.
-Sin embargo, cuando comenzaste a publicar tus primeras novelas, te homogeneizaste con las tendencias predominantes del siglo XX: el monólogo interior, el relegamiento de la historia, etc. ¿Era influencia de la "movida", de la moda?
-Hombre, sí, claro. Aunque ya en Malena es nombre de tango había dejado esa tendencia. Yo creo que soy, en lo que se dice en España, "un perro verde". O sea, con Malena es nombre de tango estaba comenzando a transitar un camino diferente entre los escritores españoles. De hecho, aunque tuvo mucho éxito de público, los críticos la acusaron de ser demasiado clásica, decimonónica, una saga familiar. Es curioso, porque en aquella época se estaban sentando las bases de la posmodernidad y, tantos años después, nos hemos dado cuenta de que la posmodernidad es la vuelta a la narratividad y a los escritores clásicos. De tal forma de que yo era más moderna de lo que me creía yo misma, que me sentía antigua. Los escritores del siglo XIX me enseñaron a escribir: en ellos aprendí lo más importante que debe tener una novela, que es la estructura. En la época actual siempre se habla de los adjetivos, del estilo… y sin embargo creo que la estructura es fundamental. Es como una casa. Cuando una casa es bonita pero está mal construida, se cae. Tú puedes cambiar las ventanas de sitio, puedes dar varias manos de pintura, pero si está mal cimentada, entonces no habrá casa.
-Entonces, ¿por qué te parece que las nuevas generaciones siguen eligiendo ese modo de escribir: el azaroso devenir, el monólogo interior alternado con la cita erudita, el detallismo en el lenguaje, etc.? ¿Y toman como maestros a Kerouac, a Faulkner, a Joyce? ¿Es que están convencidos de que esa modalidad es la moderna?
-Eso forma parte de una mala tradición. En los últimos tiempos, en España, se ha puesto de moda entre los escritores jóvenes decir que ellos no leen. Que ven mucho cine, que ven muchas series, que ven mucha televisión, pero que leen poco. Yo siempre digo que yo no me lo creo, no es verdad. ¡Es imposible escribir si no lees! Entonces, toda esa herencia norteamericana, de la cual Kerouac es un ejemplo muy bueno, está conectada con esa modernidad de "apartarse de la tradición literaria". Es como una literatura que ya es prestigiosa, que es consagrada, que aparentemente tiene que ver con el rock and roll, con la carretera, con los hippies, con las drogas, con un perímetro de la cultura, pero que ya es tradición. Entonces se produce el fenómeno de que la vanguardia de hecho ya es tradicional. Creen que son el no va más de la modernidad y no es así. Pero eso mismo, en otras artes, no ha creado ese conflicto. Por ejemplo, en la música. La música tiene perfectamente integradas las vanguardias. En cualquier sala del mundo Stravinsky es clásico y se lo toca junto a Mozart y a Bach. Pero en la literatura existe todavía esa confusión que yo creo que es algo muy inducido. Porque a los que están en el mundillo cultural -en el cogollo, en el ajo- les resulta mucho más fácil leer y comentar una novela de monólogo interior.
ARGUMENTO Y REPORTAJE.
-Para leer a Pérez Galdós y a Eça de Queirós hacen falta muchos meses, e incluso releer las obras para recordar la gran cantidad de personajes creados, de situaciones diversas.
-Para mí la verdadera experimentación en la literatura actual se ha desplazado al argumento. Todo lo novedoso que hay en la literatura reciente, pasa por las relaciones entre la literatura y la vida, la integración del reportaje, o sea, la incorporación de otros géneros narrativos a lo que es la literatura. Lo cual tampoco es que sea muy moderno, ¿eh? Porque dejando de lado los "Episodios Nacionales" de Galdós, ahí está el gran A sangre fría, de Capote, que ya no es tan antiguo.
-Este cambio te ha beneficiado: a mí me gustan más tus últimas novelas que tus primeras...
-(Risas) No hay nada peor que te digan "Me gustó mucho tu primera novela".
-Me parece muy bueno que hayas apostado por integrar la política a tus libros. Metiéndote en algo de lo cual se había hablado poco -mucho menos que de la Guerra Civil- que es la posguerra española, lo que tú llamas"guerra interminable". Porque has recuperado la memoria de la resistencia a la dictadura franquista.
-Sin duda. Mis novelas están escritas desde el punto de vista de la gente que dijo que no, que no se rindió. Y tengo una convicción personal: para mí, la memoria nunca tiene que ver con el pasado. Tiene que ver con el presente, y también con el futuro. Cuando se habla de memoria histórica en España, no es que se esté ventilando si a tal se le hizo juicio o no, o si ya se murió. Se trata de la calidad de la democracia española. Se trata de en qué país quieres vivir. En un país democrático, que incorporó a su tradición una dictadura fascista que llegó al poder con un golpe de estado, con torturas, fusilamientos… ¿es posible convivir con una cultura que integre esa tradición? ¿O el problema de la democracia española es que ha nacido con la fragilidad congénita de no resolver el pasado? En mi opinión, la crisis que vive España ahora no es principalmente económica. No es lo más urgente. Hay otra crisis de la cual es mucho más difícil salir y tiene que ver con la desconfianza de los españoles hacia la política, hacia la democracia.
-¿Entonces triunfó el fascismo?
-No, es que hay que revisar el pasado. Yo he tenido la suerte de encontrar en un tema -con los Episodios de una guerra interminable- eso mismo. Y a mí me interesa porque ante todo soy escritora. Los autores españoles hemos pasado mucho tiempo sin darnos cuenta de que teníamos una mina de oro bajo los pies. Lo sucedido luego de la Guerra ofrece una enorme cantidad de situaciones y personajes, de vilezas, de dolor, y también de alegría, porque resistir también da alegría.
EN ESPAÑA NO LLUEVEN RANAS.
-Supongo que también durante la dictadura franquista hubo tanto silencio, tantas historias que no pudieron ser contadas, que ahora hay mucho para decir.
-Esas historias no las ha contado nadie. Nadie las contó en su momento y luego no interesaron.
-Luego los escritores españoles se pusieron a escribir como García Márquez.
-¡Y eso que en España no llueven ranas! Escribir sobre la memoria histórica me da el beneficio de temas sobre los cuales es un gran placer escribir, y también cumplo con un compromiso moral. Es decirle al lector: mira, aquí, en España, pasó esto. Y aquí vivió gente que perdió la vida por ti, para que tú vivieras en un país como el que tienes. Y aunque el Estado jamás haya agradecido ese esfuerzo, por lo menos lo agradezco yo.
-Hay algo de carpe diem en tus novelas, de nostalgia por ese mundo heroico y perdido de los resistentes, un mundo de valores que han sido sustituidos por el hedonismo de los españoles consumistas, que además votan a los nietos de los fascistas que dieron el golpe. ¿O es que el hedonismo es una forma de fascismo?
-Es que España se ha vuelto así, porque siempre ha sido un país pobre. Desde la época del Imperio, cuando llegaba el oro de América y no quedó ni el polvo, cuando todo eso fue a dar a Alemania. Pero siempre hemos sabido ser pobres. Siempre hemos sabido ser pobres con dignidad. Había un coraje, y una fascinación por progresar. Yo que estoy ahora mismo estudiando los años 40, cuando sí había crisis -no como la de ahora-; es increíble ver cómo los españoles salían adelante, buscaban la prosperidad de una forma admirable. Pero en los últimos veinte años nos hemos vuelto ricos, nos lo han dicho y nos lo hemos creído.
-¿Lo has disfrutado tú? ¿Te gustó ser rica?
-Hombre, yo creo que como a los demás. Pero yo creo que no he perdido los vínculos, que ahí está el problema: muchos españoles han vivido la riqueza no como un golpe de fortuna -que siempre es legítimo- sino como una forma de repudiar una tradición. Los jóvenes están muy desorientados por eso mismo, y por eso ha triunfado la derecha. Es algo que se ha producido en toda Europa. Es que en los momentos de crisis económica se cree que hay que votar a la derecha porque la derecha "es la que sabe de dinero". Una cosa que se decía en España es que la derecha no roba… ¡y fíjate ahora con el caso Bárcenas!… En fin, ha habido un sentimiento de autocomplacencia, de sentirse como de otro mundo, de sentirse ricos y famosos.
-Eso se ve bien en tu novela El corazón helado, a través de Raquel, un personaje muy sofisticado que sin embargo te enteras de que es la nieta de un rojo. Cabría preguntarse: ¿pero de dónde sale esta Raquel? ¿De qué España?
-Convengamos que al personaje de Raquel también lo cambia el amor… Pero es que Raquel es hija de su tiempo. Ella ya no tiene nada que ver con la España de su abuelo, ella tiene que ver con la España del "pelotazo", que significa ganar mucho dinero de golpe. Esta prosperidad que ha sido en gran parte una ilusión, una pirámide financiera, esta burbuja que ahora ha reventado, ha creado mucha gente como Raquel. Gente que le ha rendido culto al dinero. ¡En un país que siempre había sido pobre! Eso provoca un desajuste…
-A otro tema. Sexo. Tú te hiciste muy famosa, en tus orígenes, por las escenas eróticas de tus novelas. Y no las has dejado de crear, a pesar del quiebre en tu narrativa del cual hablas. ¿Era difícil renunciar a tu identidad total como escritora?
-Yo creo que el sexo es una dimensión esencial del ser humano, y en ese sentido yo no puedo eliminar el deseo. El deseo es el motor, es lo que hace que yo pueda sostener a un personaje. Pero es verdad que en mi última novela, El lector de Julio Verne, la escena de sexo más cruda es aquella en la cual un niño espía cómo un hombre le pinta de rojo las uñas de los pies a su mujer. (Risas). Pero que haya menos sexo en mi última novela nada tiene que ver con restricciones ni con imposiciones. Forma parte de mi literatura.