Pedro Miguel
A
yer por la mañana, señores gobernantes y dueños del país, en la Terminal 2 del aeropuerto capitalino –ese aeropuerto que ustedes piensan tirar para construir uno nuevo y hacerse más ricos de lo que son– dos soldados con fusiles de asalto esperaban a que algún empleado de la empresa Eulen les pidiera auxilio porque habían detectado un pasaporte a nombre de Joaquín Guzmán Loera. Pero los efectivos militares se aburrieron, como se aburrieron los cientos de efectivos del Ejército, la Marina y las policías Federal y estatal que fueron desplegados la víspera en el penal de alta seguridad y sus alrededores y que no encontraron más atracción que una construcción en obra negra, como hay cientos de miles en los pueblos y ciudades del país, y un hoyo en el piso, no muy distinto, a primera vista, a las bufas eléctricas y los registros hidráulicos que pierden la tapa.
Si la hipocresía es el tributo que el vicio rinde a la virtud, entonces esta movilización ordenada por ustedes –y festejada por sus medios como prueba de la rotunda determinación del gobierno en su lucha contra el crimen–, así como las conferencias de prensa que con caras compungidas fueron ofrecidas en París y en el DF, son homenaje de la complicidad a la inocencia: simplemente no se puede practicar en el piso blindado de una prisión de alta seguridad un agujero como el que engulló al Chapo, ni edificar mil 500 metros de túnel en sus alrededores, sin contar con la complicidad de los jefes de la cárcel, los jefes de los jefes y los jefes de los jefes de los jefes; es decir, de ustedes.
No se puede mantener en pie el fingimiento de legalidad cuando las máximas instancias de procuración, seguridad y gobernanza regalan al fugitivo tres horas de margen cómodo para que salga del encierro, se bañe y se cambie de ropa antes de hacerse ojo de hormiga. No hay manera de reclamar autoridad de Estado cuando la economía está de rodillas, el país, en llamas, y la crema y nata de los máximos poderes institucionales y corporativos –es decir: ustedes– se traslada a París en una caravana de palacios voladores para tragar magret de pato a expensas del erario.
El Chapo se fugó de lo que antes se conocía como Almoloya, ustedes se fugaron de la realidad y el aeropuerto capitalino está hecho un desastre, no sólo por las prácticas de ganadería tradicionalmente aplicadas por aerolíneas y autoridades migratorias, aduanales y portuarias, sino porque pretenden hacernos creer que Guzmán Loera podría utilizar esas instalaciones a fin de abandonar el territorio y permanecer impune, como si hubiera un país en el mundo capaz de ofrecer a los delincuentes de diversas especialidades una impunidad mayor que la que se les brinda en México; como si el sinaloense fuera a llegar al aeropuerto con todo y las excavadoras y los trascabos que debió necesitar para ponerle una salida subterránea al penal del Altiplano.
Hace unos días el Inai falló que los vuelos del helicóptero oficial de la Conagua no pueden ser conocidos por quienes los pagan ni por los dueños legítimos de la aeronave –es decir, nosotros– porque ello podría afectar la seguridad nacional. Pues qué habrá hecho David Korenfeld –se pregunta uno–, y adónde habría ido en ese transporte como no haya sido de vacaciones con recursos públicos y a maquillarse la rodilla de los chantajes. ¿O alguien recuerda a un tal Virgilio Andrade, sujeto exponencial que incurrió en conflicto de interés para encubrir otro conflicto de interés? ¿Y se acuerdan, de casualidad, de aquellos plásticos de Monex y de Soriana, cuya existencia no pudo documentar el ex magistrado Alejandro Luna Ramos, con todo y que se las pusieron por millares encima del escritorio y debajo de las narices? ¿Y de aquellas camionetas de la televisora mexicana que trasegaban cocaína y dólares en Centroamérica? Si los narcos dejan aeronaves abandonadas en el desierto, qué le cuesta a la concesionaria mayor negar la propiedad de esos vehículos. ¿Y saben qué fue de aquel procurador cansado que presentó a la nación una fogata truculenta para no decir la verdad sobre lo ocurrido a los 43 muchachos normalistas de Ayotzinapa? ¿O han visto que ante esta grave situación Claudio X. González pida juicio para Osorio Chong, Arely Gómez y Alejandro Rubido con la misma enjundia con la que persigue a un profesor de Oaxaca porque supuestamente gana cien mil pesos mensuales?
No nos cuenten más cuentos: Joaquín Guzmán Loera, oligarcas y funcionarios, dueños del país y mandatarios de Exxon Mobil e Iberdrola, es uno de los suyos. Ustedes lo admiran, lo procuran y lo consideran ejemplo del hombre de negocios audaz y resuelto, y le guardan agradecimiento porque es de los pocos que aportan divisas a las empresas de ustedes y a oficinas públicas cada vez más desmanteladas por los mismos que las ocupan.
Ya sabemos que ustedes, crema y nata de la corrupción estructurada, están en París tragando a costa de nosotros, los asalariados, los pequeños causantes, los comerciantes de miscelánea, los profesionistas, los informales, los campesinos. ¿Y El Chapo? ¿Dónde está El Chapo?
Como se ha demostrado esta vez, y otra, y otra vez, los pobres soldados que ustedes mandan al aeropuerto para taparle el ojo al macho se aburren de muerte, como se aburrieron en tiempos de Fox y de Calderón esperando a que Osama Bin Laden pasara por territorio nacional con rumbo a un objetivo tan suculento como las Torres Gemelas. Como entonces, ahora ustedes quieren quedar bien con los gringos y hacer como que hacen algo y que la fuga les preocupa. Tal vez el hombre esté metido en una alcantarilla de Culiacán, acaso en Guatemala o en Estados Unidos, o bien en el Triángulo Dorado cuidando sus cultivos. Pero lo de menos es su paradero físico. El Chapoestá con ustedes, es uno de los suyos, y nobleza obliga.
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