EFE - Berlín - 09/02/2009
El actor Woody Harrelson transmitió hoy a la Berlinale todo el dolor y el cinismo de la guerra de Irak con su papel de encargado de comunicar a las familias la muerte de cada soldado de EEUU, en The Messenger, hasta ahora la película más impactante a competición en este festival.
"Pretendo explicar las terribles consecuencias de la guerra sobre las personas, un dolor que es universal, más allá de ésta u otra guerra", dijo su director, el debutante Oren Moverman, acompañado por Harrelson y su co-protagonista, Oven Foster. "No se trata solo de los soldados de Irak, son los de todas las guerras y es un dolor universal, ante el que no podemos más que sentir respeto y compasión", dijo Harrelson, que ante la prensa se desprendió de la piel de curtido oficial que enseña a un primerizo "el peor oficio del ejército", para mostrarse humano y pacifista.
La rabia, el odio, la desesperanza, la resignación o las meras lágrimas: cualquier reacción es posible, le explicará Harrelson en el filme al sargento recién regresado del frente, obligado a asumir una función que pocos desearían para sí. Los destinatarios de la noticia son jóvenes esposas embarazadas o padres patriotas que colgaron la bandera de EEUU en la puerta de casa, y que no siempre tendrán a su lado a alguien a quien abrazarse cuando vean cruzar su jardín dos oficiales condecorados.
Puede ser que quieran de ellos el consuelo del desconocido -que no está autorizado más que a estrecharles la mano- o descargar la rabia contra el representante del Estado que les robó a su hijo en una guerra que ya nadie entiende. Para algunos, su presencia será la constatación de una muerte anunciada que presintieron en cuanto su soldado salió de casa. Para otros, algo que se niegan a aceptar.
Todo esto le explica Harrelson a su pupilo, sin contemplaciones, salpicando los consejos profesionales con botellas de cerveza y algún desahogo sexual. Harrelson desarrolla con solidez un papel que le viene como anillo al dedo, ante el que al espectador no le queda más que esperar a que se resquebraje su máscara de cinismo. Foster saca adelante impecablemente un papel con múltiples facetas, el del joven sargento, teórico héroe, que regresó a casa por una lesión ocular mientras un compañero saltaba por los aires.
Será un mensajero distinto, también para una de las viudas -Samantha Morton, tan impecable como él-. Moverman refleja en un par de secuencias, con maestría, cada uno de esos entornos familiares y cómo era la relación de quién con quién, y lo hace desde el quicio de la puerta.The Messenger no es ni patriótico ni antiamericano. El director ha asumido, como sus personajes, la misión de transmisor de la tragedia humana de la guerra. La labor del mensajero es algo intrínseco a cualquier guerra, pero nadie como Harrelson para sintetizar la componente cínica que, además, encierra la de Irak.
Compartió jornada con The Messenger la segunda película alemana a competición, Alle Anderen -Everyone Else-, un ejercicio sustentado prácticamente en dos únicos personajes, interpretados por Lars Eidinger y Birgit Minichmayr. Lo que refleja es una especie de crisis preventiva de pareja. Es decir, la crisis persistente en unas vacaciones en Cerdeña entre dos personas empeñadas en ser novios, aunque en realidad no encajan.
Ella aspira al amor incondicional y se aferra a él en busca de una declaración de amor, lo que no significa tampoco que esté dispuesta a escucharle cuando él pretende hablarle de lo que realmente le inquieta, la profesión. Simplemente quiere escuchar de él la palabra amor, mientras él quiere saber cómo salir del pozo de la nula creatividad laboral. En ese círculo vicioso se mueven ambos, con alguna incursión de una pareja amiga que no hace más que acentuar su crisis. Allá ellos.
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