Salvador García Soto
Serpientes y Escaleras
12 de febrero de 2009
En su ruptura con los gobiernos panistas —con los que, por lo demás, nunca tuvo grandes afinidades—, Carlos Slim Helú marca también un claro reacercamiento con el PRI
En su ruptura con los gobiernos panistas —con los que, por lo demás, nunca tuvo grandes afinidades—, Carlos Slim Helú marca también un claro reacercamiento con el PRI
El choque entre el gobierno del presidente Calderón y el empresario Carlos Slim dista mucho de ser un simple diferendo de enfoques o visiones sobre la crisis. El enfrentamiento que se hizo público con las declaraciones de Slim sobre el panorama que le espera al país en los siguientes meses es, en realidad, un pleito entre las élites políticas y económicas de la República, un encontronazo con visos de ruptura que necesariamente tendrá repercusiones en el juego electoral y político.
Para decirlo claramente, la confrontación gobierno-Slim representa un realineamiento de fuerzas que, cuando faltan aún más de tres años para que termine el sexenio, apunta ya hacia la sucesión presidencial y a su escala en los comicios intermedios de julio.
Porque en su ruptura con los gobiernos panistas —con los que, por lo demás, nunca tuvo grandes afinidades—, Slim marca un claro reacercamiento con el PRI. No fue gratuito que el empresario haya elegido un foro organizado por el Senado para dar un discurso que, si bien no fue en el tono bélico que destacaron los medios, sí contenía mensajes claros que, viniendo de un empresario cuidadoso en las palabras, no dejaban duda del destinatario.
Tampoco fue el primer discurso crítico del magnate; desde hace unos años, ya en el gobierno de Fox, Slim comenzó a emitir opiniones críticas sobre la forma en que se conducía al país, el enfoque del gasto público o las políticas económicas. Pero ni con sus varios mensajes y cuestionamientos, algunos ya a la administración de Calderón ni con su fallido Acuerdo de Chapultepec, logró el efecto de cisma que tuvieron sus palabras del martes en San Lázaro.
La reacción obligada del gobierno de Calderón al mensaje rupturista de Slim pareció más basada en la víscera y el impulso que en una estrategia bien planeada. Cuando Calderón envió a Javier Lozano como su “fajador” para contestarle al empresario, evidenció la impulsividad que caracteriza a su gobierno, pero también la soledad política en la que está el Presidente desde que perdió a Juan Camilo Mouriño.
Ayer, incluso, el propio Presidente se metió al ring y, con un tono y un énfasis en sus palabras que no dejaba dudas, le lanzó su réplica personal al hombre más rico del país:
“Lo importante no es ver quién genera el pronóstico más grave, o quién es capaz de infundir el mayor temor entre los mexicanos, sino qué es lo que cada quién, desde su trinchera y desde su responsabilidad, desde su capacidad de acción, pueda hacer por México para enfrentarla”.
La ruptura es clara, tan clara como el cobijo y arropamiento que Slim recibió, en la andanda del gobierno, de figuras priístas como Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa. Incluso la izquierda moderada, representada por Los Chuchos, apoyó al magnate, con lo que queda claro que el ingeniero se “blindó” políticamente contra cualquier ofensiva del gobierno que pase del nivel declarativo.
Porque cabría esperar que si decidieron confrontarlo, el gobierno de Calderón aprovechara la coyuntura para ir en contra de las prácticas monopólicas y los presuntos chantajes de Slim que denunció el secretario Javier Lozano. ¿Se atreverá Calderón por ejemplo a terminar de aterrizar el famoso triple play, a forzar la competencia en la telefonía local, a regular las altísimas tarifas de la telefonía celular, a rechazar la intervención del grupo Carso en la televisión, a enfrentar en síntesis al hombre más rico del país, más allá de las guerritas declarativas?
Si no es así, lanzarse contra Slim por sus declaraciones sería un craso error. Como quiera, el episodio de confrontación de las élites que sacudió al país tendrá repercusiones.
En 1990, en Italia, un intento del gobierno italiano por hacer leyes especiales para ponerle un coto al magnate Silvio Berlusconi, que para entonces ya tenía total hegemonía sobre la televisión y los medios italianos, además de todo un emporio empresarial, desató un pleito de élites que derivó en el ascenso al poder, cuatro años después, del empresario que se volvió primer ministro.
La República italiana estaba en crisis por una guerra contra la corrupción (operación “Manos Limpias”) y Berlusconi saltó al ruedo ocupando el vacío que dejaba el descrédito de los partidos tradicionales. Fue primer ministro en tres ocasiones, la última en 2006.
Así terminó aquel pleito de élites en Italia, con un magnate en el poder. ¿Cómo terminará en México?
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