Sergio Pitol (SP): Apenas me encuentras, Carlos, porque voy a salir a España. Madrid, Barcelona y Valencia a presentar dos libros, uno nuevo, El mago de Viena, publicado por Pre-Textos, y otro de cuentos, una antología, por Anagrama; tengo poco tiempo y estoy muy nervioso. Me cuesta mucho esfuerzo articular el lenguaje. ¿Qué me quieres preguntar? ¿De Cervantes? Los dos últimos años casi no he leído más que a él.
Carlos Monsiváis (CM): En los años recientes, en Argentina desde luego, y en el resto de América Latina, citar a Borges es una obligación de lector y también incluso, de articulistas deseosos de revestirse de sabiduría instantánea. Sin necesidad de encuestas, Borges es el escritor más citado (no más leído, por si la obviedad funciona) en América Latina. Pero hay autores que, además de sus frases definitivas, le agradecen a Borges su don de síntesis, la prosa clásica y las interminables lecciones de inteligencia. Tú eres uno de ellos.
SP: Sí, lo cito a cada rato y por todas partes. Cuando me estanco en un texto y no logro continuarlo se me viene a la mente una frase de Borges y cierro el párrafo con una dignidad y elegancia que levanta el ensayo entero. Yo descubrí en 1952 a Borges en un suplemento cultural, donde se publicó La casa de Asterión. Creo que el mayor descubrimiento de una prosa fue ése. Parecía otro idioma. Nunca había conocido tal maravilla. ¿Te acuerdas que en los años cincuenta llegaba a las librerías la revista Sur, donde escribía frecuentemente Borges? Compraba la revista casi sólo por leer sus cuentos, sus reseñas de cine y sus ensayos. En México sólo tenía un puñado de lectores. La revista Sur me acercó a la literatura argentina, casi más que a la mexicana. Ahora si abro algunas novelas de entonces me asombro de qué malos eran, qué solemnes, qué huecos. Sólo logro admirar a Güiraldes, W. H. Hudson, los ensayos y las novelas cortas de Bianco, los cuentos de Silvina Ocampo, y una o dos de las novelas de Bioy Casares, sobre todo La aventura de un fotógrafo en La Plata. Hace unos años estuve en Buenos Aires y coincidí con la salida de sus Memorias. Un libro grande, escrito con soberbia para no decir nada más que estupideces. En cambio Borges está extraordinariamente vivo. Es ya un clásico. Los jóvenes lo leen con asombro. Borges es por sí mismo un Universo.
CM: Entre otros textos, El mago de Viena contiene la síntesis de la novela del mismo título, que narra la conspiración delincuencial que localiza herederas amnésicas y las pone a la disposición de gigolós internacionales, de nacionalidad estrictamente priápica. Y sin embargo, esta novela dentro del libro es sólo una sinopsis.
Me gustaría leer la novela en su jubilosa integridad, y debo resignarme a enterarme de fragmentos o rumores. ¿Por qué esa invención de tramas tan delirantes que al quedarse en bosquejo frustran al lector?
SP: El mago de Viena iba a ser un conjunto de artículos, de prólogos y textos de conferencias. Pero al ordenarlos en un índice me pareció muy fastidioso. Comencé a retocarlos, buscar una estructura narrativa, hacer de esos materiales algo como una novela o una narración autobiográfica, con un tono celebratorio y levemente extravagante. Mis viajes, mis lecturas, mi escritura, mis amigos y aun personas que conozco casualmente se me convierten en personajes. Y anunciar una novela es también, y con humildad, un ejercicio borgiano.
CM: A propósito de una convicción que compartimos (la máscara es el espejo del alma), recuerdo un viaje que hicimos a San Cristóbal de las Casas, Chiapas, en febrero de 1994, cuando los diálogos de paz entre el gobierno y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Había agentes policiacos cerca de la catedral, cinturones de seguridad de la sociedad civil, periodistas que se entrevistaban unos a otros, curiosos que recorrían los cafés y hacían recordar la fábula chestertoniana de El hombre que fue jueves. La situación en San Cristóbal era tensa. En el desayuno en el hotel, advertimos a dos señores con aspecto de ya no soportar la cercanía de su jubilación, que tomaban notas interminablemente. A lo largo del día los vimos sujetos a la grafomanía.
Pitol decidió: No son agentes policiacos, sino la versión chiapaneca de Bouvard y Pécuchet, los gloriosos personajes de Flaubert, que redactan un diccionario de voces apócrifas. En la noche, en la cena, los saludó muy amables y aseguró haberlos visto hacía tiempo: ¿No son ustedes los abogados Bouvard y Pécuchet, que tienen un despacho en la avenida Madero? Los recién titulados, aturdidos, murmuraron su identidad, pero Pitol desdeñó su confesión, y los presentó a un grupo amplio como los abogados que llevaban la defensa de los intereses del rey Carol de Rumania que reclamaba la posesión de San Cristóbal, suya por un convenio con el dictador Porfirio Díaz. Un tradicionalista de la ciudad, no muy versado en fechas, se enfureció y les gritó que se largaran, San Cristóbal no estaba en venta. Los falsos o verdaderos espías negaban todo sin convicción y, vencidos, le dieron la razón a Sergio cuando éste les aseguró que amor era la palabra más apócrifa de todas. En los días siguientes Bouvard y Pécuchet no reclamaron sus nombres originales. Ya por irnos, se reveló la verdad, ese género tan anticlimático. Eran dos antropólogos de Tuxtla Gutiérrez que escribían un libro sobre transformaciones en una ciudad pequeña causadas por la presencia masiva de extranjeros en ocasión de un acontecimiento. Sigo con el diálogo.
CM: Los escritores europeos de las novelas-río son uno de tus pilares del entendimiento del mundo, porque su punto de partida es muy justo: un gran mérito en la vida es saberse rodear de personajes más que de personas. ¿Qué encuentras hoy comparable al mundo de Dickens, Balzac, Pérez Galdós, Victor Hugo, George Eliot, o el de Thomas Mann y Musil? ¿Ya pasó el tiempo de los escritores que demandaban de sus lectores el mayor tiempo disponible?
SP: Dickens está en un lugar preferente del altar de mis héroes. Probablemente lo leí de niño, en algunas ediciones simplificadas. En sus libros se mueve un ejército de niños parias, niños huérfanos perdidos o abandonados, niños maltratados por padrastros o parientes inhumanos, niños encarcelados, niños obligados por verdugos a llevar una vida criminal, rescatados por unos ancianos o ancianas encantadores, que son por lo común personajes maravillosos, generosos, cargados de rarezas y manías afectuosas. Yo era un niño que a los cuatro años perdió a sus padres, casi siempre enfermo, cuidado por una abuela magnífica, y aunque estuviera muy bien tratado, me sentía muy ligado a aquellos niños desesperados creados por Dickens. Ya en la adolescencia leí de nuevo las novelas en las ediciones de Aguilar, la primera que leí hace cincuenta y tantos años fue Grandes esperanzas, y desde entonces no la olvido.
¿Qué existe hoy comparable al mundo de Dickens o Balzac, o de Mann y Musil…? Desde luego, cada época tiene su literatura, y sobre todo la novela, ya que es el género que recoge el aliento de la sociedad y acompaña sus cambios. Los nombres que me das son enormes, no sólo por la extraordinaria factura lingüística, la imaginación e inteligencia, sino también porque han visto el movimiento del mundo, su época, sus derivaciones, los movimientos que mueren y los que se han incorporado: el mundo, la ciencia, las artes, las formas religiosas, los miedos, y eso no por descripciones sino por detalles, elipsis y sugerencias. Para que se pueda decir que los novelistas lleguen a esa altura, los que van a ser los clásicos del presente y el futuro, se necesita la muerte, unos meses, un par de años. Los autores que creo serán permanentes, los que ya están pasando la prueba, me parecen: Andrzej Kusniewicz, polaco; Thomas Bernhard, austriaco; Juan José Saer, argentino; Roberto Bolaño, chileno; Saúl Bellow, norteamericano; George Perec, francés, y Julien Gracq, francés también, que aunque no se ha muerto tiene más de noventa y cinco años y desde hace varias décadas no escribe.
CM: Dice Pellicer en uno de sus sonetos: Del bosque entero harás carpintería. En El mago de Viena, más que en ningún otro de tus libros, localizo las referencias a tu carpintería, al modo en que observas, memorizas, inventas, borras. ¿Por qué acercar a los lectores a las entrañas de tu trabajo?
SP: Por lealtad a los textos y los lectores, la carpintería es absolutamente indispensable en mi obra, especialmente en este Mago de Viena. Su escritura es su construcción. Es un libro que nace bajo la sombra de un lema primordial de los alquimistas: Todo está en todo. En El mago de Viena todo está en todo, pero en un orden de los elementos, y los tonos tienen que estar en una colocación especial para potenciarse y potenciar la unidad.
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