Pablo Espinosa
Con autorización de Alfaguara, editorial que posee los derechos de una de las novelas más importantes escritas en español, de la cual se han realizado ya casi 30 rediciones, reproducimos, a manera de homenaje, el inicio de Rayuela, esa obra maestra, piedra de toque, abracadabra, signo de identidad de varias generaciones que hemos crecido con una educación sentimental más allá del sentido flaubertiano: una manera de mirar el mundo desde el corazón conectado a las entendederas y a la más profunda piel.
Gracias a Julio Cortázar (1914-1984) aprendimos que los lenguajes secretos nos comunican de manera directa con quienes amamos, así que aprendimos varias lenguas, en primer lugar el glíglico, y a mirar al otro con la mirada de cíclope: los ojos, la nariz, los labios juntos el uno y la otra. Sabemos cómo cantan los conejos, cómo se enredan los rulos de una casa tomada, cómo dispersar la música por toda la existencia y disfrutar de los discos regados por doquier, para encontrar el mejor anaquel en el lavabo y saber entonces de qué manera mover una taza sin molestar el movimiento lento y sublime del Concierto 21 de Mozart. Eso, la música, ése es uno de los más grandes regalos de Julio, Enormísimo Cronopio, no solamente el mejor cronista de conciertos del planeta (Louis Armstrong en el Olympia de París, Thelonious Monk en Ginebra, et al), sino un maestro de música como pocos en el mundo.
Precisamente en Rayuela refrendamos el amor por mucha música, la amistad con muchos músicos y, sobre todo, conocimos mucha nueva música porque Julio nos la convida de la manera mejor en que se puede vivir la música, que es el arte de compartir: siempre con el efluvio magnífico y totalizante de la pasión. Desde el mismísimo inicio todo es música. La frase inicial e iniciática ¿Encontraría a la Maga? suena a ’Round Midnight en la trompeta de Miles Davis en sordina, a la Gimnopedia Uno de Satie, a La Valse de Ravel, a todas las valquirias del Walhalla descendiendo, desnudas y rotundas, a mesarnos el cabello, acariciarnos la nuca y depositar un beso en los labios y desde ese instante todo nuestro ser no olvidará jamás la dulzura de sus labios.
Mujeres, música, pasión, adrenalina, otredad, imaginería, la fantasía auténtica, elementos cortazarianos por antonomasia que se multiplican a raudales. Hoy se cumple un cuarto de siglo de la trascendencia terrenal de Julio Cortázar. Las nuevas generaciones reciben día con día su legado generoso que no cesa. Todo es mágico y maravilloso en el mundo de los cronopios. ¡Larga vida a Julio, enormísimo Cronopio!
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