Ser bailarina de table me dio más satisfacciones que desventuras
Esta profesión me proporcionó fuerza y orgullo, dijo la autora, acompañada por Dévora
Empecé por curiosidad periodística, pero volví, pues todos necesitamos el contacto humano, dice
Jorge Caballero
En el club swinger Coliseum, entre la penumbra y la concupiscencia, a la media noche del sábado, Gabriela Granados, en su personalidad de Tamara, comenzó la presentación, mediante un performance, de Susana, memorias del tabledance. Leyó algunos fragmentos de su libro homónimo contrapunteándolos/reforzándolos/uniéndolos por medio de un diálogo con la profesional Dévora, para llegar a la conclusión concensuada de que la profesión de bailarina erótica les dio fuerza y orgullo, como este espacio lleno de permisividad y erotismo, espetó a su público integrado exclusivamente por parejas, algunas enmascaradas.
Los habitúes estaban lejos de saber que ocurriría. El sonido del lugar interrumpió en tres ocasiones precisas la monotonía de la música electrónica para prevenir: Esta noche habrá una sorpresa... pásenla bien, porque recuerden que lo que sucede en el Coliseum se queda en el Coliseum.
Las parejas que poblaban las mesas poco a poco se fueron relajando y algunas comenzaron a deambular para conectarse; otras llegaban saludando como si se conocieran de otro lado o desde hace tiempo o desde la intimidad.
Cuando se acercaba la medianoche, la pista fue tomada por ocho parejas, que departieron a lo largo de unos 20 minutos; después el sonido anunció la tercera llamada para sorpresa de la noche: en la pista se colocaron dos sillas para alojar a Tamara y a Dévora; la primera dio la bienvenida al público a su performance/presentación: Estar con ustedes en este club swinger me hace sentir en familia, y eligió el fragmento de su libro que habla de sus inicios como bailarina infiltrada en el tabledance para abrir el fuego. Recordó la primera vez que salió al tubo y las decenas de ojos que la contemplaban, así como las bocas babeantes que la saboreaban.
Por su lado, Dévora, quien lucía un antifaz, comentó: “Yo les digo a todas ellas que no importa la edad, que cuando vayan a pedir trabajo a un table dance digan que tienen 10 años menos. Yo siempre digo que tengo 38, y estoy por cumplir los 50”.
El público expectante se cubría discretamente de las cámaras fotográficas y de televisión, que documentaban el acto, que tenía como centro de atención, como punto neurálgico, lo que acontecía en la pista de duela coronada con el tubo pulcramente erecto.
Perdí a mi novio por este trabajo
A veces ganaba la personalidad de Gabriela, en otras predominaba Tamara, y en otras más la frontera entre ambas resultaba insondable. En uno de los momentos en que Tamara bajó la guardia, Gabriela dijo: “Empecé este libro por curiosidad periodística, para conocer los detalles sobre cómo se contratan las bailarinas, cuánto se les paga, cómo se fija la tarifa, etcétera... Este trabajo me hizo perder a mi novio, pero me ayudó a pagar mis tarjetas de crédito. Cuando terminé la investigación tuve una caída y regresé, porque me di cuenta que todos necesitamos del contacto humano, porque todos tenemos nuestro corazoncito. Ser bailarina de table me dio más satisfacciones que desventuras”.
Dévora interrumpió: Recuerdas aquel antro de Jalapa; ése donde nos pagaban a diario. En ningún lugar lo hacen, todos pagan por semana; claro, para que regreses.
Los aplausos no se hicieron esperar, concluyó el performance/presentación. Luego Gabriela/Tamara se acercó a cada mesa para platicar con el público. Ahora el punto neurálgico estaba en la pista con el espectáculo de sexo en vivo, que subió a un nivel estratosférico la lascivia. Las parejas comenzaron a mirarse más detenidamente.
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