sábado, 7 de marzo de 2009

La Narcoguerra /VII

Maquila, informalidad o delincuencia, en el futuro de niños en la urbe fronteriza

El asueto de los sicarios: asaltos, secuestros y extorsiones en Juárez

Se ha popularizado entre escolares el agua celeste, un derivado de la efedrina

Narran maestros que viven amenazados; 10 padres de familia fueron asesinados en 2008

Las bandas tienen aterrorizados a profesores y padres de familia. Tras un asesinato, al que la policía tardó en llegar, un soldado recomendó: hagan justicia por propia mano



Arturo Cano
Enviado/La Jornada

Ciudad Juárez, 6 de marzo. La directora de la escuela primaria es un bólido. No para ni con el buscapiés:

–¿Y han asesinado algún padre de familia de tu escuela?

–Ya van 10.

–Hay que ir a tu escuela.

Es cumpleaños de un maestro, sureño avecindado en Juárez hace tres décadas, porque no quiso seguir los pasos de sus parientes que eran charros del sindicato magisterial. Hay tostadas de camarón, refrescos, pastel y muchas historias.

Hace tres días le cayeron a la estética de aquí enfrente, la señora tuvo que hincarse para que no le secuestraran a sus hijos.

La mamá de Michelle fue la que mataron en el bar.

El sábado hubo otro muerto aquí a unas cuadras, a batazos en la cabeza.

Y así por el estilo.

El miedo, sin embargo, no es sólo de allá afuera, de las calles donde los sicarios se matan, en el tiempo que les dejan libre asaltos, secuestros y extorsiones.

El año pasado mataron a los 10 padres de familia, y en el que va han caído otros familiares de alumnos.

La escuela, en el noreste de Juárez, tiene unos 600 estudiantes, en dos turnos.

Es vecina de una secundaria, también pública, donde tienen una alumna secuestrada y dos más que ya aparecieron, muertas.

Una pandilla local atemoriza al barrio, antes muy tranquilo. Roba, golpea niños, amenaza, balacea casas, mata.

En ese clima se recibió la llamada, un día de noviembre de 2008. Dígale a los maestros que estén pendientes con el aguinaldo, amagó la voz al teléfono. El conserje colgó. Cuando se asomó por la ventana vio una gran camioneta frente a la puerta principal. Te sigo marcando, le dijeron.

La comunidad escolar estaba al tanto de lo sucedido en otras escuelas. De una amenaza siniestra: Si no se caen con el aguinaldo, vamos a ametrallar a los niños, advertían los extorsionadores, quizá agotadas sus listas de negocios para sangrar.

Recurrieron los maestros a sus autoridades: No puede haber más policías; nuestras armas son los libros, les dijo Guillermo Narro, jefe de los servicios educativos.

Los padres hicieron guardias a la salida. Guardias inútiles, porque cuando les tocó ver pasar un vehículo perseguido por otro, con las metralletas de fuera, lo único que les quedó fue rezar.

Para el 18 de noviembre, la ola de asaltos y extorsiones a escuelas se había generalizado, de modo que fueron asignados 354 policías para cuidar los planteles.

A esta escuela mandaron cadetes armados apenas con un radiecito.

Los profesores interceptaron al gobernador José Reyes Baeza en un acto público. La respuesta fue una visita de la CIPOL, una policía especial del municipio: “Profe, ni nosotros mismos nos podemos cuidar”, dijo uno de los mandos.

Los padres acordaron que la salida sería a las 5 de la tarde, para evitar la oscuridad. Mientras, la escuela se vaciaba. De cada grupo asistían 15 de 35 alumnos.

El 20 de noviembre se suspendió el desfile por las calles de la colonia. Tampoco hubo posada.

Antes de jugársela hacia una amarga Navidad, los padres de familia decidieron cerrar la escuela. El último día de clases fue el 7 de diciembre, aunque oficialmente debían salir de vacaciones el 18.
A los maestros no les fue permitido ausentarse, aunque no tuvieran niños. Veníamos a la escuela todos juntos, en convoy, encerrábamos los carros y hacíamos talleres para matar las horas, esperando que no nos vieran desde fuera. Y claro, nunca contestaban el teléfono.

Habían matado a otros y no dijimos nada

Estela, tesorera de la sociedad de padres, se sienta en la dirección a contar la historia de José, su hermano, asesinado el 22 de febrero pasado. Estaba sentado en la banqueta, el sicario llegó por atrás y le dio dos tiros en la cabeza.

–¿Hace cuánto salió El Camarón? –se mete la directora de la primaria, chilanga, aunque a estas alturas, con su acento y sus modos, ya nadie lo sospecharía. Saca cuentas con otra maestra y concluyen: El Camarón tiene apenas 16 años. Hace apenas tres dejó la primaria y ahora es sicario de la bandita que es el azote de aquí, dice Estela.

La banda se dedica al robo de autos, la protege un policía y ya ha matado a varios.

El día del crimen la policía tardó una hora en llegar. Luego vino el Ejército. Hagan justicia por su propia mano, dijo un soldado a los familiares. ¿Con piedras y palos?, respondió Estela.
Un policía ministerial quedó de comunicarse con los familiares. Diez días después no había llamado.

Aquí no investigan nunca. A dos casas de la mía balacearon a dos muchachos. Los policías ni siquiera recogieron los casquillos. ¿Será que nomás recogen evidencias cuando hay muertos?
“¡Platíquele de El Camarón, hay que decir algo, hay que hacer algo!”, apura la directora.

Estela le da vueltas a su impotencia. No hacemos nada, habían matado a otros y no dijimos nada.
¿De dónde salió El Camarón?

De una ciudad maquiladora, donde los niños crecen solos, la mayoría sin otros horizontes que la maquila, la informalidad o la delincuencia.

Chihuahua ocupa el lugar 31, sólo por arriba de Zacatecas y empatado con Guanajuato, en menores que tienen entre 12 y 17 años y no trabajan ni asisten a la escuela.

Una masa explosiva muy dispuesta a participar en la vida ilegal, explica el sacerdote Óscar Henríquez, cuya parroquia, El Cristo Obrero, se halla en una colonia popular donde ha visto crecer sin freno, desde el sellamiento de la frontera, en 2001, el consumo de drogas entre niños y jóvenes. Mariguana, cocaína y heroína siguen circulando, pero “la más popular es el agua celeste”, un derivado de la efedrina.

Y de las drogas a los fierros. Chihuahua tiene el segundo lugar nacional, apenas después de Guerrero, en homicidios de adolescentes entre 15 y 17 años.

Los menores de esas edades no están a salvo. Hasta hace tres años, Chihuahua era la tercera entidad peor clasificada en la tasa de mortalidad por homicidio de la población de cero a cuatro años: 3.4 asesinados por cada 100 mil. Y todavía no llegaba lo peor.

La economía del descuido

Cita Víctor Quintana La realidad social de Ciudad Juárez: cada vez se dedica menos tiempo a la economía del cuidado: existe en Ciudad Juárez una alta probabilidad de que los niños y jóvenes sufran carencias de cuidado y protección durante su desarrollo; desatención forzada de los padres por el trabajo y no responsabilidad de gobierno y sociedad por las tareas de reproducción doméstica”.

Un estudio de Iniciativa Ciudadana y Desarrollo Social (Incide), citado por Lourdes Almada, indica que gran parte de las mujeres trabajadoras de Juárez sólo duerme entre cuatro y cuatro horas y media, y que 40 por ciento se ven obligadas a dejar solos a sus hijos buena parte del día.

Con Chiapas y Baja California Sur, la entidad ocupa el primer sitio en madres adolescentes y tiene la más baja cobertura de prescolar del país.

En una ciudad con más de 150 mil niños entre cero y cuatro años, las Casas de Cuidado Diario, en las que participa Almada, son una opción, aunque en conjunto, las públicas y las sociales cubren apenas 32 por ciento de la demanda.

Cada madre cuidadora atiende hasta 12 niños con la idea de que exista un ambiente de hogar y un vínculo amoroso. Que no sean negocio no impidió que algunas madres cuidadoras recibieran la visita de los maleantes: “Ahora tienes poquitos niños, pero cuando crezcas…”.

Las amenazas secas, inimaginables, de atentar contra los niños fueron, expresa Almada, uno de los grandes dolores de 2008.

Más seguro que nunca

Juárez tiene 40 por ciento de la población de la entidad, genera 60 por ciento del producto interno bruto estatal y sólo recibe de vuelta 16 por ciento del total estatal.

Por eso, cuando van a Chihuahua capital, y constatan su desarrollo urbano, los juarenses, víctimas como se dicen de un centralismo doble suelen exclamar: ¡Mira, nos quedó bonita!

Su otro coco centralista es, claro, el Distrito Federal, según la televisión y las cifras del gobierno federal, uno de los lugares más peligrosos del país, cuando no el de mayor incidencia delictiva. Se indaga entre los juarenses su percepción al respecto, a la espera de hallar algo del ácido antichilango tan común en el norte. Pero resulta que muchos coinciden en el resumen de Rubén Lau Rojo, ex rector de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez: Fui hace poco al Distrito Federal y me sentí más seguro que nunca.

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