Nunca imaginé el tamaño del lío en que estábamos
Quiero grabar un disco con canciones de mi autoría
Todo se derrumbó a mi alrededor, recuerda la joven sobre los momentos posteriores a la denuncia de su agresor: la ruptura del núcleo familiar, la fuga de Succar, y nosotras quedamos totalmente expuestas y desprotegidas
Blanche Petrich /II y última
Antes de entrar a la adolescencia, Edith Encalada fue convertida, como centenares de niñas como ella, en una mercancía sexual por el pederasta Jean Succar Kuri. Cuando se desmoronó el negocio criminal de prostitución y pornografía infantil del inmigrante libanés, las pequeñas víctimas no se liberaron de sus agresores. Al contrario, lo que ocurrió, en palabras de Edith, fue la catástrofe.
A partir de su denuncia ante el Ministerio Público todo se derrumbó a mi alrededor. Nos quitaron a mi hermanita (Estefanía Encalada) y la metieron al DIF, sin que mi mamá tuviera derecho a verla. Nos amenazaron con cárcel como cómplices de Succar. Y mi mamá, aterrada. Ella no sabía nada de lo que pasaba en las villas de Solymar. Él era su patrón, tenía una relación laboral con él porque le hacía artesanías que se vendían en sus tiendas.
–¿Por qué tomó ese curso el caso?
–Nunca imaginé el tamaño del lío en el que estábamos. Todo se envició por culpa de Leydi, de la procuradora, del ex procurador, de la prensa local. Cuando el 29 de octubre de 2003 sale la orden de aprehensión contra Succar y él se escapa, nosotras quedamos totalmente expuestas y desprotegidas. Su familia envía a sus guarros a mi casa; Gloria Pita, su esposa, me habla por teléfono para amenazarme. Yo, aterrada. Dos o tres días después conocí a Lydia Cacho.
¿Cómo? ¿Como un padre?
Desde ese momento, reconoce Edith, la directora y el personal del CIAM se hacen cargo de las demandantes y sus madres. Diseñan una estrategia para su seguridad, terapias de crisis, apoyo médico y legal.
“Esos días –recuerda– yo estaba como fuera de mí. Trataba de sobrevivir, de entender. Cómo era posible que una persona que había sido como un padre me amenazara de muerte por haberme atrevido a confesar las cosas que me hacía, las cosas que había yo vivido con él.”
–¿Cómo un padre, dices?
–Es lo que él me decía, eso es lo que yo creía. Yo me sentía como de su familia, él decía a la gente que iba a su casa que yo era como su hija. La cosa estaba tan tensa en Cancún que al mes se tomó la decisión de llevarme al Distrito Federal, lejos de mi hermanita, sin poder hablar con mi mamá.
En la capital, alojada en un departamento resguardado permanentemente por la AFI, el periodista Ricardo Rocha, solidario, ofreció un empleo temporal a la joven. Era como una practicante. Pero me costaba mucho trabajo relacionarme ahí, no entendía nada. Me la pasaba en el Sanborns. O leyendo. Engordé 16 kilos en cuatro meses.
Su único contacto con el mundo era Lydia Cacho. La veía como amiga, mi única amiga. Iba con ella a todos lados, a conocer a las feministas, a las ONG, a la SIEDO. Eran los únicos momentos en los que me sentía segura. Supe, por primera vez, lo que son los derechos humanos, los derechos de las mujeres y los niños, la violencia de género, palabras que no había escuchado jamás. Hasta ese momento me cayó el veinte de que había sido una víctima. Aprendí muchos conceptos y definiciones, como estrés postraumático, síndrome de Estocolmo.
Las víctimas pasaron cuatro meses bajo la protección del CIAM. En este punto hay versiones divergentes. Según las trabajadoras del centro, las madres de las niñas decidieron alejarse del albergue y de la protección de la institución. Según Edith Encalada, Lydia Cacho nos dio de alta.
Relata: Nos dijo que era parte del protocolo de los albergues que no podíamos estar ahí más de tres meses. Y ya llevábamos cuatro. Me dio como alternativa aceptar la protección de un albergue en Texas. Yo no quería seguir encerrada, y menos tan lejos. De regreso en nuestras casas, pensamos que las cosas se habían calmado. Pero no. Nos llovían a cada rato citatorios, teníamos que hacer un montón de diligencias. Sin el CIAM y sin la asesoría de Protégeme, otra organización que nos ayudó al principio, tuvimos que buscar otros abogados particulares.
–¿Abogados afines a Succar?
–No sé.
Lo cierto es que a partir de entonces, Edith Encalada y un grupo de víctimas vuelven a depender económicamente y a acatar órdenes del entorno del pederasta.
En abril de 2005, se publica el libro de Cacho Ribeiro. “En ese tiempo ella me mandó un email diciendo que tenía el proyecto de escribir un libro y me mandó un cuestionario larguísimo. Yo le pedí que no lo hiciera. Nunca le contesté el cuestionario. De pronto brincó, de defensora de nuestros derechos a escritora. ¿Eso se vale?”
–El libro fue muy importante porque reveló cómo operan estas redes, sus contactos políticos, las complicidades del poder.
–¿Pero te imaginas lo que se siente que de pronto en un libro, en la televisión, en todos lados, estén hablando de tu vida íntima, cosas de ti de índole sexual, de tu hermanita? Yo le tenía, le tengo, mucho cariño a Lydia, pero las consecuencias de su libro fueron catastróficas en mi vida. Se me fueron encima los abogados y los hijos de Succar con amenazas de muerte.
De nuevo con los colmilludos
Para escapar de eso regresé a México. Y me volvieron a encontrar.
–¿Quiénes?
–Los colmilludos, gente de Succar. Un día en casa de mi tía contesto el teléfono y era él, desde la cárcel de Phoenix. Me quedé helada, me había encontrado. Me ordena que contacte a su gente.
“Fue cuando aparece Enna Rosa Valencia (ex directiva del PRI estatal) en Cancún. Ella no figura como abogada de Succar, sino que se encarga de contratar los despachos para su defensa. Me dice que tengo que deslindar a todas las personas que Lydia cita en su libro como cómplices o protectores de la red pederasta: a Miguel Ángel Yunes, a Emilio Gamboa, a Magali Achach (ex alcaldesa de Canún), a Kamel Nacif. Hasta me preparó un escrito para que leyera ante los medios. Lo tengo guardado, de su puño y letra. Quería que atacara a Lydia, que dijera que había inventado todo, que Succar nunca me había hecho nada. No quise mentir. Sólo me deslindé del libro.
Allí me dicen que es necesario evitar la extradición de Succar y para eso tenemos que ir a un notario en San Diego.
–Donde te retractas de tu denuncia inicial.
–No me retracto.
–Se han publicado esas actas notariales, formalizadas por el bufete de Arsenio Farell Campa y Jorge Castro Trejo en dos despachos de juristas de San Diego y Phoenix. Están las transcripciones, en español e inglés, en las que ustedes dicen que sus declaraciones ministeriales en la averiguación previa AP7151-2003-5 fueron forzadas e inducidas por los funcionarios locales, que sus dichos fueron falseados y que firmaron documentos sin conocer su contenido y por miedo.
–No sé, yo sólo hablé del momento en que se me tomó la declaración, dije que no era tutora de mi hermanita y cosas así.
–¿Qué les ofrecieron a cambio?
–Firmamos un convenio, que en inglés se dice agreement, donde decían que iban a pagar los gastos y el resarcimiento de los daños.
–¿Cuánto?
–Ni idea. Pero también nos obligaban a guardar silencio de por vida. Ellos no cumplieron su parte. No nos dieron nada; por lo menos a mí, nada. Dicen que dieron el dinero a Enna Rosa para que creara un fideicomiso para nosotras. Ahora ella tiene una notaría en Cancún, camioneta del año, una oficinota. Pero no nos atrevíamos a decir nada, por lo del acuerdo de confidencialidad. Ahora ya sé que estos documentos no tienen validez jurídica.
–Al poco tiempo detuvieron a Cacho en Cancún y la llevaron a Puebla.
–Sí, fue espantoso. Yo me sentí muy mal.
–¿Es verdad que viviste en casa de los Succar en Los Ángeles?
–No. Es decir, sí. Vivir, vivir no. Estuve ahí mientras se hacía el trámite de San Diego. Lo cierto es que después los Succar se desafanaron. Aparecieron en su lugar otros abogados. Al final ellos también traicionan y sacan las cosas a su manera en su libro. Por eso estoy tan cansada: todos hablan de mí, menos yo.
–¿Cuándo te sentaste a escribir tu libro?
–Cuando Lydia saca su segundo, Historia de una infamia, donde ya no usa los seudónimos, sino nuestros nombres verdaderos.
–¿De dónde salió la idea de demandar a Lydia por daño moral?
–Nadie me dijo que demandara, fue una decisión personal. Kamel Nacif no tuvo nada que ver. Nadie piensa en lo que me afectó lo que ella dice de mí, lo que dice la sicóloga del CIAM, que violó el secreto profesional al hacer públicas las terapias; lo que escribe Lydia, revelando nuestras testimoniales, rompiendo el sigilo obligatorio de una investigación. La demandé porque no me cuidó, expuso mi integridad, mi intimidad vulnerada de niña y adolescente, por lucrar con mi dolor.
–El libro no tiene afán de lucro, fue una denuncia que ayudó a desmantelar una red criminal.
–¿Cómo saberlo? Succar ya estaba preso cuando se publicó.
–¿Te malacostumbraste a tener dinero?
–No. Succar nunca me mantuvo, como mujer, quiero decir; más bien como una hija. Lo que salga de la demanda, si la juez me da la razón, es para resarcir el daño moral.
–Además del dinero, ¿qué esperas de esta resolución?
–¿Qué puedo esperar? Apenas ahora estoy entendiendo qué significa que te quiten tu niñez, tu adolescencia, tu libre albedrío, el derecho a decidir sobre tu sexualidad.
–¿Cómo se sobrevive a ese daño?
–Se sobrevive. Estoy apenas aprendiendo. Estoy en terapia. Me pregunto si alguna vez podré alcanzar mi sueño.
–¿Y cual es tu sueño?
–La música. Grabar un disco con canciones de mi autoría. Escribir un libro de superación personal. Ayudar a otras niñas que hayan sido violadas.
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