REPORTAJE /la narcoguerra /III
La banda se alió a polleros en un negocio que significa secuestro y tortura de migrantes
Gustavo Castillo García/La Jornada
Enviado
Reynosa, Tamps. En 1998, con la muerte de Salvador El Chava Gómez y su relevo por Osiel Cárdenas en la jefatura del cártel del Golfo, el perfil del narcotráfico cambió radicalmente en Tamaulipas. La banda abarcó una amplia gama de negocios e integró el primer grupo de sicarios con ex militares de elite: Los Zetas.
Entre los giros en que incursionó, por el nivel de ganancias que representa, figura el tráfico de personas. Esa actividad era desarrollada hasta mediados de los 90 por polleros y pateros independientes que conducían a los migrantes a Estados Unidos a pie, en salvavidas o a nado por el río Bravo. Un día Osiel y su gente pusieron los ojos en ese cometido.
Hoy los traficantes de personas y droga están aliados, aunque estos últimos son los verdaderos jefes de las plazas. Con el tráfico de personas adultas, estos grupos han encontrado otro filón al enviar menores de edad a Estados Unidos. Son los hijos de los migrantes que ya están en el otro lado, pero se calcula que por cada cinco niños hay uno que nunca llega con su familia, refieren reportes militares.
En las terminales de autobuses y aeropuertos de la región enganchan a los migrantes, que proceden sobre todo de Veracruz, Tabasco, Chiapas y Centroamérica. A muchos los secuestran, los mantienen en casas de seguridad e incluso los torturan para exigir que sus familiares paguen entre 10 y 15 mil pesos a cambio de su liberación.
Durante décadas la frontera tamulipeca ha sido, por su ubicación geográfica, un imán. Se estima que anualmente 200 mil personas, 30 por ciento mujeres, buscan llegar a Estados Unidos por este paso.
El gobierno federal ha ubicado tan sólo en Reynosa 14 bandas de polleros que también tienen presencia en Coahuila, Nuevo León y Veracruz.
Rebeca Rodríguez, presidenta del Centro de Estudios Fronterizos y de Promoción de Derechos Humanos (CEFPDH), expone: “los costos por el cruce han aumentado con el reforzamiento de la seguridad en la frontera. Antes te cobraban 300 dólares; ahora son 600 y depende del servicio que utilices.
“Los polleros también usan a menores como encaminadores: son chamaquillos de 14 o 15 años, porque si los detiene la autoridad migratoria solamente los entrega del lado mexicano. Además, de ese modo ellos se van interesando en el oficio y se acostumbran a tener mucho dinero, porque ganan hasta 100 dólares diarios.”
Muchos mojados, al fracasar en su intento por llegar a Estados Unidos, y un buen número de ellos luego de haber vivido la experiencia del secuestro, consiguen alojarse temporalmente en los únicos dos albergues existentes en Reynosa, donde se les da techo y comida gratis.
El Centro Cristiano de Ayuda para Migrantes e Indigentes es una de esas posadas. Parece una colonia donde se han levantado unas 30 viviendas de cartón, madera y lámina, y pisos de tierra.
Aunque se encuentra apenas a unas cuadras del centro de la ciudad, la zona es igual a muchos asentamientos de Reynosa: terregosa, sin pavimento ni áreas verdes.
El terreno es cruzado por buen número de veredas sobre las cuales se alinean las casuchas. En una parte del solar se oxidan algunos juegos infantiles; los niños se entretienen en bicicletas desvencijadas y con envases de plástico vacíos. Hay una cocina comunitaria y al centro se encuentra un templo sin paredes, cuyo techo de lámina está soportado por polines. El día que se visitó este lugar, hombres y mujeres participaban en la construcción de la barda perimetral, y ayudaban a otros a levantar sus casas con los escasos materiales a su alcance.
Héctor Silva, un oaxaqueño que vivió 21 años en Estados Unidos y fue deportado, fundó y dirige este centro. Con apoyo de la gente de Reynosa se ha podido construir y mantener. Es un lugar sin puertas; por eso, grupos de polleros se apostan con sus camionetas en los límites del albergue y tratan de convencer a los migrantes de que se vayan con ellos para intentar otro cruce. Sin embargo, quienes se alojan en el centro hablan de personas que los polleros tiran en las calles de Reynosa o frente a los albergues, tras mantenerlos varios meses secuestrados y sometidos a torturas porque sus familiares no les envían dinero.
“Cuando eso sucede, los recogemos lastimados, hambrientos, y les damos cobijo y atención médica. Los polleros, una vez que los ven recuperados, buscan llevárselos de nuevo”, cuenta El Hermano Héctor, como aquí lo llaman todos.
En ese refugio se agolpan las historias. Todas con el común denominador de la miseria de sus protagonistas. El relato de María, su esposo Carlos, y Bertha –tres jóvenes de entre 25 y 27 años–, que dejaron El Salvador y a sus hijos al cuidado de los abuelos para buscar una vida mejor, es apenas uno más de los casos que aquí pueden conocerse.
“Entramos en México por Chiapas en el tren y logramos llegar hasta Monterrey. Luego, un autobús nos trajo aquí. En la terminal buscamos un pollero. Nos dijeron de uno. Luego luego nos ofreció pasarnos y que esperaría su paga hasta que estuviéramos en Estados Unidos con nuestros familiares. Aceptamos.
“Dijo que nos llevaría a un lugar seguro mientras salía el grupo, que nos daría de comer y nos alojaría. Nos instaló en una casa de seguridad, muy cerca del centro de la ciudad y nos pidió los números telefónicos de nuestros familiares allá; se los dimos y al día siguiente les exigieron dinero; querían 500 dólares o nos golpearían. Nos secuestraron.
“Nos tenían en unos cuartos con mucha gente. Había ocasiones en que los polleros llegaban muy enojados, con pistolas en mano, cortando cartucho cuando pasaban junto a todos los que estábamos allí. Y gritaban, gritaban mucho, preguntaban que cuándo les íbamos a dar dinero.
También, en un solo cuarto de los muchos que hay en la casa ponían el televisor a todo volumen. Nos decían que los hospedados allí hacían escándalo. Pero no era verdad. Los golpeaban y no querían que los demás escucharan sus gritos, narra María envuelta en llanto.
Carlos, todavía con huellas de golpes en rostro y cuerpo, tiembla al hablar del suceso. “Como no había dinero, ellos nos empezaban a pegar y para presionar más, conectan una plancha y ya bien caliente lo queman a uno.
“Te torturan para que pidas dinero a tu familia. Si no lo mandan te matan; pero cuando obtienen la cantidad que exigen, te llevan a la orilla de la ciudad y te abandonan o te llevan al Canal de Anzaldúas, haciéndote creer que una vez cruzándolo ya estarás en Estados Unidos, pero sigue siendo Reynosa.
Nosotros permanecimos cuatro semanas detenidos. Logramos escapar un amanecer, aprovechando un descuido. Nos dijeron de este refugio y llegamos caminando.
En el albergue habitan 110 migrantes que esperan juntar un poco de dinero para regresar a su tierra. En el caso de María y su esposo, no acuden al Instituto Nacional de Migración por temor a que los separen o los pongan de nueva cuenta en manos de los polleros, como, aseguran, ha ocurrido a otros.
El Hermano Héctor secunda esto último: “aquí ni siquiera vale la pena denunciar ante las autoridades las presiones o maltratos de los polleros a los migrantes, pues unas y otros son los mismos”.
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