En la estadística nacional es uno de los municipios
más pobres: 96% de sus cuatro mil 650 pobladores.
Claudia Herrera Beltrán, enviada
Publicado: 22/02/2013 07:57
Publicado: 22/02/2013 07:57
San Simón Zahuatlán, Oax. Por sus ojos hundidos y su
piel ajada, María Martínez parece tener más de 50 años. No recuerda cuándo
nació, explica en mixteco, mientras la enfermera da vuelta a unas hojas hasta
despejar la duda: 35 años, y la bebé que carga es su séptima hija.
Esther, de un año seis meses, luce bien, pero en la sombra se
puede apreciar su cabellera pálida y escasa. La báscula indica que pesa 7.5
kilos, cuando lo normal serían unos 10 kilos 500 gramos.
“Y no se ve tan desnutrida porque le siguen dando pecho”,
afirma Jesús Cariño, médico de la clínica IMSS-Oportunidades de San Simón
Zahuatlán. Después voltea y señala al hermano de Esther, Maximino, de 11 años,
cuya desnutrición crónica –dice– se evidencia más en sus brazos huesudos y en
las manchas blancas de la piel.
Dos de cada tres niños padecen algún grado de desnutrición en
este municipio de la Mixteca oaxaqueña del que no se sabe su historia, porque
faltan registros documentales, pero figura en las estadísticas nacionales entre
los más pobres: 96 por ciento de sus 4 mil 650 pobladores.
Y quizá la parte más difícil de esta lucha contra la
desnutrición es de índole cultural. En San Simón Zahuatlán la planificación
familiar no es común. Cada pareja tiene en promedio seis hijos, lo cual se
traduce en 70 u 80 embarazos mensuales.
Las madres amamantan a sus hijos durante tres o cuatro años,
periodo durante el cual son la principal fuente de nutrición y se vuelven
anémicas. Los niveles de hemoglobina de María son de siete, cuando lo normal es
de 12 a 14, indica su expediente médico, y por eso padece con regularidad
infecciones respiratorias y vaginales.
Al igual que ella, muchas familias viven con 10 o 15 pesos al
día (la cuarta parte de un salario mínimo) que obtienen, sobre todo, de la
maquila de balones de futbol y de sombreros de paja, con lo que pueden comprar
sopa de pasta, frijoles y, si mejoran los ingresos, pollo o res cada 15 o 30
días. “Un pollo cuesta 80 o 90 pesos, no me alcanza”, explica María.
La desnutrición, la lejanía, la falta de empleo y de educación
los mantienen en la geografía de la miseria, aunque 300 familias reciben
Oportunidades, explica Cariño, quien en los próximos días viajará a Huajuapan a
informarse sobre la Cruzada Nacional contra el Hambre, presentada como la
apuesta social del gobierno del presidente Enrique Peña Nieto.
El médico atiende en Zahuatlán desde hace 10 años y desea que
el nuevo programa no sea más de lo mismo.
“Oportunidades les ha ayudado muy poco, porque necesitamos
algún nutriólogo o un ingeniero agrónomo que les ayude a producir frutas y
verduras. Les dan semillas, pero nadie los capacita para usarlas; crean
proyectos productivos pero nadie les ayuda a encontrar un mercado.
“Les digo a las personas: ‘el de Oportunidades no es un pago,
no es un sueldo, es una ayuda para la alimentación’, pero ellos piensan que van
a poder sobrevivir. Luego se dan cuenta de que no y mejor se van a vender dulces
a Veracruz, al Distrito Federal, a Oaxaca, y los más arriesgados se van a
Estados Unidos.”
Algunas familias pagan 20 pesos por las despensas del DIF, pero
“¿cuánto les puede ayudar?”, uno o dos días, plantea el regidor de Salud, Jorge
Méndez, al detallar que los paquetes mensuales incluyen tres litros de leche, un
kilo de arroz, una botella de aceite y una bolsa de avena.
Playera de Barbie y migración
Las dificultades de los pobladores comienzan por las
distancias. Para llegar a Huajuapan, la ciudad más cercana, tardan hora y media
en recorrer serpenteantes caminos de terracería a los que se asoman montes
yermos. Aunque el nombre de Zahuatlán significa “entre los sarnosos o planta que
jala agua”, aquí el líquido se bombea cada 15 días, porque es muy costoso
traerlo desde los ríos Grande y Pipí.
Desde el año pasado un parque adorna la entrada del pueblo; hay
dos calles pavimentadas y el servicio es más estable. Vicente Fox visitó el
lugar y algo quedó, pero no todo se cumplió. La ambulancia nueva se la quitaron
al día siguiente de su entrega y les dejaron un cacharro. Tampoco se pavimentó
el camino para abaratar los costos del microbús. Cada habitante debe pagar 90 o
100 pesos por ir y regresar de Huajuapan.
Aún así, familias completas hacen la travesía en las vacaciones
escolares. A veces piden fiado el transporte y pagan de regreso con tal de ganar
unos pesos extra en la ciudad.
“Algunos venden sus chicles, dulces, cigarros, todo lo que
pueden en la ciudad, y gracias a eso han conseguido tener una casa mejor. Antes
todas eran de palitos, de piedra y de techo de pasto”, explica Esperanza
Martínez, la primera enfermera de la clínica, quien luchó contra el machismo, ya
que cuando empezó no aceptaban ser inyectados por una “mocosa de 17 años”.
Al recorrer los 11 barrios desperdigados por los cerros Blanco,
Grande y Limón se puede ver más casas de adobe y algunas de tabique; sin embargo
todavía existen algunas hechas de lámina o de palos, como en Los Tecolotes, el
punto más alejado.
Una de estas cabañas es la de Virginia Bedolla, quien en
febrero tendrá a su séptimo hijo. En cinco metros están la recámara, el comedor,
la sala, el baño y la cocina. ¿Cómo diferenciarlos? Frente a una mesa de
plástico hay tres cubetas de agua que la pareja y cinco hijos usan para bañarse
y cocinar. A un lado, petates tapados con colchas y enfrente una antigua
televisión Hitachi acochambrada.
En una esquina se esconde un aparato tapado con tela. Uno de
sus hijos descubre el enorme estéreo que “ya no sirve”; hay juguetes regados
alrededor, como ositos de peluche polvosos, muñecas, un triciclo, ropa con
imágenes de personajes infantiles: Dora la exploradora o Barney.
Su hija Andrea de Jesús, con las mejillas hundidas y el cabello
descolorido, esconde su delgadez en una playera de Barbie, falda rosa y botas de
gamuza.
“Dice su mamá que se los regalaron en el Distrito Federal”,
explica la enfermera, la única que habla mixteco en la clínica, porque el médico
ha preferido no aprenderlo, aunque sea el único medio de comunicación para uno
de cada cuatro habitantes.
“Los obligo a que hablen español porque no quiero que vivan en
la ignorancia. Cuando llegué les decía a las señoras: ‘¿usted cómo se llama?’, y
me decían: ‘mmm’. Y las obligué a que me dijeran primero su nombre, a la
siguiente semana el de sus hijos y luego el del esposo. Quizá por eso no he
aprendido, porque para mí es atrasarlos más. Los de las culturas dirán que el
dialecto (sic) es muy bonito, pero yo les digo: ‘quiero que se queden a vivir un
mes aquí en esta casa, a ver qué sienten sin agua, comiendo lo que ellos comen:
un chile en vinagre y una tortilla. A ver si es bonito’.”
Mientras el gobierno federal define qué ofrecerá la Cruzada
contra el Hambre, el médico sigue con su rutina de 40 a 50 consultas diarias,
casi todas a mujeres. No hay aparatos para monitorear los embarazos. Ese día
parecía tranquilo, pero por la tarde llegó Idolina con supuestos dolores de
espalda. Dos horas después nació un niño que sólo pesó 2 kilos 400 gramos.
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