Rubén Bonifaz Nuño, poeta.
Foto: Octavio Gómez
Foto: Octavio Gómez
“Amargo es perder a un amigo”, comienza el décimo poema de Los demonios y los días (1956), uno de los libros más hermosos del bardo. Casi para cumplir 90 años, prácticamente sin el sentido de la vista, este enorme poeta decía a sus amigos más íntimos, postrado desde hacía algunos meses, que ya no quería vivir. Se fue la tarde del jueves pasado. Lega una obra lírica incomparable en la segunda mitad del siglo XX, y una labor inconmensurable en la traducción de los clásicos grecolatinos.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Este año, en noviembre, habría alcanzado los 90 de edad. Como ocurre siempre, pensábamos que seguiría entre nosotros mucho tiempo más.
Nos habíamos acostumbrado a verlo fuerte siempre, siempre elegante. Pero en los últimos tiempos acusaba cansancio. Su progresiva ceguera lo abrumaba.
Hace un par de años le pidió a su colega y amigo Eduardo Lizalde que le ayudara a concertar un encuentro con otro poeta, el argentino Juan Gelman. Le gustaba su poesía y quería conocerlo. Convinieron en comer en un restaurante. Le comentó a Lizalde que le gustaría encontrarse con él unos minutos antes de que Gelman llegara.
–Al rato, cuando Juan esté aquí, me vas a ver sonriendo y celebrando el estar juntos. Pero ya son muy pocas las ocasiones para celebrar algo. En realidad, estoy harto. Dependo para todo de que me ayuden. Quisiera morirme.
Arrostró la merma de su salud con una entereza absoluta. Fuera de esporádicas confidencias como ésta, ante amigos íntimos, jamás se le escuchó quejarse. Por el contrario, siempre hizo gala de buen humor.
Su magnífica, honda poesía, sin embargo, estuvo teñida de melancolía desde el principio. El hablante de sus poemas (como ahora suele decirse) es un personaje cargado de una tristeza íntima, antigua. Algo ha perdido, algo no consigue realizar plenamente, su amor no alcanza a salir de las sombras, sus sueños son frutos caídos entre piedras. Sabe que cuando asoma al espejo está mirando un rostro fugaz, que no es más que un indigente al que sólo ampara la belleza.
Es bellísima su poesía. El amor, siempre su tema. En la forma denota un conocimiento profundo de la letras clásicas, y un feliz dominio de la expresión popular, coloquial.
Esto y mucho más salta a la atención de quien la lee.
Ahora es posible leerla en su integridad gracias a la reunión en tres tomos que bajo el título de Poesía completa acaba de poner en circulación el Fondo de Cultura Económica. El primer tomo es De otro modo lo mismo, poemas escritos entre 1945 y 1971; el segundo, Versos (1978-1994), y el tercero, Calacas, el libro con el que, hace 10 años, decidió mirar cara a cara a la muerte (“tin tin, está llamando ahora;/ sé quién es, tin tin, y me resisto/ a abrirle, y estoy, tin tin, abriéndole”).
Acompaña esta compilación un cuarto, esbelto, libro que contiene, a manera de prólogo, un ensayo del poeta hispano Luis García Montero titulado La poesía como destino. Ojalá eso contribuya a que circule más y se lea mejor su obra en España y otros países hispanohablantes. Pero en México el estudio introductorio correspondía, sin duda, a Marco Antonio Campos.
Con la muerte de Bonifaz Nuño no sólo se pierde un poeta y un clasicista incomparable, también un gran estudioso del mundo prehispánico.
Bonifaz: lo suyo –nombre es destino–era hacer el bien, y sus lectores nos contamos entre sus principales beneficiarios. Sus libros son la certeza de que estará entre nosotros por siempre.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Este año, en noviembre, habría alcanzado los 90 de edad. Como ocurre siempre, pensábamos que seguiría entre nosotros mucho tiempo más.
Nos habíamos acostumbrado a verlo fuerte siempre, siempre elegante. Pero en los últimos tiempos acusaba cansancio. Su progresiva ceguera lo abrumaba.
Hace un par de años le pidió a su colega y amigo Eduardo Lizalde que le ayudara a concertar un encuentro con otro poeta, el argentino Juan Gelman. Le gustaba su poesía y quería conocerlo. Convinieron en comer en un restaurante. Le comentó a Lizalde que le gustaría encontrarse con él unos minutos antes de que Gelman llegara.
–Al rato, cuando Juan esté aquí, me vas a ver sonriendo y celebrando el estar juntos. Pero ya son muy pocas las ocasiones para celebrar algo. En realidad, estoy harto. Dependo para todo de que me ayuden. Quisiera morirme.
Arrostró la merma de su salud con una entereza absoluta. Fuera de esporádicas confidencias como ésta, ante amigos íntimos, jamás se le escuchó quejarse. Por el contrario, siempre hizo gala de buen humor.
Su magnífica, honda poesía, sin embargo, estuvo teñida de melancolía desde el principio. El hablante de sus poemas (como ahora suele decirse) es un personaje cargado de una tristeza íntima, antigua. Algo ha perdido, algo no consigue realizar plenamente, su amor no alcanza a salir de las sombras, sus sueños son frutos caídos entre piedras. Sabe que cuando asoma al espejo está mirando un rostro fugaz, que no es más que un indigente al que sólo ampara la belleza.
Es bellísima su poesía. El amor, siempre su tema. En la forma denota un conocimiento profundo de la letras clásicas, y un feliz dominio de la expresión popular, coloquial.
Esto y mucho más salta a la atención de quien la lee.
Ahora es posible leerla en su integridad gracias a la reunión en tres tomos que bajo el título de Poesía completa acaba de poner en circulación el Fondo de Cultura Económica. El primer tomo es De otro modo lo mismo, poemas escritos entre 1945 y 1971; el segundo, Versos (1978-1994), y el tercero, Calacas, el libro con el que, hace 10 años, decidió mirar cara a cara a la muerte (“tin tin, está llamando ahora;/ sé quién es, tin tin, y me resisto/ a abrirle, y estoy, tin tin, abriéndole”).
Acompaña esta compilación un cuarto, esbelto, libro que contiene, a manera de prólogo, un ensayo del poeta hispano Luis García Montero titulado La poesía como destino. Ojalá eso contribuya a que circule más y se lea mejor su obra en España y otros países hispanohablantes. Pero en México el estudio introductorio correspondía, sin duda, a Marco Antonio Campos.
Con la muerte de Bonifaz Nuño no sólo se pierde un poeta y un clasicista incomparable, también un gran estudioso del mundo prehispánico.
Bonifaz: lo suyo –nombre es destino–era hacer el bien, y sus lectores nos contamos entre sus principales beneficiarios. Sus libros son la certeza de que estará entre nosotros por siempre.
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