viernes, 21 de mayo de 2010

Un general y un Coronel

Miguel Ángel Granados Chapa

¿Podría resultar que en menos de una semana haya otro desaparecido conspicuo? Se trataría de Ignacio Coronel Villarreal, tratado confianzudamente en algunos medios con su hipocorístico: Nacho. El viernes pasado se difundió la noticia de su probable captura, en una operación militar y policiaca que habría ocurrido en Juanacatlán, Jalisco. La información habría sido originada en una filtración de oficiales de la Marina. Pero adquirió corporeidad cuando el secretario de Gobierno de esa entidad, Fernando Guzmán Pérez Peláez, fue interrogado al respecto. Ese mismo viernes y el sábado por la mañana confirmó el hecho, con menos contundencia en su segunda referencia, en que quiso aclarar lo dicho en la víspera sin desmentirlo: "Lo que se dijo es que había unos operativos y había la posibilidad de esa detención, y estamos a la espera de la información oficial al respecto", que debía provenir de autoridades federales. Pero insistió: "Hubo operaciones importantes, hubo acciones y hay detenidos".

Pero ocurre que el número dos del gobierno jalisciense estaba mal informado o fue infidente respecto de hechos a los que no debió referirse. No hubo operaciones, no hubo acciones y no hubo detenidos, si hemos de creer a las Secretarías de la Defensa Nacional y de Marina que, cinco días después de esparcida inicialmente la versión, salieron a decir que no es verdad. Negaron haber participado en ninguna operación y aseguraron no tener conocimiento sobre dicha captura.

O sea que según las autoridades militares Coronel no fue detenido. Pero si otorgamos crédito a Guzmán Pérez Peláez y a los medios que dieron por cierta esa captura, algo pasó con el lugarteniente de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, que quizá cayó en el limbo en que viven los detenidos-desaparecidos. O quizá fue liberado poco después de su aprehensión y para evitar explicaciones sobre ese acto ahora se niega su captura.

Si Coronel fue detenido y no está en manos de autoridades federales, esos hechos alimentan la especie que a partir del lunes giraba en los círculos que tienen la atención puesta en la suerte de Fernández de Cevallos: el número dos, el gran operador del Cártel de Sinaloa o del Pacífico, gente de confianza y aun pariente del número uno, El Chapo, sí habría sido detenido, por ello se habría practicado el secuestro del panista prominente y se habría producido un canje. En esa perspectiva, la aparición de Fernández de Cevallos sería inminente.

Pero no siendo cierto, como dicen los voceros de los ministerios militares, el asunto se reduciría a una "volada" de cierta prensa local tapatía, que trascendió a algunos programas informativos del Distrito Federal el lunes y a un desliz del secretario de Gobierno de Emilio González Márquez. Y ya. Que ese pecado periodístico hubiera coincidido con la desaparición de Fernández de Cevallos no habría sido más que una casualidad.

El martes pasado, en un orden de hechos aparentemente desvinculado, un general del Ejército, retirado, fue víctima de un asalto en la colonia Roma y herido de gravedad por el atracador. De suyo parecía un suceso extraño. El agredido, el general Mario Arturo Acosta Chaparro, es un hombre de elevada estatura y a sus 68 años de edad -los cumplió el 19 de enero pasado- se mantiene en forma. Aun sin uniforme tiene el porte militar que, junto con su complexión, hubiera disuadido a un asaltante cualquiera de escogerlo como víctima. Por añadidura, el militar, que salía de un edificio en la calle Sinaloa, era esperado en su automóvil Mercedes Benz blanco por su chofer, Rodolfo Chumacera Galindo. El general fue llevado para su atención al Hospital Central Militar, donde se encontraba el jueves en terapia intensiva.

Unas líneas en la primera plana de Reforma sitúan, sin embargo, a Acosta Chaparro en un escenario probablemente distinto al de un asalto callejero vulgar y corriente. "Allegados al militar confirmaron que el polémico general fue contactado el lunes por la familia de Fernández de Cevallos para involucrarse en el caso". Al balearlo, ¿se habrá tratado de amenazarlo para que no lo hiciera, y aun para de plano impedirlo? Puede que el mero azar haya reunido la oferta profesional y el atraco. Pero puede que no.

Aunque sólo ocupó cargos de director en la Sedena y la comandancia de batallones en sus 45 años de servicios, Acosta Chaparro ha sido uno de los más visibles mandos militares, como especialista que fue en contrainsurgencia, materia sobre la que escribió un manual. Fue enviado en 1974 a la Vigesimoséptima Zona Militar, en Guerrero, para servir en la Guerra Sucia -por supuesto sus órdenes formales jamás lo expresaron así- con la que el gobierno combatió a la insurgencia guerrillera. Su actuación fue conocida desde entonces como especialmente cruel, lo que le valió ser procesado muchos años después. En junio de 2006 un juez militar lo absolvió de la desaparición de 22 campesinos a los que habría arrojado al mar desde un avión. Permaneció en prisión, sin embargo, porque al mismo tiempo los tribunales castrenses lo enjuiciaban por su vinculación con el narcotráfico, lance del que también resultó exonerado.

En el entretanto, con licencia del Ejército había sido jefe de policía en Guerrero con gobernadores de mano dura: el primer Rubén Figueroa, y en Veracruz, con Agustín Acosta Lagunas. Volvió un tiempo al servicio activo en 1994 ante la insurrección zapatista. Asesoró después al segundo Rubén Figueroa, como ahora con funcionarios del gobierno federal en temas de seguridad.



Cajón de Sastre

Pocos panistas hubo como lo fue Jorge Eugenio Ortiz Gallegos, muerto anteayer a los 85 años de edad, y que durante más de medio siglo militó en el PAN, que ayer lo recordó sin reparar en las diferencias que lo llevaron a renunciar en 1992 a una pertenencia que era intensa pero de menor relevancia que los principios. Ante el salinismo panista, fue parte del Foro Democrático y Doctrinario, una corriente interna que censuró esa actitud y terminó por dejar el PAN. Nacido en Morelia en 1925, esparció la fe panista por varios estados, donde también ganó su vida como ejecutivo y propietario de negocios. Era, al mismo tiempo, un espíritu sensible, un hombre de letras. Fue candidato al gobierno de Michoacán en 1962, tiempo en que ser postulado demandaba condiciones apostólicas. Asimismo fue miembro de la Cámara de Diputados, en 1985.

Reforma
21/05/2010

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