Lorenzo Meyer
En todos lados se discute la posibilidad de México como un "Estado fallido". Examinemos, pues, algunos indicadores
En todos lados se discute la posibilidad de México como un "Estado fallido". Examinemos, pues, algunos indicadores
El debate
Hasta hace poco, el concepto de "Estado fallido" no era tema de discusión en México. Estados fallidos eran, obviamente, Somalia, Zimbabwe, Afganistán o Haití, pero no el nuestro. Ése ya no es más el caso. Desde afuera -Estados Unidos- se ha planteado la posibilidad de que México ya sea o vaya camino de ser un "Estado fallido". Tómese como ejemplo, el artículo central de Forbes del 22 de diciembre de 2008: "La disolución de México: narcoterror, colapso de los precios del petróleo, caos económico...". A partir de visiones como ésta, hoy el tema es de discusión obligada en los círculos del poder.
DefinicionesSiempre es útil empezar por los clásicos y Thomas Hobbes (1588-1679) y su Leviatán (1651) vienen al cuento al sostener que la función central e insustituible de las estructuras políticas es impedir el retorno al "Estado de naturaleza", es decir, a la guerra de todos contra todos, donde ya no tiene sentido hablar de justicia sino apenas considerar cómo superar el miedo y sobrevivir. La tarea central del Estado es, pues, garantizar vida y bienes de los súbditos. Si la autoridad incumple esta responsabilidad, entonces será una autoridad inútil, fallida e ilegítima.
Para Noam Chomsky, el término "Estado fallido" se popularizó por su uso en Estados Unidos a partir de los 1990. El que Washington declarara fallido un Estado equivalía a considerarlo incapaz de ejercer su soberanía y marcarlo como problema (Afganistán o Somalia, por ejemplo). Así, el "Estado fallido" resultó simplemente la antítesis del "Estado ilustrado". Chomsky acepta que no hay forma satisfactoria de definir lo fallido de un Estado pero propone dos indicadores: a) el predominio de un claro desdén por las normas legales internas e internacionales y b) una falta de capacidad o voluntad de la autoridad para proteger a los ciudadanos de la violencia y la destrucción (Failed States, Nueva York: Owl Books, 2007).
Una fundación privada con sede en Washington, The Fund for Peace, se animó a proponer y usar 12 indicadores -cuatro sociales, dos económicos y seis políticos- para elaborar una lista de 177 países del tercer mundo -desde su perspectiva, los únicos candidatos a fallar- y les asignó una calificación de más o menos fallidos siendo Somalia el número uno. Para 2008, México aparece en un honroso 105 lugar: con fallas pero sin fallar.
El color del cristalComo en otros campos, lo fallido depende del color del cristal con que se mire. Si se toma a Hobbes y las estadísticas de los delitos cometidos en México en los últimos años, incluida la "cifra negra" (el cálculo de delitos cometidos pero no denunciados, y que va del doble al cuádruplo de los denunciados), la conclusión sería inquietante: en 2001 el 14 por ciento de los hogares mexicanos fueron víctimas de delincuentes (fuente: Instituto Ciudadano de Estudios Sobre la Inseguridad, A. C.). Desde entonces, las cifras deben haber aumentado y mucho, lo que llevaría a concluir que en México el Estado está fallando cada vez más en el cumplimiento de su deber esencial. Si se toma el punto de vista de Chomsky -la falta de capacidad o voluntad de la autoridad para proteger a sus ciudadanos de la violencia y lo relativo del estado del Estado de derecho- la conclusión sería la misma.
Por lo que se refiere al estudio de The Fund for Peace (www.fundforpeace.org), México tiene problemas en más de la mitad de los indicadores: migración, crecimiento económico, derechos humanos, desigualdad, reclamos de grupos específicos, legitimidad del Estado, servicios públicos y el aparato de seguridad.
Una propuesta alternativaOtra forma de enfocar el problema sería comparar a México consigo mismo y ver hasta qué punto se ha progresado o retrocedido en la búsqueda de un mejor país en los últimos años o decenios.
Si se empieza de afuera hacia adentro, ¿cómo está nuestra relación con el exterior? La decisión de depender de un solo y gran país como el mercado ideal para nuestras exportaciones se tomó al momento de negociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Hoy el 81 por ciento de nuestro comercio global está concentrado en Estados Unidos y si a ello se suma que el 61 por ciento de la inversión externa es norteamericana y que de la población mexicana económicamente activa más de 7 millones tienen su trabajo en Estados Unidos desde donde enviaban remesas por más de 23 mil millones de dólares (2006), entonces no podemos menos que concluir que la dependencia económica respecto de nuestro vecino del norte sólo se compara hoy con la que se tuvo durante el periodo extraordinario de la Segunda Guerra. El que la base material de nuestra soberanía haya disminuido, y mucho, muestra una estrategia fallida.
Pasemos a la arena económica. Entre 1935 y 1982, el crecimiento promedio anual del PIB per cápita fue del 3.17 por ciento. En contraste, de 1983 al 2006 ese crecimiento ha sido de un magro 0.87 por ciento y este año, como todos sabemos, la economía no crecerá sino decrecerá. Así pues, la política económica ha fallado y desde hace más de un cuarto de siglo.
La razón de ser de la Revolución Mexicana fue transformar la injusta estructura social. Las políticas agrarias, obreras, educativas y de seguridad social que con altas y bajas desarrollaron los gobiernos revolucionarios y sus herederos disminuyeron las distancias sociales. Sin embargo, a partir de la crisis de 1982 y de la instauración de las políticas neoliberales, la disminución de la desigualdad social dejó de ser una prioridad. En el 2006 el 20 por ciento de los hogares mexicanos más afortunados concentraban el 59.1 por ciento de los ingresos disponibles en tanto que el 20 por ciento de los más pobres apenas recibieron el 3.1 por ciento. El que esta distribución sea casi igual a la que prevalece en América Latina en su conjunto -58.4 por ciento y 3.0 por ciento respectivamente- es la mejor prueba que en materia de justicia social la Revolución Mexicana ya no significa nada: la nulificó la brutal concentración de la riqueza de los últimos decenios. El México de hoy es igual al de los otros países de la región que nunca hicieron una revolución social. ¿De la Revolución de 1910, qué vamos a celebrar en el 2010? En fin, en este campo de la equidad, la falla del Estado mexicano es hoy enorme e inocultable.
En cuanto a la educación, México gasta el 7.1 por ciento de su PIB en este rubro (2006) y el analfabetismo es bajo (7.9 por ciento entre los mexicanos de 15 años o más). En principio, pareciera que la situación es buena, pero en cuanto se aborda el tema de la calidad desaparece el optimismo. Por ejemplo, de los estudiantes de 57 países examinados por la OCDE en su capacidad de lectura en el 2006, los mexicanos quedaron en el lugar 43, con los de Corea del Sur como los más avanzados y los de Kirgistán los menos (PISA, 2006). Las primarias indígenas tienen al 29 por ciento de sus estudiantes por abajo del nivel básico de lectura y apenas un 13 por ciento en nivel avanzado; en contraste, las primarias de paga tienen al 72 por ciento en nivel avanzado y apenas el 2 por ciento por debajo del básico (Sergio Aguayo, Almanaque 2008). Otro indicador de lo fallido del Estado.
Por lo que se refiere a la seguridad pública, el deterioro es tan claro como grave. Hace medio siglo, los aparatos de seguridad tenían bajo control a los grupos criminales pero hoy ese aparato es claramente impotente para frenar a los cárteles del narcotráfico que operan en todo el país y que han expandido su campo de acción fuera de nuestras fronteras. En el 2008, la cifra de asesinatos atribuidos a narcotraficantes fue el doble del 2007 y en este año el promedio mensual indica un aumento cuantitativo y cualitativo, pues hoy el crimen organizado se da el lujo de torturar y asesinar hasta a generales del Ejército. Aquí nadie puede dejar de reconocer una falla fundamental, catastrófica.
Es justamente la incapacidad de los aparatos mexicanos de seguridad para enfrentar al crimen organizado -incapacidad producto de su falta de preparación profesional pero, sobre todo, de su enorme corrupción- lo que más preocupa a las autoridades norteamericanas, y lo que explica que al norte del Bravo se plantee abiertamente la posibilidad de calificar al mexicano como un "Estado fallido". Para Estados Unidos su seguridad requiere en México autoridades capaces de garantizar el orden interno por la vía que sea, autoritaria o democrática. Y es esa capacidad lo que se está perdiendo. De ahí artículos como el de Forbes o declaraciones como la del director saliente de la CIA, Michael Hayden, que al entregar su puesto advirtió que el incremento de la violencia en México era ya un foco rojo que la nueva administración norteamericana debía atender.
En suma, si el mexicano no es ya un "Estado fallido", cada vez se parece más a uno y no se ve que los responsables estén a la altura del problema.
Reforma05/02/2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario