Ricardo Rocha
Detrás de la Noticia
05 de febrero de 2009
A la crisis económica y social que padecemos se añade la violencia más sangrienta en décadas
A la crisis económica y social que padecemos se añade la violencia más sangrienta en décadas
Son estos tiempos de oscuridades. No hay la menor señal luminosa. La crisis financiera se hizo crisis económica. Ahora vivimos también una profunda crisis social. El desempleo, las deudas crecientes, la pérdida del valor de nuestro dinero, la amenaza cierta del decrecimiento, pero sobre todo la distancia con quienes nos gobiernan agudizan día a día sentimientos de dolor, orfandad y rabia cada vez menos contenida.
Eso de que la crisis nos vino toda de fuera no es ningún consuelo. Tampoco es cierto. Aquí contribuimos a profundizarla con la ignorancia, la irresponsabilidad, la soberbia y la frivolidad que hoy caracterizan al gobierno.
Así que, a riesgo de una comodina acusación de traición a la patria, hay que decirlo: esto es apenas el principio de la peor crisis económica de que se tenga memoria. Y sus embates nos golpearán cada vez más fuerte debido a los rezagos en el mayor de nuestros males: la pobreza.
Más de la mitad de los 110 millones de mexicanos son pobres, 20 millones padecen hambre y muchos de nuestros niños se mueren cada año a causa del abandono oficial.
También es incuestionablemente cierto que la miseria ha desgarrado y separado a decenas de miles de familias por el éxodo al norte. El que no quiera ver y reconocer este escenario es por torpeza, ignorancia o conveniencia. Decir mentiras siempre ha sido un gran negocio.
A la crisis económica y social se añade la violencia más sangrienta en décadas. La estadística de los miles de muertos, los ejecutados, los descabezados y los secuestrados es un entretenimiento perverso. ¿Alguien puede caminar en cualquier pueblo o ciudad sin miedo a ser víctima de un delincuente o, peor aún, de un policía?
Y mientras administramos aspirinas para el cáncer de la crisis o nos desgastamos en una guerra sospechosa contra el crimen organizado —que ya está adentro de todos nuestros órganos de seguridad y justicia—, el país se nos deshace entre las manos: perdemos cada año 400 mil hectáreas de bosques y selvas, el equivalente a Aguascalientes, por lo que tendremos un México cada vez más chico; nadie como nosotros para ensuciar ríos, aires y suelos y para desecar lagunas o destrozar los hábitats submarinos de nuestras costas.
En este panorama desolador, vamos dejando atrás nuestras tareas más apremiantes: una gran reforma del Estado para reequilibrar los tres poderes de la Unión y el pacto federal; un nuevo modelo económico para abatir la pobreza y recuperar el crecimiento; una gran revolución educativa para construir el futuro.
Hoy, más que nunca, urge rehabilitar un Estado fallido ahora también en crisis de valores: donde los intereses se oponen a la ley, en el que se privilegia a unos cuantos en perjuicio de los más; donde la corrupción es moneda habitual; en el que se han prostituido los mejores propósitos y en el que el bien más escaso es el patriotismo.
Es en este escenario de oscuridades donde los periodistas hemos de ejercer nuestro oficio de tinieblas. Y en esta convicción, tal vez podríamos recurrir al pasado para iluminar el futuro; a las gestas heroicas de las mujeres y los hombres que nos definieron como nación; a los muros incendiados por los colores imposibles de nuestros artistas; a las páginas de ensoñación de nuestros escritores; a la suma, en fin, del esfuerzo anónimo pero todavía presente de quienes han construido este país a lo largo de 30 siglos de historia envidiable. Sobre todo en estos tiempos de globalización irracional.
Mirar al pasado para alumbrar el futuro. Puede ser un principio.
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