La juventud universitaria ha demostrado su frescura
ideológica, entusiasmo cívico y apuesta pacífica para transformar la realidad.
Nuestra presencia ha demostrado también que el mayor acierto de una nación es
educar a su juventud.
Andrea Odeth Pérez Pérez
Publicado: 29/06/2013 11:36
Publicado: 29/06/2013 11:36
La situación de la juventud mexicana es catastrófica. Los proyectos gubernamentales que han pretendido resolver los problemas nacionales se han desentendido de las necesidades específicas de los diversos sectores de la población. No han considerado a la persona como el eje esencial del que debe partir todo esfuerzo institucional por modificar esta lacerante realidad. Los gobernantes han sido contumaces en el dogma neoliberal, persiste la actitud fundamentalista de salvaguardar las cifras macroeconómicas sobre la dignidad humana.
Los datos publicados por instancias oficiales nacionales e
internacionales describen sin matices el drama que vive la juventud en México:
la mitad de la población tiene 26 años o menos; casi 30 millones de mexicanos
somos considerados jóvenes (entre 15 y 29 años) (INEGI 2010); 30.3 millones de
menores de edad viven con al menos una carencia social, 53.8% padecen pobreza
y25.3% sufren inseguridad alimentaria (término eufemístico del hambre). Según
CONEVAL Y UNICEF, 5.1 millones de niños y adolescentes viven en pobreza extrema
el 47.1% de los jóvenes trabaja, sólo el 26.7% estudia y el restante 26%(7.5
millones) no estudia ni trabaja.
En materia educativa, 12.4 millones de jóvenes entre 15 y 24
años no van a la escuela (SEDESOL 2013). Más del90% de los aspirantes a ingresar
a la UNAM son rechazados, situación similar se replica en la educación superior
a nivel nacional. De los que ingresan sólo se titula el 39% (ANUIES 2008), lo
que representa el 12% de los que ingresaron a la educación básica. Para los
egresados de educación superior el panorama es desalentador; en la última década
40% están desempleados, en el subempleo o trabajan en una actividad ajena a su
carrera.
En el mundo laboral, la OIT documenta que el 53% de los
desempleados en México son jóvenes; de los que trabajan, el 40% gana menos de
dos salarios mínimos y la tercera parte percibe hasta un salario mínimo. El
promedio salarial mensual de un egresado de maestría o doctorado es de 9 mil 272
pesos (ANUIES 2012).
Las cifras anteriores hacen evidente que el desmantelamiento de
las políticas sociales a partir de la década de los ochenta ha causado los
efectos más perniciosos en los menores de 30 años.
Actualmente se ha conquistado, como acción afirmativa, que toda
política pública considere los enfoques de derechos humanos, multiculturalidad e
igualdad de género. En ese sentido es imperativo incorporar el enfoque de
jóvenes, pues hemos sido sistemáticamente soslayados de la orientación en el
proyecto de nación cuando representamos la mitad de la población.
Por ejemplo, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 excluye
las necesidades urgentes de la juventud. La reforma estructural impulsada por
los últimos gobiernos pretende sólo aumentar impuestos en alimentos y medicinas,
privatizar los energéticos, desmantelar derechos laborales y someter el modelo
educativo a una descarnada competencia de mercado.
Si el gobierno fuera congruente con su
propio discurso sobre el desarrollo económico atendería, cuando menos, los
resultados de los estudios elaborados por organismos en quienes deposita fe
ciega como la OCDE, que sobre el tema de la educación universitaria sostiene que
las personas que cuentan con un título profesional aportan, mediante pagos por
Impuesto sobre la Renta, entre el doble y triple del monto que el Estado
invierte en su educación. De aplicarse este criterio en la reforma estructural
(fiscal, educativa y laboral) se imprimiría, de alguna forma, la transversalidad
en la atención estatal a la juventud, pero sobre todo implicaría la
obligatoriedad de garantizar la cobertura universal y de calidad en la educación
superior y, desde luego, en el empleo.
En este contexto, la juventud universitaria ha demostrado su
frescura ideológica, entusiasmo cívico y apuesta pacífica para transformar la
realidad, quienes participamos en el movimiento #YoSoy132 hemos hecho dialogar
las redes, las aulas, las calles y la plaza pública; incidimos de una forma aún
no cuantificada en el resultado electoral de 2012; generamos propuestas
articuladas y vanguardistas en materia de democratización de medios y de
participación ciudadana; denunciamos la criminalización de la protesta social y
padecimos el linchamiento mediático. Nuestra presencia ha demostrado también que
el mayor acierto de una nación es educar a su juventud.
Estamos convencidos que si el país continúa en la misma ruta
sólo tendremos como expectativas la migración, el subempleo, la economía
informal, la delincuencia y la peligrosa depresión social. En gran medida, la
responsabilidad corresponde a la clase política y las consecuencias de sus
decisiones serán inescrutables. Por lo pronto, nosotros continuaremos en
lucha.
*Integrante de la Mesa de Democratización del Sistema de Medios
#YoSoy132
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