- Entrevista con el periodista mexicano, que ha sido colaborador de Excélsior, Proceso, El Financiero, entre otros medios.
- “El periodismo no es de coyuntura. Es de condición, de trabajo largo, creador, político”, asegura Reveles.
Por Abraham Gorostieta
M.
*Entrevista publicada originalmente en
la revista El Búho. Enero 2013.
Es realmente increíble la memoria del periodista José Reveles: un solo dato
basta para que su cerebro, como si fuese un enorme archivo, procese la
información y extraiga la ficha de la persona, datos, fechas, antecedentes…
todo.Es jovial, muy jovial. Tiene más de cuatro décadas en el oficio. Se ha especializado en los temas de derechos humanos, movimientos sociales, represión y seguridad nacional. Cada uno de estos temas los aborda como las abuelas bordan un tejido, con paciencia, con color, con cariño. Graduado de la Escuela de periodismo Carlos Septién García con una tesis sobre poesía latinoamericana moderna. Estudiaba y trabajaba como reportero en la redacción de La Prensa y lo hacía con “muchas tazas de café y cuartitos de bencedrina para no dormir”.
Se define como reportero: “nunca he dejado de serlo ni tampoco he dejado de ir en busca de la información, de corroborarla, de cruzar datos”. Se levanta muy temprano y comienza su día como reportero leyendo los diarios del día: “Yo nunca leo columnas periodísticas. En los periódicos sólo leo información”. Reveles expresa lo anterior porque escudriña e infiere que la mayor parte de las columnas están manoseadas por intereses políticos, económicos y sociales y, por tanto, se trata de una mirada (respetable, incluso) sobre la realidad, pero al mismo tiempo, distorsionada.
Reveles ha dedicado su tiempo y experiencia al periodismo de investigación. Reportajes polémicos que han denunciado actos de corrupción entre políticos y empresarios, así como de impunidad, abuso de autoridad; ha investigado el tema del narcotráfico. Y todo eso se ha convertido en libros necesarios para entender la realidad mexicana. Así escribió Una cárcel mexicana en Buenos Aires; Una PANdemia devasta México; y Las historias más negras; La Quina, el lado oscuro del poder (en coautoría con el periodista Salvador Corro); El cartel incómodo. El fin de los Beltrán Leyva y la hegemonía del Chapo Guzmán; Las manos sucias del PAN; Las historias más negras de narco, impunidad y corrupción en México y el libro de entrevistas Villa, Sofía Loren y los Sandinistas.
Sus inicios
–¿Cómo es que se decide a ser periodista?–Pocas cosas he decidido en mi vida. Al haber estado con pocos documentos oficiales –venía de estudiar de Guadalajara–, alguien me aconsejo ir a la Escuela de Periodismo Carlos Septién. Entré con media beca porque andaba muy pobretón y ahí me fue muy bien. Al final del mismo año que ingreso a la Septién ya estaba trabajando como periodista. Era 1964. Soy fundador del Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos), junto con Pepe Alvárez Icaza, que ya murió y Alejandro Avilés, que me llevo ahí. Trabajaba en la agenda clerical progresista; fuimos pioneros de las síntesis informativas que hoy en día son insustituibles en las oficinas de comunicación social. Empecé a trabajar en la prensa desde el otro lado de la barrera, dando información a los periódicos. Me toca, por ejemplo, un tema muy cerrado en esa época que era el tema eclesiástico, pero me toca la transición de apertura de la Iglesia a los medios, lo que se llamó aggiornamento de la Iglesia y que fue una decisión del Papa Juan XXII que es es la adaptación o la nueva presentación de los principios católicos al mundo actual y moderno, siendo por eso un objetivo fundamental del Concilio Vaticano II. Empecé a trabajar oficialmente en Cencos, pero muy pronto me incorporé a los periódicos desde 1967.
–¿Cómo ingresa en el diario Excélsior?
–Yo solito llegué. Resulta que estaba trabajando en Novedades, por invitación de mi amigo Ernesto Ochoa Céspedes. Ahí trabajé dos años. Te doy un antecedente: mucho antes hacía síntesis noticiosa, fui pionero de la síntesis informativa. Analizábamos los principales periódicos de esta ciudad y los ordenábamos en trece temas, más internacional, nacional y metropolitano, así que cuando alguien leía nuestro informe, en una lectura de 20 minutos estaba informado de todo. A las cinco de la madrugada leía los diarios y hacia esa chamba, entonces por obligación era una persona informada. El problema con el periodismo mexicano es que los periodistas no leen pero tampoco los estudiantes de periodismo ni los maestros que dan clases a esos estudiantes. Es un problema. Hay que leer, escuchar y aprender. Sostengo que la libertad consiste en escoger entre varias opciones. Si no tienes opciones porque no lees, no puedes escoger: no eres libre. O tu libertad se limita porque no tienes conocimientos.
Estuve en Novedades, periódico bastante gris,
aunque me sirvió en mucho en el sentido de que confirme en la práctica que
cualquiera, si se empeña en hacer periodismo, lo puede hacer hasta en un
periódico malísimo como era Novedades. Ahí publiqué el caso del primer
desaparecido político en México, el de Epifanio Avilés Rojas, mayo 18 de 1969.
Hacer periodismo –quítale lo de “buen”– sí se puede en cualquier lugar. Carlos
Borbolla en Excélsior y yo en Novedades hablamos sobre el tema.
Pasa el tiempo, y el diario me envía a la toma de posesión del presidente de
Colombia, Misael Pastrana Borrero, padre de Andrés Pastrana que también fue
presidente. Hablamos de agosto de 1970. Ahí conozco a la oposición; conocí un
Congreso cerrado con alambres de púas; vi al Ejército resguardando al recinto;
conozco a los obispos adentro del Congreso, lo cual me impresionó porque en esa
época en México no existía eso, y era tal la desesperación de la oposición por
un fraude electoral que deciden en esa reunión –yo estaba ahí porque me fui con
la oposición a chupar, a deplorar la derrota y la negativa de ir al
Congreso a convalidar al impuesto– y ahí veo nacer el M-19. Estaban tan
desesperados en casa de Eugenia Rojas –y me imaginó, no lo puedo determinar–
donde seguramente estaban Iván Marino Espina, Navarro Wolf; estaban los que iban
a ser guerrilleros después y yo escuchaba: “Se acabaron las vías pacíficas, se
cerró la posibilidad democrática, el camino de las urnas no sirven, nos vamos a
las armas”. Ya existían las FARC, pero yo vi nacer
el M-19. Pues entonces envié mis notas al diario que era de los periódicos
reaccionarios en México y, sobre todo, el encargado de la sección de
internacionales; era, digamos, un Yunque o un derechista de la época y, pues,
publicaba las notas en tercera página, chiquititas, reducidas a nada, incluso el
anunció de que los opositores iban a la guerrilla se perdió. A la semana lo que
escribí sale a ocho columnas en Excélsior pero por AP (Associated Press).
Vi que no tenía nada que hacer en Novedades; llegué de Colombia, pedí mis
vacaciones y me fui a Excélsior a pedirle trabajo a Julio Scherer y lo
convencí el 25 de agosto de 1970. Al día siguiente empecé a publicar en
Excélsior.
–¿Se divierte siendo periodista?
–Me encanta. Sí me dieran a escoger de nuevo profesión, sería la misma. Tal vez después de ver tantos casos de injusticia me gustaría haber estudiado leyes.
–Cómo Miguel Ángel Granados Chapa…
–Eso fue lo que hizo Granados Chapa, periodista y abogado. A veces te sientes frustrado de no poder ayudar a las personas más que con los medios y no poder ayudar metiendo mano en los expedientes y modificándolos.
Excélsior y Julio Scherer
–¿Existe en la práctica el periodismo objetivo?–No. No tiene por qué ser objetivo. Tiene que ser documentado, racional, estar perfectamente checado, cruzar los datos, las informaciones. No se puede hacer periodismo objetivo porque hasta perdería “sabrosura”. Yo no creo en la objetividad al cien por ciento. Porque la objetividad depende del cristal de dónde la miras. La misma autoridad acepta que las decisiones de los jueces son decisiones unipersonales, subjetivas, porque interpretan a la ley, y con el periodismo pasa igual. Tú interpretas la verdad pero por supuesto por respeto a tus lectores, a tu medio y a ti mismo, debes aportar los elementos para que la gente forme su criterio por sí misma. Entre más datos checados, informaciones irrefutables, datos duros ofrezcas, más credibilidad tienes.
–¿Cómo fue trabajar con Julio Scherer?
–Toda una escuela. Hay que reconocerlo. Julio como periodista tiene un olfato maravilloso, una capacidad de ver más allá de lo que vemos los periodistas. ¿En que sentido? Si él decía, por ejemplo, hay que describir el caos de la industria azucarera o de la caña de azúcar. Para ello nos mandó a ocho reporteros de Excélsior a recorrer el país. Ocho. Nombres: Manuel Mejido, Enrique Loubet, Jaime Ruiz –que murió en ese viaje–, Manuel Arvizú, Pepe Carballo, tu servidor, se me van un par de nombres; bueno, éramos ocho reporteros haciendo un solo reportaje, eso no se hace en ningún lado. Scherer tuvo la visión de mandarme a Irán, a ningún periodista mexicano se le ocurrió, fui el único en el momento de la toma de poder de los ayatolas. ¿Cómo se le ocurrió a Scherer? Pues él ligó perfectamente que la estancia del Sha en México implicaba que teníamos una relación de codependencia con Irán y el petróleo y Estados Unidos; bueno, tuvo la visión y me envió. También tuvo la visión del encierro del ex presidente Campora y su hijo, el doctor Pedro y de Juan Manuel Abal Medina en la embajada de México en Buenos Aires y que no lo soltaba la dictadura, mientras que nosotros liberábamos matones de la dictadura en México con Jesús Reyes Heroles, secretario de Gobernación, y era la contradicción de que nuestra embajada fuese una cárcel; entonces me envió y fui cuatro o cinco veces a Argentina y salió un libro, además de los reportajes. Esas visiones no las tiene otro periodista, no se le ocurren a nadie porque no están atentos a lo que le pasa al país fuera de sus fronteras.
–Guillermo Ochoa cuenta que Julio era una especie de fábrica de ideas…
–Sí, lo era. Yo le aprendí eso. Los lunes, cuando nos reuníamos, sobre todo los últimos meses en que yo estuve, los únicos que llevábamos apuntes en tarjetitas sobre reportajes por hacer eramos Julio y yo. Al resto que estaba en el Consejo de Redacción, les valía. Fui jefe de información en Proceso hasta que me fui.
–¿Fue cooperativista de Excélsior?
–Sí, llegue a serlo.
–A varias décadas, ¿cómo describe el llamado “golpe a Excélsior”?
–Fue un embate del poder. Al poder le era incómodo Excélsior y le era incómodo Julio Scherer. Entonces decidió que los iba a tumbar y organizó una revuelta interna. Pagó a los propios cooperativistas, la gente –de base, de los talleres– más “manipulable” y los envenenó con esta temática de decirles que los reporteros y editorialistas eran los “intelectuales” y que ganaban mucho dinero, mientras “mírate tú cómo vives, ellos viajan por todo el mundo y tú estás aquí de jodido, dizque somos iguales todos los cooperativistas”. Ese discurso se manifestó físicamente el día de la Asamblea, cuando dijeron “somos los sombrerudos”. Iban con sombreros de palma y palos como diciendo “somos los jodidos y ustedes los privilegiados”. Con ese discurso nos sacó Luis Echeverría del periódico, más la invasión de los terrenos de Paseos de Taxqueña que eran los usos y costumbres de antes en donde los gobiernos y los periódicos de pronto tenían arreglos, no corruptos pero digamos, dadivosos. Fue una permuta que tenía Excélsior en Veracruz contra terrenos de la ciudad, entonces mando a invadirlos con un líder bajo sus órdenes que era Humberto Serrano, del Consejo Agrarista Mexicano, y eso generó un conflicto interno.
–¿No habría que entender lo de Excélsior más como un asunto personal entre Luis Echeverría y Julio Scherer?
–Son las dos cosas. Es lo personal que no se puede evitar. No hay que negar que Julio Scherer ha tenido mucha cercanía con el poder, no nada más con Echeverría. Hay una especie de trato esquizofrénico o bipolar entre Scherer y el poder. No digo algo que no se sepa. Él mismo cuenta cómo Díaz Ordaz le regala camisas de seda grabadas con su nombre; él mismo cuenta cómo Echeverría le regala pinturas de Siqueiros y cómo va a cenar a su propia casa donde el Estado Mayor se apodera de la misma. Con López Portillo –que era su primo– tenía una relación mala y buena al mismo tiempo. Con De la Madrid hubo un trato similar, aunque la grisura de Miguel de la Madrid no permitió que hubiera más. Con Salinas vuelve el acercamiento y la distancia, ida y vuelta, ida y vuelta, ida y vuelta. En este país se maneja un sistema de premios y castigos “te trato bien, trátame bien”. “Me tratas mal, te trato mal”. Entonces es difícil ser periodista crítico a ultranza y al mismo tiempo mantener una relación con el poder. No se puede. No se puede vivir de la publicidad gubernamental y al mismo tiempo pegarle al gobierno. Ahí hay una dicotomía muy fuerte. Los periodistas debemos apostarle a los lectores, como en algún tiempo lo hizo Proceso. Que tu tiraje o tu publicidad alternativa te permitan vivir sin el subsidio gubernamental.
Cuando nos dan el golpe el 8 de julio del 76, un periodista de Excélsior, justamente el que hizo la nota que enojó a López Portillo (el “no pago para que me peguen”), José Loubet –quien en realidad venía de empresas financieras y era reportero de económicas en Excélsior–, en esa época había inaugurado las baguettes y era el concesionario de esa franquicia, y él nos sugiere a los de Proceso invertir comprando acciones de su empresa. Nos propone hacer pan para subvencionar a la revista, sin importar que no ganara un quinto o siempre estuviera perdiendo. Él decía que esta era la verdadera independencia. Entonces, como fue una discusión con copas y todo, llegamos a la conclusión de que, sí te quiere joder el gobierno, te jode, con Hacienda o con otro instrumento. No hay escape. Era preciso solo enfocarse en los lectores.
–Tengo la impresión de que después del 8 de julio de 1976, Echeverría se fue achicando y entonces comenzó la leyenda o mito de Julio Scherer, se hizo grande.
–Todavía dio sus últimos estertores Echeverría en noviembre.
–¿Por qué se solidarizó con el periodista Julio Scherer aquella tarde del 8 de julio de 1976?
–Porque no me iba a quedar en Excélsior. Había participado muy activamente en la defensa de la institución de la Cooperativa bajo el ojo de Scherer. Regino Díaz Redondo se quiso confrontar conmigo. Yo estaba comprometido. No es que ese día yo haya decidido nada, sino que estaba muy comprometido y buscaba que no pasara lo que pasó. Era muy amigo de Miguel Ángel Granados Chapa, entonces lo que él dijera estaba correcto. Con Samuel del Villar y yo hicimos los reportajes de Paseos de Taxqueña, fui activista. Como reportero estaba de un lado.
–¿Usted conoció a Manuel Buendía? ¿Lo trató?
–Sí, lo conocí. No era su amigo, no estaba dentro de su círculo. Soy amigo de sus amigos: Miguel Ángel Granados Chapa, Iván Restrepo, etcétera, se reunían ellos. Yo nunca participé de esas reuniones. Yo era reportero y esas reuniones eran de columnistas, analistas, y entonces no me acerqué a ellos. No voy a ese tipo de reuniones. A veces me jalan ellos. Asistir a esas tertulias es muy rico y todo, pero a veces no te dejan trabajar. No menosprecio el asunto, simplemente no participo.
Manuel fue un excelente periodista, fundador de un tipo de periodismo, más investigativo, más documentado. También fue un periodista cercano al poder. Jefe de Granados Chapa, Miguel Ángel Rivera y Rafael Rodríguez Castañeda. Ellos eran los ayudantes de Buendía. Buendía y Granados Chapa corrieron juntos la aventura de querer fundar la Democracia Cristiana en México y al mismo tiempo tenían el contacto con guerrilleros. Fue una etapa muy interesante entre católica y revolución. Buendía evolucionó pero tuvo la doble faceta de ser empleado de relaciones públicas o comunicación y de ser periodista. Entonces cuando dejaba de ser funcionario, era periodista crítico. Vuelvo a lo mismo: no puedes estar en los dos lados. Él fue Jefe de prensa con Alfonso Martínez Domínguez en el Gobierno del Distrito Federal el 10 de junio de 1971. Eso es histórico. Él tuvo que avalar la versión oficial de que “el halconazo” fue un enfrentamiento entre estudiantes.
–¿Y de José Pagés Llergo?
–A Pagés Llergo no lo traté mucho. Me parece un periodista que hizo mucho por el oficio aunque sus inicios era muy nazi. Él estaba orgulloso de haber ido a entrevistar a Adolfo Hitler. Todos tenemos nuestro pasado.
–¿Jacobo Zabludowsky?
–No creo que Jacobo haya cambiado. Él salió mal de Televisa y ahora quiere presentarse como un periodista progresista y de izquierda, me parece que a destiempo.
–¿Manuel Becerra Acosta?
–Un gran periodista. Lamentablemente muy personalista en la forma de conducir las cosas y cercano al poder.
Proceso y el éxodo
–¿Es solitario el trabajo de periodista?–No. Es lo menos solitario que puede haber. Es solitario en la medida en la que tú eres quien construye tu red de complicidades –digo yo–, tu red de información, de denunciantes, tu red solidaria porque esa misma red implica que eres amigo de los periodistas. Puedo presumir de ir a cualquier lugar de la República y conocer y ser conocido de muchas personas de tal manera que los problemas locales que no trascienden en los medios nacionales –porque somos un país centralista en ese sentido pues–, los abordo en mi columna. Cuando tú vas a un estado –a la provincia como dicen–, necesitas conocer el fondo de las cosas y a personas que lo sepan. El periodista no puede dominar todo el conocimiento aunque de alguna manera estamos obligados a ser “todólogos”. El buen periodista acude a los que sí saben sobre un conflicto, les da su lugar, su crédito. Cómo lo hacía Manuel Buendía. Yo trabajo con redes de información que se han ido generando a través de más de cuarenta años de trabajo intenso. Ahora mismo, antes de la entrevista, me comuniqué con un periodista danés a quien conocí a través de cartas en 1968 y desde entonces estamos en contacto. También con una periodista que regresa de Alemania y que estamos buscando ayuda para un reportero de Michoacán que requiere apoyo porque lo tuvieron más de tres años en una cárcel de alta seguridad falsamente acusado de delincuencia organizada y ahora no tiene ni chamba ni quien lo quiera recibir, es Jesús Lemus Barajas. Estigmatizado, sin chamba, perdió todo, y tiene familia qué mantener. Lo quisimos canalizar a Alemania, pero gente con la que colaboramos allá decidieron llevarse al corresponsal de Proceso Francisco Castellanos, que también es un caso muy fuerte y ha sido levantado dos veces. Entonces estamos hablando de periodistas en zona de guerra.
–¿Qué tan importante en su vida profesional es la revista Proceso?
–Es sumamente importante porque ahí viví la etapa de madurez en el sentido en el que yo empecé a tener responsabilidades como Jefe de información de la revista y de la Agencia Cisa, hoy Apro. Tenía bajo mi responsabilidad a los jóvenes reporteros y aprendí a ser jefe y me aventé ahí casi nueve años.
–¿Qué le deja Proceso y por qué se va?
–Enseñanzas, buenas y malas. Aprendí que la fidelidad a la gente hace un medio. Es necesario mantener una línea política editorial que a veces no se mantiene. Eran mis discusiones con Scherer. Él me hablaba mucho del tiraje. En esa época todavía existía la revista Impacto y Julio me decía: “No, mire José, Impacto tiró 200 mil ejemplares”. “Nosotros también don Julio, entonces somos igual que Impacto”, le respondía. Lo que quiero decir es que a mi me preocupaba que no hubiera una línea editorial definida, que no supiéramos a dónde vamos y qué no queremos. Para mí eso es fundamental en un medio. Al final salí de Proceso, sin peleas, no estoy peleado, la semana pasada estuve ahí. Simplemente me retiré porque no había condiciones para que yo trabajara ahí.
–¿Qué se queda de Julio Scherer después de trabajar con él en Excélsior y Proceso?
–Con lo bueno. Fueron quince años de trabajar a su lado. Me quedo con su capacidad periodística, su infinita curiosidad, con su tenacidad de periodista que le saca agua a las piedras: me quedo con eso. No me quedo con otras lecciones de coyunturas que no me gusta. El periodismo no es de coyuntura. Es de condición, de trabajo largo, creador, político. Era otra discusión que tenía con Julio. Él me decía: “es que no somos políticos”. “Claro que somos políticos” contestaba yo. No estamos afiliados a ningún partido pero tenemos una vocación, una idea, una proclividad hacia ciertos temas.
De pronto, Proceso mismo ha cometido errores, se ha ido con algunas fintas y ha tenido que recular. Eso es normal. Yo no juzgó a Proceso: es la revista más importante de este país y se lo ha ganado a pulso.
Cuando salgo de Proceso inicio un camino propio. Estaba en la agencia de noticias italiana, Agenza Nazionale Stampa Associata (Ansa), estuve seis años ahí. Comencé a escribir mis libros. Antes en Proceso había escrito el de Una cárcel mexicana en Buenos Aires. Escribí junto con Salvador Corro el libro de La Quina, el lado oscuro del poder. Luego Fernando Benítez me invita a ese proyecto que nunca vio luz que fue El Independiente. Y bueno, estuve once meses ahí y renuncié porque ya se veían las pugnas por el poder y dije no. Me retiré por escrito, fuimos a la casa de Benítez Rodolfo Guzmán, Juan Antonio Zúñiga y yo. Don Fernando no quería aceptar nuestra renuncia y hasta lloró. Yo me fui y ellos dos se quedaron dos años más. El Independiente lo presumíamos como el mejor periódico de América Latina y fue el mejor periódico jamás impreso que se dio a conocer de boca en boca. Vicente Rojo solamente hizo el domit y no más.
Nunca vio la luz, hubo un momento en el que estábamos discutiendo el proyecto, una descripción de lo que iba a ser el periódico. Yo pienso y llego a esta conclusión: el empresario que patrocinó esto fue Javier Moreno Valle, él fue a ver al presidente Salinas, pidió audiencia. De nuevo, los usos y costumbres del poder y los medios. “Señor, vamos a salir con esto, es un periódico, será el mejor de América Latina, etcétera”. Carlos Salinas lo escuchaba; luego, en esa forma sibilina, astuta, mañosa, manipuladora, le dijo: “¿Por qué mejor no haces una revista Javier? Periódicos hay muchos. Mejor haz una revista, con la gente de primera que tienes serían los mejores de México”. “No don Carlos, yo ya tengo mi proyecto y quiero que sea un periódico. Yo creo que es lo que hace falta”, decía Moreno Valle. “Bueno, haz lo que quieras, yo ya te di mi opinión”, concluyó Salinas, con lo cual le dio el “no”. Caso contrario fue el de Abraham Zabludowsky, Rafael Cardona y su revista Época. Salinas le dio su bendición, toda la publicidad y toda la lana. Época no representaba una opción crítica, ni opositora para el régimen y sobre todo era una revista.
En El Independiente teníamos juntitis, ¡qué bárbaro!, nos reuníamos dos veces por semana y de repente salían esas cosas. U otras, por ejemplo, Miguel Bonasso comentaba: “Oye, el pinche Riva Palacio anda diciendo que éste es el periódico de los tres Carlos (Hank, Slim, Salinas)”. En ese entonces Raymundo era director de Notimex, y era salinista (no creo que lo haya dejado de ser). “Pinche gordo”, decíamos. Al final Moreno Valle le dio la razón. Otro diario que estaba supeditado al poder. Granados Chapa llego a publicar que Moreno Valle había negociado con Carlos Salinas bajo el argumento de que había invertido mucho dinero (15 millones de dólares de la época). Así, le dice a Salinas que necesitaba recuperar su lana pues él ya le había dicho que no le daba permiso de salir con el periódico. Y Moreno Valle obtiene la concesión del canal 40. Esa es mi deducción.
Detrás de la Noticia, El Financiero y lo que viene
–¿Cómo llegas al El Financiero?–Llego solito. Hice una revista Filo Rojo, la frontera entre lo político y lo policiaco, que va del 91 al 93 y era una revista muy bonita, bien hecha sobre temas de seguridad, y puedo decirte que nos adelantamos 20 años, pues los temas que abordan ahora los medios (violencia, narcotráfico, delincuencia), nosotros los tratábamos ya. Llegué en el 93 a El Financiero y permanecí casi 17 años. Recuerdo haber ido a Washington, como testigo de calidad de Eduardo Valle El Búho. Hice muchos reportajes. Entré en una gran época a El Financiero, en Reportajes Especiales. Éramos ocho los reporteros, todos de buen nivel, nos coordinaba Ignacio Rodríguez Reyna. Pero poco a poco se fue yendo la gente. Dejó de estar Miguel Badillo, Héctor A. González, Carlos Ramírez (que no era reportero sino columnista). Los trabajos de reportaje los publicábamos los fines de semana, sábados y domingos. De todo: con el tema Colosio, el Cardenal Posadas, el narcotráfico, el EZLN, el petróleo, los sindicatos, uy, muchos temas canijos. Al final, el diario decidió ya no salir con reportajes los fines de semana, los directivos decían que salía caro, que era mucho papel y no se vendía mucho, y en vez de conseguir más publicidad, decidieron cerrar esas ediciones.
–¿Cuál es su opinión sobre Rogelio Cárdenas?
–Lastima que murió tempranamente. Yo soy diez años mayor que él. Tenía muy buenas ideas de cómo hacer periodismo. Entendió que la apuesta era a la circulación, a la penetración de sus lectores, que ese sea el eje económico principal.
–¿Y de Alejandro Ramos?
–Un periodista muy eficiente. Yo creo que en este momento no está mucho en… no es que se haya cansado, es que no puedes estar toda la vida luchando en condiciones adversas. Yo sí me he cambiado y casi siempre lo hago porque llenas un espacio, terminaste, y mejor te vas a otro y lo intentas de otra forma. Yo estoy muy agradecido a El Financiero porque me trataron muy bien. Excepto mi espacio de columna, ellos decidieron que había demasiadas columnas.
–¿Ricardo Rocha?
–Tuvo su momento estelar, que fue cuando yo trabajé con él. Ricardo era director de noticias de la W y al mismo tiempo tenía su programa Detrás de la Noticia. Durante esa época él hizo muchas cosas en las que participé: los reportajes de Aguas Blancas, lo de Acteal… Recuerdo que Blanche Petrich trabajaba conmigo en radio y con Ricardo, en un programa en la W que se llamaba La hora de la verdad. Blanche se fue a ver a los desplazados en Chiapas sobre lo cual estábamos haciendo un programa. Ella manda su material y lo veo con Ricardo y le sugiero que vayamos allá. Entonces Ricardo se va con Rodolfo Guzmán a Chiapas con Blanche. Hicimos lo de Digna Ochoa: Ricardo me pedía que le hiciera reportajes y un resumen sobre el caso de Digna que él presentaba, le conseguía los invitados, me entrevistaba. En fin, Ricardo es un buen periodista, respetuoso con nuestro trabajo. Nunca hubo censura estando en Televisa, incluso Blanche se despide de las funciones en su trabajo, le agradece a Ricardo y le dice “Te agradezco haber participado en esta primavera en la televisión privada”. Además de que Televisa entendió que dar información dura al público, también es negocio. Hasta que sucedió lo que tenía que pasar. Le cerraron la cabina a Ricardo con candado, no pudo entrar a hacer su noticiario exactamente el día que mataron a Paco Stanley. Y ya no pudo entrar. Lo echaron de mala manera. Y a todo su equipo también. Trabajé un rato más con él en su empresa. Volvemos a lo dicho: Ricardo toma decisiones muy personales y aunque dice que es equipo las toma él. Entonces eso no ayuda mucho en el trabajo.
–¿Quién lo invita al canal por internet del Gobierno de Distrito Federal Capital 21?
–Es una televisión que está empezando. Llevo cinco años en internet. Aprovecho el espacio. Digo lo que he dicho en todos lados. Cuando estuve con Ricardo Rocha hice lo mismo con respecto al militarismo, con respecto al asesinato de Digna Ochoa, con lo de Colosio, con lo de Ruiz Massieu, con lo del Mochaorejas (nosotros lo descubrimos, fue un trabajo nuestro), Es el mismo trabajo que he hecho durante toda mi vida, sólo que en otro medio. Esperemos que Capital 21 sea un foro respetable, plural, donde estemos todos y abierto. Es un medio donde me han dado oportunidad para decir lo que pienso y lo digo, sin importar si es sobre el Gobierno del Distrito Federal.
–¿Qué le falta por hacer?
–Mucho, ésta es una tarea interminable. Me gustaría ver luz al final del túnel de todo lo que está pasando en el país.
Publicado originalmente en Revista Mexicana de Comunicación: José Reveles: Periodista de tiempo completo | Revista Mexicana de Comunicación (RMC)
Twitter: @MexComunicacion
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