Iván Restrepo
En la colonia Lechería, donde vive, aprecian y respetan a la señora Manuela Salmerón. Ella fue una de las personas que encabezaron la lucha para que fuera cerrada la planta Cromatos de México, ubicada en el municipio de Tultitlán, estado de México, a 30 kilómetros del Zócalo capitalino.
Cromatos de México comenzó labores en 1958 para producir pigmentos y sustancias para curtir pieles a partir del mineral cromita. Fue clausurado 20 años después gracias a la oposición ciudadana, pero dejó a cientos de vecinos y trabajadores con problemas de salud, además de contaminar el suelo y el acuífero de la zona. También quedaron miles de toneladas de residuos que, apenas ahora, se enviarán al confinamiento de desechos que existe en Mina, Nuevo León. En cambio, no tiene para cuándo “limpiar” el manto freático de contaminantes, debido a problemas técnicos y el alto costo de hacerlo.
Por su activismo, en su momento la señora Manuela fue amedrentada por judiciales de la vecina entidad: las autoridades no querían que denunciara la muerte de su hija, víctima de los polvos tóxicos; ni lo que les pasaba a los niños de la escuela La Reforma, afectados igualmente por las partículas que inundaban aire, calles, tinacos, aulas, casas, colonias vecinas. Para evitar mayores daños en los niños (algunos murieron y otros tenían llagas en el cuerpo debido al polvo amarillo que salía de Cromatos), convirtió su casa en escuela, pese a la oposición de algunas instancias educativas que finalmente reconocieron que era lo menos malo para alumnos y maestros.
Si no la detuvieron y golpearon los judiciales que merodeaban su casa fue porque el diario Excélsior (el de antes) comenzó a publicar lo que ocurría en la zona. Tanta impunidad y tolerancia hacia Cromatos sólo se explica por la corrupción. La planta dejó de funcionar sin indemnizar a sus trabajadores ni a la población afectada y sin que hasta la fecha las autoridades reconozcan los daños ambientales y de salud que ocasionó, ni emprendan acciones para resarcirlos.
Manuela Salmerón merece reconocimiento por su lucha. Una forma de hacerlo sería brindar a los habitantes de su colonia (donde todavía están las instalaciones y los desechos tóxicos de Cromatos) la atención necesaria del sector salud y que fueran indemnizados por los daños que se les ocasionaron. Si hay dinero para “salvar” empresas en quiebra por mal manejo de sus directivos, ¿por qué no lo hay para obreros de edad avanzada, víctimas de la negligencia oficial? ¿Por qué cubrir hoy con silencio la impunidad de ayer? En tanto, otro Cromatos hace de las suyas: Química Central, en San Francisco del Rincón, el municipio donde está el faro de sabiduría de Vicente y Marta.
Desde hace 38 años dicha empresa afecta la salud ambiental y de los ciudadanos de la zona, con la complicidad de quienes por ley deben garantizar el buen estado de la salud pública y el ambiente. Así lo revela el antropólogo social José Castro Díaz en el texto que sobre el Cromatos de ayer, y el actual, ofrece en exclusiva La Jornada Ecológica. Puede consultarse en Internet.
Mientras, hubo el primer corte de agua del sistema Cutzamala. Afectó de diversa forma a 13 municipios del estado de México y a 11 delegaciones del Distrito Federal. La causa: bajó el almacenamiento de líquido porque el año pasado llovió poco en la región captadora. La época de estiaje durará hasta junio próximo. Bien que se tomen previsiones para que el agua falte lo menos posible en la zona metropolitana. Pero sigue ausente la estrategia global para enfrentar un problema que se agrava con el paso del tiempo. No solamente por el crecimiento de la mancha urbana sobre áreas verdes y de captación del agua de lluvia, sino por la sobrexplotación del manto freático (de donde se extrae la mayor parte del líquido que se consume), el bajo tratamiento de las aguas negras, la falta de medidas para recargar el acuífero, la reducción de las fugas en la red de distribución (se pierde alrededor de 30 por ciento del agua por dicho motivo), más de 3 mil pozos clandestinos, el mal uso y las tarifas que premian el derroche.
A los diagnósticos alarmantes, negativos, se responde con promesas, no con las acciones para resolver el problema.
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