Luis Hernández Navarro
¿N
o te metas en pendejadas”, le advirtió un día de 1995 Rubén Figueroa Alcocer, entonces gobernador de Guerrero, al líder campesino Zohelio Jaimes Chávez.
De la cárcel te puedo sacar, pero de la tumba no, remató.
Zohelio Jaimes era dirigente de la Coalición de Ejidos de la Costa Grande de Guerrero (Cecgg), una combativa organización de campesinos pobres cafetaleros de los municipios de Atoyac, Coyuca y Tecpan. El EZLN lo había nombrado su asesor en los diálogos de paz de San Andrés. Y, apenas dos años antes, aparecía en listas gubernamentales como el segundo guerrillero más peligroso del país.
Zohelio era un guerrerense alto, de complexión robusta, tez morena y pelo y barba negras, hasta que las canas la blanquearon. Hablaba con acento costeño, sin prisa y con precisión. Solidario y generoso, era un líder campesino sobresaliente en una tierra en que los dirigentes sociales se dan generosamente.
La amenaza del gobernador Figueroa no era cosa nueva para él. Con 16 años de edad fue arrestado el 2 de octubre de 1968. Tres días después salió libre. Casi cuatro años más tarde, el 16 de julio de 1972, fue detenido nuevamente, en casa de sus padres, en San Francisco del Tibor, en Atoyac. No podía caminar bien: 12 meses antes se había lastimado la pierna al hacer deporte.
Ese día, el Ejército cercó San Francisco y cerró todos los caminos. Tomó prisioneros a 35 habitantes, incluido el padre de Zohelio, quien era el comisario ejidal. Los concentró en la cancha de basquetbol y se los llevó presos. Los uniformados querían venganza. El 25 de junio, la guerrilla de Lucio Cabañas había tendido la primera emboscada contra las fuerzas armadas.
En este arresto, Zohelio no tuvo la misma suerte que en el primero. Durante 11 días, Arturo Acosta Chaparro lo torturó salvajemente en el cuartel de Atoyac. Luego se lo llevaron a la cárcel número uno de Acapulco y lo siguieron torturando. Le dieron toques eléctricos en los testículos, lo ahogaron en agua y lo golpearon. Querían que firmara un documento reconociendo su participación en la emboscada. Sin prueba alguna en su contra, lo sentenciaron a 28 años de cárcel. Estuvo preso durante cuatro años y cinco meses, hasta que finalmente salió de prisión al final del sexenio de Luis Echeverría.
Ni la tortura, ni la cárcel, ni las amenazas lo frenaron. Ya libre exigió la presentación con vida de casi 500 desaparecidos políticos. Participó en la elaboración de una lista de los detenidos no presentados y de un memorial de los agravios perpetrados por el Ejército. En 1977 viajó a Iguala, donde se encontraba el presidente José López Portillo, a exigir solución. El gobierno respondió con el silencio. Hasta su reciente fallecimiento, conservó en su memoria los nombres de las víctimas y las circunstancias en que fueron desaparecidos.
A partir de 1980 Jaimes Chávez comenzó a organizar a los cafetaleros de la Costa Grande de Guerrero. Todavía soplaban aires represivos en la región y convocar a asambleas para promover la lucha social era muy peligroso. La región estaba en estado de sitio. Las reuniones para formar un movimiento campesino auténtico tenían que hacerse en la clandestinidad, con todo tipo de medidas de seguridad. El grupo promotor de la resistencia estaba formado por 11 personas, Zohelio entre ellas.
El trabajo organizativo rindió frutos. Junto a otros compañeros, como Arturo García y Patricio Barrientos, hizo de la Unión de Ejidos Alfredo V. Bonfil una organización eficaz para presionar al Inmecafé por mejores precios del aromático, y un instrumento para promover otro tipo de desarrollo regional más justo. Cuando en 1987 la intervención del entonces gobernador José Francisco Ruiz Massieu abortó ese proceso, Jaimes Chávez y sus compañeros se embarcaron exitosamente en la construcción de la Cecgg. Desde allí buscaron que los campesinos se apropiaran del proceso productivo. En lo nacional, la coalición participó en la formación de la Unorca y en los primeros años de la CNOC.
En 1988 el cardenismo impactó profundamente la región y la Ceccg desempeñó un papel central en darle una fuerza organizada y conducción. Desde abajo se convirtió en actor clave en la democratización de la región. Sin embargo, chocó con la burocracia y la politiquería del PRD. En 1996 Zohelio obtuvo la candidatura de ese partido a la alcaldía de Atoyac, pero los grupos de interés partidario terminaron sacrificándolo en una negociación mezquina.
La amarga experiencia lo llevó a concluir que el desarrollo del pueblo no va a llegar por la acción de un partido político. Al investigador Guadalupe Gabriel Durán Férman le dijo:
Obtener candidaturas, ganar puestos de representación popular no es el propósito de la organización, no es su objetivo, sino la gestión y lucha por mejorar las condiciones del campo, luchar por el desarrollo. Por ello no
es importante integrarse a un partido como el PRD, que no tiene un programa y una dirigencia verdaderamente preocupada por la gente.
Durante sus últimos años, Zohelio estaba muy preocupado por el rumbo que había tomado el movimiento campesino en el país. En un momento en que el campo está devastado –le advirtió a sus compañeros de la Unorca en 2010–
sentimos a veces que vamos en retroceso. Ninguna organización ni país son nada sin sus bases. Es necesario empujar para que se retome el rumbo que le dimos al movimiento en los años 80.
También estaba consternado por los acontecimientos de su estado natal. “Guerrero –alertó– vive una historia de represión, enfrentamos los delitos comunes, de la delincuencia organizada, y de la delincuencia institucional que ataca al pueblo”.
Formado en el cabañismo y la lucha de masas, con la memoria de la guerra sucia contra el pueblo guerrerense siempre a flor de piel, convencido de la capacidad de los campesinos para hacer su propia historia, Zohelio fue tercamente insumiso. Agraviado y convencido de que
la injusticia hace al revolucionario, el revolucionario hace la revolución y la revolución transforma al mundo, se empeñó, a su manera, hasta su último soplo de vida, en transformar el mundo desde abajo.
Twitter: @lhan55
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