lunes, 28 de abril de 2014

Huellas en París

AHORA LAS BUHARDILLAS SON LAS MÁS CARAS
Gabriel García Márquez vivió en el sexto piso, el de las buhardillas heladas reservadas a los clientes insolventes
Huellas en París
Plinio Apuleyo Mendoza, amigo y uno de los biógrafos oficiales de Gabriel García Márquez.
domingo, 27 de abril de 2014

PARÍS, FRANCIA.- Enero de 1956. Plinio Apuleyo Mendoza sale del muy modesto Grand Hotel Saint Michel. Un frío despiadado lo abofetea. Es mediodía y sin embargo la capital francesa está envuelta en una luz casi crepuscular.
Cruza la calle y entra de prisa al Hotel de Flandre, aún más destartalado que el Saint Michel. Saluda a madame Lacroix, la dueña, y sube las escaleras hasta llegar a la habitación de Gabriel García Márquez.
Gabo todavía no vive en el sexto piso, el de las buhardillas heladas reservadas a los clientes insolventes, con un solo baño para todos los huéspedes. Pero muy pronto le tocará mudarse ahí.
El dictador colombiano Gustavo Rojas Pinilla acaba de cerrar El Espectador, diario en el que Gabo colabora. Le quedan pocos ahorros; no tardarán en esfumarse.
El cuarto que ocupa es minúsculo y huele a tabaco. Mendoza echa una mirada a su mesa de trabajo: una máquina de escribir, papeles, cuartillas atiborradas, un cenicero lleno de colillas.
Los dos deciden ir a comer juntos. Vacilan entre el Capoulade y el Acropole, dos restaurantes muy baratos del Barrio Latino. Optan por el segundo.
Caminan unas cuadras por el bulevar Saint Michel sin echar una sola mirada a las vitrinas de las múltiples librerías que se codean a lo largo de esa arteria. Tiritan. Un hombre tan flagelado como ellos por el viento glacial cruza el bulevar.
Llegan al número 3 de la rue de l’Ecole Médecine y entran al Acropole, pequeño restaurante griego cuyo dueño, el señor Anastadiades, suele llenar hasta el borde los platos de sus insaciables clientes estudiantiles.
Después de la comida visitan a Nicolás Guillén. El poeta se exilió en París en 1952 y no regresó a Cuba sino en 1959, después del triunfo de la Revolución. Toman café, fuman mucho y platican más.
García Márquez, Guillén y Mendoza se apasionan. Se sienten a gusto juntos en la humilde habitación del poeta cubano. El calor humano compensa la deficiente calefacción.
HOTEL DE NOBELES
Hoy el Hotel de Flandre se llama Des Trois Colleges. Cambió de nombre y de categoría: ahora es de cuatro estrellas y los precios de sus habitaciones van de 100 a 200 euros por noche. Las más caras son ahora las buhardillas, convertidas en cuartos románticos y ultramodernos: techos adornados con vigas de madera oscura, amplia cama, internet, pantalla de plasma y una vista inmejorable sobre los hermosos techos y la cúpula de la Sorbona.
Esa vista era el único lujo que disfrutaba García Márquez mientras redactaba "El coronel no tiene quien le escriba" a finales de 1956. El cuarto que ocupaba entonces lleva hoy el número 63.
En el siglo XIX el Hotel de Flandre, que había sido el Colegio de Cluny antes de la Revolución y donde el poeta Arthur Rimbaud se hospedó en 1872, tenía un patio al aire libre en medio del cual había un pozo.
Hoy el patio está cubierto por un techo de vidrio y es una sala de lectura. Los huéspedes tienen a su disposición una pequeña biblioteca en la que encuentran "El coronel no tiene quien le escriba", "El general en su laberinto" y "El otoño del patriarca", en su versión original en español, y la versión en polaco de "Vivir para contarla".
No hay libros de Mario Vargas Llosa, quien vivió en una de las buhardillas del Hotel de Flandre pocos meses después de que García Márquez dejara París; tampoco novelas del nigeriano Wole Soyinka, primer escritor africano galardonado con el Nobel (en 1986), quien se hospedó ahí varias veces.
"¡Se da cuenta: acogimos a tres premios Nobel!", advierte con orgullo la recepcionista antes de confiar a la reportera que el establecimiento sigue en manos de los descendientes de la generosa madame Lacroix, quien fio el alquiler a García Márquez durante meses.
La fachada del hotel —idéntica a la de los cincuenta, pero perfectamente restaurada, insiste la recepcionista—, está decorada con dos placas conmemorativas, una rinde homenaje a Miklós Radnoti, otra a García Márquez.
El viernes 18 el rostro de bronce de Gabo, realizado por el escultor franco-colombiano Milthon, amaneció adornado con un geranio rojo. A la mañana siguiente aparecieron rosas y margaritas amarillas. Conforme pasan los días surgen más flores, mensajes de despedida escritos a mano en hojas blancas, grandes mariposas amarillas de papel...
La fachada del Grand Hotel Saint Michel tampoco cambió. Sigue tan austera como en los cincuenta, con su mármol verde oscuro y su arquitectura de las primeras décadas del siglo XX. En cambio el hotel se transformó en un lujoso establecimiento de cinco estrellas, con spa, jacuzzi, piscina y precios estratosféricos.
NOCHES EN L’ESCALE
Buscar las huellas de Gabo y Plinio Apuleyo Mendoza por el Barrio Latino de la mitad del siglo XX en el París de 2014 aprieta el corazón. En la esquina de la rue Soufflot y del bulevar Saint Michel un Quick Burger ocupa el lugar del Capoulade, aquel restaurante donde los dos colombianos se abrían paso a codazos entre estudiantes de Senegal y Costa de Marfil para encontrar una mesa libre, según recuerda Mendoza en "Aquellos tiempos con Gabo".
Sobrevive el Acropole. Los hijos de Anastadiades sucedieron a su padre. Se conservó la fachada del restaurante pero el decorado de la sala ya no es el mismo. Fue "modernizado" en 1963 y ha quedado tal cual hasta ahora, estancado en el tiempo. Con el curso de los años se convirtió en uno de los mejores restaurantes griegos de París, a juicio de un cronista gastronómico de Le Monde.
También sigue existiendo L’Escale, el bar donde Gabo se ganaba unos francos cantando boleros cubanos, vallenatos y rancheras. En la calle Monsieur le Prince, a 10 minutos a pie de la Sorbona y a dos pasos del teatro del Odéon, L’Escale nunca fue el "cabaret de mala muerte" que algunos describen cuando reseñan la estadía de García Márquez en Francia.
Se trataba en realidad de una peña creada en 1947 en un antiguo hotel de paso por una pareja franco-española enamorada de la música latinoamericana. Muy pronto el bar se convirtió en el principal lugar de encuentro de los estudiantes, intelectuales y artistas latinoamericanos en París. El ambiente era informal: cualquiera podía agarrar una guitarra y cantar una canción que los asistentes acababan entonando al unísono. Se bailaba hasta altas horas de la noche en ese oasis latino de la Ciudad Luz.
A mediados de los cincuenta apareció una pequeña tarima a la que subieron cantantes y músicos. Unos cayeron en el olvido y otros se volvieron legendarios, entre ellos Violeta Parra, quien animó las noches de la peña entre 1954 y 1956. La cantante chilena era amiga de Tachia Quintanar, actriz vasca con quien García Márquez tuvo una apasionada relación en 1956. La pareja pasó muchas veladas alegres en el bar. Fue después de su ruptura con Tachia cuando Gabo venció su timidez para subirse a la tarima. Nunca se supo si Violeta Parra y García Márquez alcanzaron a ser amigos.
Plinio Apuleyo Mendoza y Gerald Martin, sus "biógrafos oficiales", sólo aluden brevemente a las noches de Gabo en L’Escale sin precisar con quiénes se relacionaba.
Ambos biógrafos recuerdan en cambio el "dúo artístico" que formaban Gabo y Jesús Rafael Soto, pintor venezolano que corría de bar en bar tocando la guitarra para sobrevivir. Soto, quien falleció en París en 2005, alcanzó fama internacional no como músico, sino como uno de los principales pintores del arte cinético.
Hoy el ambiente del lugar nada tiene que ver con la frescura latina de sus años pioneros. Es sólo un cabaret-discoteca ecléctico que privilegia ritmos cubanos, salsa y samba, pero también abre espacio al jazz, al punk y a la música electrónica.
DISTANCIA PRUDENTE
Según cuenta Mendoza, Gabo mantenía una distancia prudente con los intelectuales franceses cuyo cartesianismo lo incomodaba. Solía repetir que se sentía cercano a Rabelais y muy alejado del rigor de Descartes.
Pese a las buenas relaciones que tuvo con los traductores de su obra al francés, García Márquez siempre consideró que sus novelas —en particular "Cien años de soledad"— no sonaban bien en la lengua de Moliere.
En el mismo bulevar Saint Germain hay otros dos cafés: Le Mabillon —donde Mendoza y Gabo se reunían a menudo— y el Old Navy. Este último —pequeño y aún con la misma decoración sencilla de fines de los cincuenta— era el favorito de Julio Cortázar, quien durante temporadas solía sentarse hasta el fondo y escribía sin preocuparse de los demás clientes.
Cortázar vivía exiliado en Francia desde 1951. Había publicado "Los reyes" en 1949 y "Bestiario" en 1951 y se aprestaba a publicar "Final de juego".
García Márquez había quedado deslumbrado por "Bestiario". "Desde la primera página me di cuenta de que aquel era un gran escritor como el que yo hubiera querido ser cuando fuera grande", confesó.
Cuando se enteró de la posible presencia de Cortázar en el Old Navy, Gabo empezó a frecuentar el café. Lo esperó tardes enteras. Un día apareció el escritor argentino.
García Márquez quedó petrificado y, según les contaba a sus amigos, se la pasó observando a Cortázar de reojo, sin atreverse a abordarlo. Lo vio escribir más de una hora sin parar, tomando sorbitos de un vaso de agua. Cuando comenzó a oscurecer lo vio guardar la pluma y salir del café con el cuaderno escolar bajo el brazo.
Fue sólo un poco más tarde cuando los dos escritores se conocieron y entablaron una amistad que duró hasta la muerte de Cortázar, en 1984.
EL ‘JUICIO DEL SIGLO’
Densa época la que vivió García Márquez en París. Sólo había pasado una década después del fin de la Segunda Guerra Mundial y faltaba una antes de la revuelta de 1968. La situación política francesa era efervescente. Derrotada en 1954 en Indochina, Francia se lanzó el mismo año en la cruenta guerra de Argelia.
En 1956 Túnez y Marruecos, colonias francesas, lograron la independencia mientras se recrudecían los combates en Argelia. Con su pelo rizado, piel morena y ropa desgastada, García Márquez vivió en carne propia esa represión: controles agresivos de identidad, brutales redadas policiacas, detenciones arbitrarias. Le contó a Gerald Martin que una noche, al salir de un cine fue detenido por policías que le escupieron la cara y lo subieron a una camioneta blindada donde estaban encerrados argelinos silenciosos que habían sido golpeados y humillados en los cafés de los alrededores. Concluyó Gabo: "Los policías que me detuvieron me confundieron con un argelino".
En ese entonces Francois Mitterrand era ministro de Justicia. ¿Le relató ese episodio de su vida en Francia cuando dos décadas más tarde ambos tejieron lazos de amistad? No se sabe. Tampoco se sabe si a García Márquez se le ocurrió regalar a Mitterrand copias de la serie de reportajes que había escrito sobre el famoso juicio de la Fuga de Informaciones para el efímero diario colombiano El Independiente, que reemplazó a El Espectador durante dos meses, del 15 de febrero al 15 de abril de 1956.
ANNE MARIE MERGIER

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