jueves, 5 de febrero de 2009

A 25 años de la desaparición de El Santo, El Enmascarado de Plata

■ “Que me critiquen, no estoy haciendo cine de arte”, decía Rodolfo Guzmán Huerta
■ Horas antes de que el Che entrara a La Habana, en 1959, el luchador caía en esa ciudad en garras de un científico loco
■ Su éxito es por buscar otros iconos para identificar a la patria: Itala Schmelz

Juan Manuel Vázquez /La Jornada


Unas horas antes de que el comandante Ernesto Che Guevara entrara a La Habana tras la huida del dictador Fulgencio Batista, el primero de enero de 1959, en las calles de esa ciudad, Santo, El Enmascarado de Plata cayó en las garras de un grupo de maleantes, donde un científico demente lo obliga a robar una fórmula para la desintegración molecular, lo que desencadena una batalla campal para evitar que el letal invento terminara en poder de una potencia extranjera.
Lo que parecía un libreto absurdo salido de la retorcida mente de un guionista, en realidad fue una broma del azar que hizo coincidir en tiempo y espacio el nacimiento de dos mitos: el del Che como héroe de la revolución y el de El Enmascarado de Plata, que debutó en el cine con Santo contra el cerebro del mal y Santo contra los hombres infernales, filmadas simultáneamente en Cuba en aquel histórico diciembre de 1958.
En el ambiente se respiraba la tensión por el inminente arribo de las tropas rebeldes, los integrantes de la producción mexicana, dirigida por Joselito Rodríguez, con gran nerviosismo redoblaron esfuerzos y apresuraron las últimas escenas, inclusive descuidando detalles, con tal de salir lo antes posible de Cuba.

Del sepia a la pantalla de plata

Tras esa primera experiencia cinematográfica, El Santo se encargaría de defender a los desprotegidos, de enfrentar las más bizarras expresiones del mal: vampiros, zombies, cíclopes, marcianos, momias y un sinfín de monstruos y maleficios, entre los que se incluyó la seducción femenina, y con ello, se consagró ante un público devoto.

A 25 años de la muerte de Rodolfo Guzmán Huerta, El Santo adquirió así dimensiones de mito en la cultura popular mexicana, y empezó a producir su propia mitología, a caballo de una carrera exitosa ante un pueblo que lo idolatraba y de los abundantes relatos que paulatinamente enriquecieron el significado del personaje.

Nació en las arenas, pero empezó a construirse como leyenda multimedia en la historieta de José G. Cruz: Santo. El Enmascarado de Plata. ¡Un semanario atómico! –iniciada en 1952, y que alcanzó tirajes de 300 mil ejemplares–, donde un superhéroe católico y conservador, combatía contra el mismísimo Satán, y no con superpoderes, sino con la protección de una imagen de la Virgen de Guadalupe que siempre llevaba entre sus ropas.

Y del papel sepia a la pantalla de plata, donde filmó 53 películas que fueron blanco de severas críticas por su cuestionada calidad y, al mismo tiempo, celebradas por el público y por una industria en crisis que encontró en El Enmascarado de Plata una tabla de salvación.

“Que me critiquen, no estoy haciendo cine de arte ni estoy concursando en ningún festival, esto que hago es para mi público y porque a la gente le gusta”, respondía El Santo.

Quizá porque el propio Santo se sentía cerca del pueblo que lo encumbró –recuerda El Hijo del Santo–; por eso cambiaba la máscara por una gorra y disfrutaba de acudir con su familia a ver sus propias películas.

Ese estigma “populachero” persiguió también a la actriz Lorena Velázquez, quien protagonizó cinco filmes junto al enmascarado, los cuales la inmortalizaron como Chica-Santo.

“Me hicieron burla, y hasta perdí un novio. Sí, me daba pena porque yo venía de estudiar en Bellas Artes, pero al final mi trabajo con El Santo tuvo mucha trascendencia”, reconoce la actriz, recordada por el Santo contra las mujeres vampiro, de 1962.

La leyenda de máscara

El misterio de la máscara no llegó por revelación a Rodolfo Guzmán, y la primera cubierta era verdaderamente espantosa: un grotesco rostro fabricado con cuero de cerdo, que al sudarla se volvía insoportable.

La creencia popular decía que El Santo nunca se quitaba la máscara ni para bañarse ni para dormir, además de que se dice que nunca reveló su verdadero rostro hasta que apareció en el programa Contrapunto, de Jacobo Zabludovsky, tras lo cual murió días después.

Como leyenda funciona, aunque Rodolfo Guzmán cuidó con esmero este misterio, además de que desarrolló habilidades extraordinarias para cambiar de personaje en las situaciones más inverosímiles, lo cierto es que mucha gente lo conocía sin máscara.

Con todo, era célebre la habilidad de Rodolfo Guzmán para convertirse en El Santo en un parpadeo, y cuando estaba en riesgo su identidad era capaz de cambiar tres o cuatro veces de taxi. No obstante, era de dominio público el domicilio del luchador, en Tulyehualco, e inclusive las combis que pasaban por enfrente anunciaban: “¡Parada casa de El Santo!”.

Del cine piojito a la sala de arte

El lance más asombroso de El Santo es el que lo saca de las salas pringosas de muégano y cáscara de pepita y lo lleva a los circuitos del cine de culto, donde minorías ilustradas encuentran nuevas lecturas del personaje y de toda la estética en este género de películas.

A esta especie de canonización también la han acompañado versiones no del todo verídicas, considera Orlando Jiménez, investigador especializado en lucha libre, según las cuales mientras en México el cine de luchadores era considerado de la peor calidad, en Europa era celebrado como piezas de arte. Otra vez el mito.

Todo empieza con una reseña que apareció en la revista francesa Midi-Minuit, en un número dedicado al cine fantástico, publicado en noviembre de 1965. Ahí, el crítico Luis Gasca reseña una retrospectiva de cine fantástico durante el festival de San Sebastián, de ese mismo año.

Gasca cuenta con cierta picardía que tras abusar de la sangría típica de la región, se proyectó en ese ciclo Santo contra las mujeres vampiro, de Alfonso Corona Blake. El texto hace una rápida comparación de El Enmascarado de Plata con un ídolo galo de los años 50, conocido como el Ángel Blanco, y destaca la carga erótica representada por la chicas chupasangre, así como la tímida insinuación lésbica del filme.

Décadas después, otra publicación francesa se ocupa del cine de El Santo, aunque esta vez es menos generosa. La revista Mad Movies, aparecida en 1978, se dedica al génesis del fantástico mexicano, y la pluma de Stephane Bourgoin se ensaña describiendo los errores de producción de esas cintas y echa todo el género de luchadores en el costal maldito del cine de bajo presupuesto.
“Son de una mediocridad constante”, dice Bourgoin, quien sin embargo, admite, “pese a todo, tienen cierto encanto”.

En esta redefinición de El Santo, como mito y personaje contemporáneo, intervienen las tendencias culturales que caracterizan a las generaciones de los años 90, considera Itala Schmelz, directora del Museo de Arte Carrillo Gil y organizadora de la retrospectiva de ciencia ficción mexicana El futuro más acá.

“De repente mi generación está buscando otros iconos para identificar a la patria, quizá ya no los símbolos de antaño, más pueblerinos, sino unos populares que le parecen muy cool; un valor muy retro, traer una estampilla de El Santo. Los diseñadores para parecer muy mexicanos empiezan a retomar esta iconografía, un fenómeno muy de los años 90.

“En parte es la necesidad de identificación, donde tiene mucho que ver la nostalgia posmoderna en la revalorización de los luchadores. Sin perder de vista el trabajo muy serio que han hecho los investigadores para documentar la historia de la lucha libre, así como de todo lo que está detrás”, añade Schemelz.

Santo copyright

Un día, Rodolfo Guzmán le pidió al menor de sus hijos que lo acompañara a una función que protagonizaría en la arena El Cortijo. El pequeño niño de siete años nunca había visto luchar a su padre; sabía que era El Enmascarado de Plata, pero no tenía claro lo que eso implicaba.

Y ocurrió un milagro al llegar a la arena: el pequeño de los Guzmán fue testigo de cómo su padre desaparecía para trasmutar en Santo, El Enmascarado de Plata; mientras la gente se arremolinaba para golpear el toldo donde viajaba el ídolo y gritaban “Santo-Santo-Santo”, todo era un caos.

Así recuerda El Hijo del Santo el momento en que entiendió la dimensión del trabajo de su padre. Y más tarde fue el único de los cinco hijos de Rodolfo Guzmán que decidió continuar la leyenda, en 1982.

“Nunca dudé ni tuve miedo de que mi padre pudiera hacerme sombra. Ahora es mi guía por todas las cosas que viví con él y que me enseñó en vida.”

El Hijo del Santo ha velado por el nombre de su padre sobre los enlonados y en la más violenta de las arenas: el mercado.

“Si mi papá viviera estaría feliz con lo que estoy haciendo porque fue un patrimonio que dejó para sus hijos, aunque a la mejor no todos tuvieron esa visión, pero yo sí… Nadie sabe lo que es subirse al cuadrilátero a defender la máscara de El Santo, más que él y El Hijo del Santo.”

Los derechos sobre El Santo, le han generado problemas no sólo con la piratería común, sino incluso pleitos familiares y legales, cuando su sobrino, Axel, quiso luchar con el nombre de El Nieto del Santo.

“Él es nieto de Rodolfo Guzmán, eso nadie se lo quita, pero tanto El Hijo del Santo, como El Nieto del Santo son personajes registrados”, dice el heredero de la máscara, y advierte que no dejara que El Santo esté en manos de todos, porque no es del dominio público.

Sin embargo, un cuarto de siglo después de la muerte del luchador que le dio vida a El Enmascarado de Plata, la máscara sigue viva en la galería multicolor del imaginario mexicano, donde aún resuena en la arena el inolvidable grito de “Santo-Santo-Santo”.

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