John Peter Berger (1926-2017) es conocido sobre todo por su ensayo Modos de ver; la persistencia de esta obra se da, entre otras razones, por su aplicabilidad a conceptos ajenos a la pintura. Considerado uno de los “altos pensadores” europeos, las derivaciones de su mirar se tradujeron en obras de creación, no sólo de análisis, y su activismo llegó a lugares inesperados (Chiapas, Estambul, Palestina y más).
“La vista llega antes que las palabras”, dice al inicio de Modos... Hoy más que nunca es verdad esta afirmación. En la postmodernidad del individuo como elemento preponderante, lo visible es lo que existe: los noticiarios deben mostrar primero la imagen. La manipulación de eso que se muestra al ojo y no al intelecto, es moneda corriente. Berger explica cómo las palabras, generalmente ajenas a la fotografía misma, la manipulan para darle un significado según la orientación que desea darle el publicista.
Una de las preocupaciones de Berger era la justipreciación de las obras de arte, pero desde la actualidad y con una mirada colectiva, ajena a los eruditos que se autonombran poseedores del conocimiento, cual monjes medievales. Como si la explicación de la obra y lo que la rodea fuera necesaria para su percepción y disfrute. Y esta disyuntiva permanece en todas las latitudes: bastaría nombrar a algunos funcionarios culturales cuyo discurso público no oculta su desdén por las expresiones artísticas populares. En las funciones de ópera transmitidas desde el Metropolitan, casa de ópera, se oferta una plática “introductoria” para quienes desconocen todos los recovecos musicales y argumentales de una obra que se sostiene por sí misma y donde la subtitulación de los diálogos y arias basta para entender de qué se trata. Pero en un México donde la educación es un problema fundamental suele abusarse de las explicaciones museográficas. No es necesario, establece Berger: el espectador tiene su propia experiencia. “¿A quién pertenece propiamente la significación del arte del pasado? ¿A los que pueden explicarse sus propias vidas o a una jerarquía cultural de especialistas en reliquias?”
El tema actual es la opción tecnológica de sacar del museo o de la Iglesia cualquier obra para verla en el Metro, la casa o el lugar menos pensado: Berger precisa que la perspectiva del pintor aplicada al cuadro distingue las épocas artísticas. Si en el Alto Renacimiento la perspectiva centra al mundo en el ojo del pintor, como si fuera el punto de fuga infinito en una impresión fija, como si se congelara un instante, después vino el cine y la posibilidad de que el espectador tuviera las más dispares tomas, liberándose de la inmovilidad que implica detenerse ante una pintura para ver si se logra el reflejo anímico o conceptual con el autor o si, más fácil, se obtiene el gozo de la mera contemplación. Ahora el cine permite que en una toma el espectador contemple la reducción del universo al planeta, a los techos de las casas, camine entre los habitantes y concluya a nivel celular: tal experiencia visual no puede disociarse del concepto del tiempo que transcurre ante nuestros ojos.
El valor de lo que vemos, explica Berger, termina por determinarse por aspectos de mercado, utilidad y grado de reproducciones: Picasso lo captó cuando hizo gráfica en miles de reproducciones. Lo visual termina por ser discurso, información que se acepta o desecha. Hoy, con facilidad impensable hace unas décadas, se puede modificar una obra con el simple hecho de recortarla digitalmente. Si cada rostro pintado por Botticelli se aislara, estaríamos ante una nueva obra, por su concepto grupal, ajeno a la inserción original de cada lienzo.
Berger pone a la pintura y su estática contra el cine y su movilidad. Expresiones artísticas distintas permiten ejemplificar el fenómeno humano en tanto que la pintura es abarcable de una mirada y ya el espectador analizará esa totalidad diseccionable: hay una simultaneidad para ser refutada o corroborada. Este fenómeno artístico es oponible a otras formas creativas donde el espectador debe esperar el desarrollo para obtener todos los elementos: el tiempo que tarde la película o la lectura del poema o los actos de la función de teatro. Y esa visión de Berger sirve para comprender otras expresiones humanas y para dividirlas entre aquello que debemos esperar o lo que podríamos entender en una exposición al momento en que se muestra. Lo atractivo de los “milagros religiosos” reside en que en un instante se revela el misterio: en apariencia no se requiere de mayor desarrollo para evidenciar esa verdad que se expone: en sí misma es una demostración.
Esta opción de contemplar en su totalidad la obra pictórica explica el fenómeno del coleccionista; quien posee el retrato de una cosa también se adueña del aspecto representado de ese objeto (o persona, en tanto modelo estático que pierde su vitalidad, con independencia de qué tan vívido haga el retrato el autor). Ello explica formas expresivas como el hiperrealismo o el cómic. Los cristales que vemos llenos de destellos multicolores no existen en la realidad: sería necesario colocar luces de distintas intensidades en ángulos específicos para lograr que el candelabro o el vaso tuviera esa brillantez y, además, permanecer estáticos en su contemplación, pues cualquier desplazamiento modificaría lo que vemos. El cómic tampoco corresponde con lo que se dibuja: no hay personas con las proporciones que suele usar la amplísima gama de ilustradores o comiqueros o artistas gráficos, según la obra. Pero así se posee una fantasía en la versión del autor, apreciable por su técnica o por las formas desarrolladas: el coleccionista busca tener la mayor cantidad de aspectos del objeto multiplicado. Berger está influenciado por Walter Benjamin, de ahí que no sorprendan los apuntes relacionados con la unicidad de la obra y cómo se consideran objetos de posesión. Si en su momento la realeza se distinguía por sus colecciones de pinturas, hoy el volumen del consumo y la necesidad de individualizarlo hacen que ediciones viejas de cómics o reproducciones digitales de pinturas sean apreciables y costosas, sin importar que los tirajes sean de millones de ejemplares.
Berger nos sigue señalando a dónde dirigir la mirada.
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