viernes, 19 de abril de 2013

Celsius 232: una instantánea

 


Paco Ignacio Taibo II

I
 
Arden. Doscientos treinta y dos grados Celsius, la temperatura a la que el papel se incinera, se consume en el fuego, se volatiliza en la noche la ceniza. La fecha se grabará en la memoria: 10 de mayo de 1933.
Originalmente planeada para hacerse simultáneamente en 26 ciudades, la lluvia impidió algunas de las ceremonias, pero en Berlín, en Munich, en Hamburgo, en Frankfurt, los libros ardieron.
A finales de enero habían tomado el poder los nazis y se acababa la República de Weimar, un mes más tarde ardía el Reichstag y se iniciaba la cacería de socialistas y comunistas, anarquistas y sindicalistas. Comenzaban a llenarse cárceles y campos de concentración.
Para las ceremonias de quema de libros se puso en marcha el ritual. To­da la parafernalia del nazismo: bandas de música, desfiles de antorchas, carros de bueyes cargados con volúmenes, convocados para el gran acto purificador de la juventud contra el intelectualismo judío: una gran quema pública de libros.
Las fotos mostrarán a miembros de las SA, policías, estudiantes, sonrientes, felices, cargando libros para llevarlos a la hoguera; arrojando libros en las afueras de las bibliotecas, depurando los anaqueles, censurando por el camino del fuego. La fiesta de la barbarie.
En Berlín, en la Opernplatz, no arde el papel, arden las palabras. Arden los libros con los poemas de Bertolt Brecht, pero sobre todo arden los versos, las magníficas palabras: no os dejéis seducir, no hay retorno alguno. El día está a la puerta, hay ya viento nocturno. No vendrá otra mañana. No os dejéis engañar con que la vida es poco.
Interviene el ministro de propaganda del Reich, Joseph Goebbels, pura energía maligna, elegante, delgado, histriónico. Su voz crece en los altavo­ces, raspa un tanto: Hombres y mujeres de Alemania, la era del intelectualismo judío está llegando a su fin. Están haciendo lo correcto en esta noche al entregar a las llamas el sucio espíritu del pasado. Este es un acto grande, poderoso, simbólico. De estas cenizas el fénix de una nueva era renacerá. ¡Oh siglo! ¡Oh ciencia! ¡Es un placer estar vivo!
¿De qué ciencia habla? ¿De la primitiva ciencia de quemar en la hogue­ra?
Arden las maravillosas geometrías doradas y humanas de Gustav Klimt. Arden los brillantes textos de Sigmund Freud sobre la histeria y los sueños. Un Freud que respondió al hecho desde el exilio diciendo que había tenido suerte, que en el medievo lo hubieran quemado también a él, sin darse cuenta que bromeaba sin conocer hasta qué punto intentaba exorcizar a los demonios. Los que quemaban sus libros terminarían quemando a 6 millones de judíos como él.
Arden en la hoguera los textos de Einstein, los cuentos de Sholem Asch, los textos del checo Max Brod, las novelas de los hermanos Mann, incluso la relativamente inocente Vicky Baum es incinerada. Se queman las geniales novelas sociales de Jack London, Theodere Dreiser, John Dos Passos, quizá en esos momentos el mejor novelista de lo que iba del siglo XX.
Encabeza la lista la obra maestra de Erich Maria Remarque, Sin novedad en el frente. Arden las novelas históricas de León Feuchtwanger, arden las grandes novelas antibélicas de Barbusse, El fuego, incluso el Hemingway de Al otro lado del río y entre los árboles. Imperdonable para los verdugos del fuego eso del pacifismo.
Arden las reproducciones de las fantasmagorías de Marc Chagall y los cuadros de Paul Klee. Arden, claro está, las reproducciones del neorrealismo terrible y drástico de George Grosz y Otto Dix, los más implacables críticos de la Alemania de entreguerras.
Arden los libros de la futura premio Nobel Anna Seghers.
Las orquestas tocan marchas militares, los estudiantes saludan con el brazo derecho rígido y la palma abierta.
Queman libros, arden páginas, palabras, imágenes. En la hoguera se inmolan los libros de Heinrich Heine, poeta alemán del siglo XIX, quien en 1822 había profetizado: donde queman libros, al final terminarán quemando seres humanos.
Sin darse cuenta, Goebbels y sus chicos habían creado la lista básica de la cultura de la mitad de siglo XX, estaban construyendo las recomenda­ciones que adolescentes ansiosos buscarían y encontrarían: los libros, los cuadros, los artículos de filósofos y científicos, los poemas.
Sin darse cuenta los nazis que la temperatura a la que arde un libro no sólo es la temperatura del fuego en el papel, es también el fuego de la mirada sobre la palabra.
II
Recuento esta historia para recordar. Para no olvidar. Pero también para que sirva de prólogo a una invitación. En el contexto del Día Mundial del Libro, que se celebra dos días más tarde, el domingo 21 de abril, a las 12 de la mañana en la glorieta del Metro Insurgentes, un grupo de escritores estaremos diciendo No, al IVA al libro, y exponiendo nuestras razones. Aprovecharemos para regalar el primer libro quemado por los nazis: Sin novedad en el frente, de E. M. Remarque, a los primeros mil ciudadanos que lleguen. Repetiremos la acción el día 23 a las 13 horas en la Feria del Libro de Ciudad Universitaria que organiza Para Leer en Libertad, a espaldas de rectoría.
PD. Lleven un libro para donar, con él formaremos nuevas bibliotecas de barrio en el área metropolitana.

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