*“Quiero que el lector diga: ‘qué ganas de haberlo conocido, era a toda madre’”, comenta
Arturo García Hernández
Miguel Hidalgo y Costilla oraba una noche cuando oyó que la Virgen de Guadalupe le hablaba. Lo miraba con ojos fulminantes y meneaba la cabeza de manera desaprobatoria. Estaba enojada porque el cura se había atrevido a nombrarla capitana general del ejército insurgente que se había levantado aquel septiembre de 1810 contra la corona española. De esa manera la había involucrado en una guerra: “a mí, que soy la bondad personificada, la imagen protectora de la Madre de Dios en suelo mexicano”.
El reclamo fue largo y severo. Inobjetable. Por fortuna para Hidalgo, se trataba de una pesadilla. Despertó empapado en sudor.
La elección del estandarte con la guadalupana como emblema de la lucha por la Independencia fue un estratagema genial que ilustra la astucia zorruna, la inteligencia política e incluso la picardía de Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla.
En realidad el Padre de la Patria era –como le decía su compañero de lucha Ignacio Allende– “un cura cabrón”: blasfemo, mujeriego, seductor, aficionado al juego, al que le gustaba la parranda y se echaba pedos por donde quiera sin el menor recato.
Pero también era sensible, ilustrado, culto; hablaba seis idiomas, tocaba el violín lo mismo que traducía a Mollière, y le gustaba montar obras teatrales tanto como ir a los toros.
Ese Hidalgo con sus vicios y virtudes, con sus afanes libertarios y sus responsabilidades espirituales, es el que recrea el escritor Eugenio Aguirre en su libro más reciente, novela histórica titulada simplemente Hidalgo, publicada por el sello Martínez Roca de Editorial Planeta.
Personaje intimidante
No era –explica Aguirre en entrevista– “una escultura de bronce ni el viejito rechoncho y calvo de ojos bonitos que retratan las estampitas escolares; era un hombre apuesto y seductor, luminoso, sumamente simpático y dicharachero”.
La idea era –precisamente– “dar una visión integral de Hidalgo, incorporado al mundo de carne y hueso, con sus vicios y virtudes”.
Autor de otras cuatro novelas históricas (una de ellas sobre Guadalupe Victoria, primer presidente de México), Eugenio Aguirre admite que por la dimensión histórica del personaje escribir la biografía de Hidalgo le llegó a resultar, incluso, intimidante.
Uno de los motivos que lo llevaron a acercarse al Padre de la Patria fue cubrir un “vacío que había en el conocimiento de Hidalgo, no porque no haya sido trabajado por historiadores notables y brillantes, sino porque toda esa información estaba dispersa”.
Al mismo tiempo consideró importante dar noticia de personajes históricos “de segunda y tercera clase a los que nunca hacemos caso, pero que fueron muy importantes para el movimiento de Independencia”.
Por ejemplo, los hermanos de Hidalgo, en particular Mariano, “quien lo acompañó durante toda la lucha y murió con él en Chihuahua; otro fue el hijo de Allende, Indalesio, joven arriesgado y talentoso, muy compenetrado en las ideas que habían detonado el movimiento”.
No obstante su vida disipada, Miguel Hidalgo era comprometido y cabal en lo que emprendía, lo que le ganó el respeto desde los aristócratas más conspicuos de la época hasta el del más humilde.
Lo mismo fue “el teólogo más luminoso” de su momento que impulsor de una serie de industrias –como la cerámica– que a la fecha perviven e identifican a distintas ciudades de Guanajuato.
Discutía las cuestiones políticas con lucidez e inteligencia; sabía escuchar y, cuando intervenía, era agudo.
Frente a la traición, nada
–El movimiento que Hidalgo inició, ¿se le fue de las manos, no previó los alcances que tuvo?
–Estos movimientos no pueden circunscribirse a la capacidad de un individuo; son movimientos que hace una sociedad a lo largo del tiempo. Tuvieron que pasar 11 años y que morir cientos de miles de personas para que se consolidara la Independencia, con cambios muy radicales. En todo el proceso hubo momentos cúspides y otros de declive profundo. Entonces, no es que se le haya escapado de las manos, sino que él y sus compañeros fueron traicionados, y ante eso no hay capacidad de respuesta alguna. Pero él sabía los riesgos. Cuando se entrevista con Igancio Allende, le dice: “Usted sabe, coronel, que los hombres que iniciamos estas causas ni vivimos para disfrutarlas”.
–¿Fue inspirado por la Revolución Francesa?
–Indudablemente, y por la independencia de Estados Unidos, que fue antes, y por los movimientos independentistas de los españoles en la península, que estaba invadidos por Napoleón, quien les había impuesto a Pepe Botella como rey. La respuesta del pueblo español para echar a los franceses fue de gran dignidad. Por eso hubo un momento en que Hidalgo decía a sus enemigos: “¿Por qué nos tratan así a nosotros, si ustedes están haciendo lo mismo? Ambos pueblos tenemos tiranos impuestos”.
–Se ha cuestionado a Hidalgo por no haber tomado la ciudad de México. ¿Por qué no lo hizo?
–Es una gran interrogante, él mismo se lo cuestiona en la novela. Pienso que la batalla del Monte de las Cruces fue tan cruenta que en algún momento le dio miedo: ya no tenía las huestes que lo seguían, había deserciones y el desgaste era muy fuerte. Tal vez pensó que si tomaban la ciudad de México pasarían de sitiadores a sitiados. Si la decisión hubiera estado en manos de Allende, hubieran tomado la capital, pero quién sabe con qué consecuencias.
–Hay afirmaciones de que Hidalgo procuró preservar o incrementar los privilegios de los criollos, más que redimir a los indios.
–El era criollo y como buen criollo pretendía que les dieran injerencia en el gobierno. Hasta ese momento los criollos no podían ocupar puestos importantes ni tomar decisiones que definieran el destino del país. Eso los tenía cabreados, pero también hubo un trasfondo económico. Durante la Colonia, la Iglesia fue la banca, que prestaba dinero a largo plazo, con intereses muy bajos. Pero la corona amortizó los bienes de la Iglesia, hizo suyos los créditos y aumentó los intereses. Muchos criollos y españoles perdieron sus propiedades y fuentes de trabajo.
“Hay un estudio brillantísimo de Enrique Florescano sobre los precios del maíz en las convulsiones sociales, revueltas y levantamientos. Todo eso estaba presente. Estaban también las prohibiciones que la Corona tenía sobre el cultivo de la vid, por ejemplo. Eso tenía jodidos a todos, sobre todo en la parte más baja de la escala social. No tenían chance de nada. Entonces Hidalgo iba por su clase y por sus intereses, pero también por los otros.”
–Para entender qué fue el movimiento de Independencia, ¿por qué importa si Hidalgo fue vicioso o virtuoso?
–Importa en la medida en que pueda mostrarlo al lector como ser humano, no como héroe de bronce; importa para que cuando el lector termine el libro, diga: “qué ganas de haberlo conocido, era a toda madre”. Quiero que mientras se lea el libro se sienta que Hidalgo está a un lado.
Arturo García Hernández
Miguel Hidalgo y Costilla oraba una noche cuando oyó que la Virgen de Guadalupe le hablaba. Lo miraba con ojos fulminantes y meneaba la cabeza de manera desaprobatoria. Estaba enojada porque el cura se había atrevido a nombrarla capitana general del ejército insurgente que se había levantado aquel septiembre de 1810 contra la corona española. De esa manera la había involucrado en una guerra: “a mí, que soy la bondad personificada, la imagen protectora de la Madre de Dios en suelo mexicano”.
El reclamo fue largo y severo. Inobjetable. Por fortuna para Hidalgo, se trataba de una pesadilla. Despertó empapado en sudor.
La elección del estandarte con la guadalupana como emblema de la lucha por la Independencia fue un estratagema genial que ilustra la astucia zorruna, la inteligencia política e incluso la picardía de Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla.
En realidad el Padre de la Patria era –como le decía su compañero de lucha Ignacio Allende– “un cura cabrón”: blasfemo, mujeriego, seductor, aficionado al juego, al que le gustaba la parranda y se echaba pedos por donde quiera sin el menor recato.
Pero también era sensible, ilustrado, culto; hablaba seis idiomas, tocaba el violín lo mismo que traducía a Mollière, y le gustaba montar obras teatrales tanto como ir a los toros.
Ese Hidalgo con sus vicios y virtudes, con sus afanes libertarios y sus responsabilidades espirituales, es el que recrea el escritor Eugenio Aguirre en su libro más reciente, novela histórica titulada simplemente Hidalgo, publicada por el sello Martínez Roca de Editorial Planeta.
Personaje intimidante
No era –explica Aguirre en entrevista– “una escultura de bronce ni el viejito rechoncho y calvo de ojos bonitos que retratan las estampitas escolares; era un hombre apuesto y seductor, luminoso, sumamente simpático y dicharachero”.
La idea era –precisamente– “dar una visión integral de Hidalgo, incorporado al mundo de carne y hueso, con sus vicios y virtudes”.
Autor de otras cuatro novelas históricas (una de ellas sobre Guadalupe Victoria, primer presidente de México), Eugenio Aguirre admite que por la dimensión histórica del personaje escribir la biografía de Hidalgo le llegó a resultar, incluso, intimidante.
Uno de los motivos que lo llevaron a acercarse al Padre de la Patria fue cubrir un “vacío que había en el conocimiento de Hidalgo, no porque no haya sido trabajado por historiadores notables y brillantes, sino porque toda esa información estaba dispersa”.
Al mismo tiempo consideró importante dar noticia de personajes históricos “de segunda y tercera clase a los que nunca hacemos caso, pero que fueron muy importantes para el movimiento de Independencia”.
Por ejemplo, los hermanos de Hidalgo, en particular Mariano, “quien lo acompañó durante toda la lucha y murió con él en Chihuahua; otro fue el hijo de Allende, Indalesio, joven arriesgado y talentoso, muy compenetrado en las ideas que habían detonado el movimiento”.
No obstante su vida disipada, Miguel Hidalgo era comprometido y cabal en lo que emprendía, lo que le ganó el respeto desde los aristócratas más conspicuos de la época hasta el del más humilde.
Lo mismo fue “el teólogo más luminoso” de su momento que impulsor de una serie de industrias –como la cerámica– que a la fecha perviven e identifican a distintas ciudades de Guanajuato.
Discutía las cuestiones políticas con lucidez e inteligencia; sabía escuchar y, cuando intervenía, era agudo.
Frente a la traición, nada
–El movimiento que Hidalgo inició, ¿se le fue de las manos, no previó los alcances que tuvo?
–Estos movimientos no pueden circunscribirse a la capacidad de un individuo; son movimientos que hace una sociedad a lo largo del tiempo. Tuvieron que pasar 11 años y que morir cientos de miles de personas para que se consolidara la Independencia, con cambios muy radicales. En todo el proceso hubo momentos cúspides y otros de declive profundo. Entonces, no es que se le haya escapado de las manos, sino que él y sus compañeros fueron traicionados, y ante eso no hay capacidad de respuesta alguna. Pero él sabía los riesgos. Cuando se entrevista con Igancio Allende, le dice: “Usted sabe, coronel, que los hombres que iniciamos estas causas ni vivimos para disfrutarlas”.
–¿Fue inspirado por la Revolución Francesa?
–Indudablemente, y por la independencia de Estados Unidos, que fue antes, y por los movimientos independentistas de los españoles en la península, que estaba invadidos por Napoleón, quien les había impuesto a Pepe Botella como rey. La respuesta del pueblo español para echar a los franceses fue de gran dignidad. Por eso hubo un momento en que Hidalgo decía a sus enemigos: “¿Por qué nos tratan así a nosotros, si ustedes están haciendo lo mismo? Ambos pueblos tenemos tiranos impuestos”.
–Se ha cuestionado a Hidalgo por no haber tomado la ciudad de México. ¿Por qué no lo hizo?
–Es una gran interrogante, él mismo se lo cuestiona en la novela. Pienso que la batalla del Monte de las Cruces fue tan cruenta que en algún momento le dio miedo: ya no tenía las huestes que lo seguían, había deserciones y el desgaste era muy fuerte. Tal vez pensó que si tomaban la ciudad de México pasarían de sitiadores a sitiados. Si la decisión hubiera estado en manos de Allende, hubieran tomado la capital, pero quién sabe con qué consecuencias.
–Hay afirmaciones de que Hidalgo procuró preservar o incrementar los privilegios de los criollos, más que redimir a los indios.
–El era criollo y como buen criollo pretendía que les dieran injerencia en el gobierno. Hasta ese momento los criollos no podían ocupar puestos importantes ni tomar decisiones que definieran el destino del país. Eso los tenía cabreados, pero también hubo un trasfondo económico. Durante la Colonia, la Iglesia fue la banca, que prestaba dinero a largo plazo, con intereses muy bajos. Pero la corona amortizó los bienes de la Iglesia, hizo suyos los créditos y aumentó los intereses. Muchos criollos y españoles perdieron sus propiedades y fuentes de trabajo.
“Hay un estudio brillantísimo de Enrique Florescano sobre los precios del maíz en las convulsiones sociales, revueltas y levantamientos. Todo eso estaba presente. Estaban también las prohibiciones que la Corona tenía sobre el cultivo de la vid, por ejemplo. Eso tenía jodidos a todos, sobre todo en la parte más baja de la escala social. No tenían chance de nada. Entonces Hidalgo iba por su clase y por sus intereses, pero también por los otros.”
–Para entender qué fue el movimiento de Independencia, ¿por qué importa si Hidalgo fue vicioso o virtuoso?
–Importa en la medida en que pueda mostrarlo al lector como ser humano, no como héroe de bronce; importa para que cuando el lector termine el libro, diga: “qué ganas de haberlo conocido, era a toda madre”. Quiero que mientras se lea el libro se sienta que Hidalgo está a un lado.
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